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Grecia: Historia y organización social

“El origen de la vida ciudadana”

Grecia es la cuna de la cultura europea. Allí nacieron, hace más de tres mil años, los cimientos de la cultura occidental. Es el fruto de la combi­nación, en el mar Egeo, hacia el 1200 a.C., de todo el esplendor de la Antigüedad oriental y su encuentro con un pueblo indoeuropeo emigra­do hacia el 2000 a.C., cuya lengua fue la que le dio su identidad y las bases de su genio. Pero ese hablar griego necesitó de la habilidad lin­güística de los fenicios, que convirtió en signos los sonidos de la lengua. Desde entonces, lo griego fue esa simiente raigal de la civilización europea, que aún impregna la cotidianidad actual.

Es necesario decir que los griegos nunca se llamaron a sí mismos "grie­gos", puesto que "graeci" fue el apelativo con que los denominaron los romanos. En "La Ilíada", la más antigua obra escrita en lengua griega, son llamados aqueos. Es fácil que se recuerde a Troya y su famoso caballo de madera. Este largo asedio a una ciudad amurallada ocurrió probablemente hacia el siglo XIII a.C., en el extremo occidental de Asia Menor, pero debieron pasar más de cuatro siglos antes de que aquel texto fundara la literatura helénica.

Ellos se llamaron a sí mismos "helenos", y así lo siguen haciendo en la actualidad, ya que desde muy antiguo tuvieron una clara conciencia de su identidad, aun cuando el mundo griego clásico nunca constituyó ninguna clase de unidad política. El mismo Herodoto afirmaba: "Nosotros somos de la misma raza y de igual idioma, comunes los altares y los ritos de nuestros dioses, semejantes en nuestras costumbres...". Pues no sólo la lengua los unió. La profunda originalidad griega residió en la variedad de sus instituciones políticas, económicas y sociales, que muy pronto distinguieron a este pueblo de todos los que convivían con él en el Mediterráneo oriental. Los griegos denominaron "bárbaros" a todo aquello que no era heleno. Orgullosos de su destino, los griegos eran conscientes de esta originalidad y, con el epíteto de "bárbaro", querían significar no sólo que no era griego lo aludido, sino que, además, no participaba del alma ciudadana que animaba a los helenos. Porque la griega es quizá la primera cultura verdaderamente urbana de la Antigüedad. La "polis", suprema adquisición de su cultura, configuró la vida ciudadana, y también su derivado: la "política". En quinientos años, ese corpus cultural determinó las preocupa­ciones y los deseos de toda la heredad europea y occidental. Para entenderlo, hay que remontarse a sus orígenes cretomicénicos, la vida de sus ciudades-Estado, y las peripecias de sus conflictos internos y con otros pueblos.


La Grecia arcaica era un terri­torio poblado de pueblos be­licosos y marineros. En la isla de Creta apareció hace unos ocho mil años una civilización original que extendió su hegemonía a las costas del mar Egeo. De entonces data el primitivo asentamien­to de poblaciones neolíticas. Pero el gran salto se produjo hacia el 3000 a.C., según lo revelan algunos objetos de uso doméstico y militar construidos con un bronce de buena factura. Es fácil dedu­cir que si en la isla no hubo estaño, és­te provino de otro lado. Ya entonces, y con un mayor impulso hacia el segundo milenio a.C., estos cul­tivadores de trigo, uva y olivo se dieron a la tarea de construir palacios, de los que aún se conservan las ruinas de salas y apo­sentos suntuosos. En estas laberínticas construcciones de piedra es posible que centralizaran toda la vida comunal. Esto se hace evidente cuando se observa los vestigios conservados en Festos, Mallia, Hagia, Tríada y Cnosos, las ciudades más importantes de la isla. Además de lujosas habitaciones, se ven allí depósitos de grano y otros ali­mentos.

Historia

En pleno florecimien­to de la cultura de Creta, deno­minada "minoica" -por Minos, el legendario monarca de Cnosos- un nuevo contendiente apareció en es­te punto del Egeo hacia 1500 a.C. Eran los aqueos, que construyeron las ciudades y los palacios de Micenas, Pilos, Tirinto y las construc­ciones de Esparta.

 Influencia micénica

Parece ser que estos pueblos, denomi­nados micénicos, comenzaron hacia el 1300 a.C. su expansión en el área, e in­evitablemente chocaron con los creten­ses. Si éstos no fueron sojuzgados an­tes, fue debido a su robusta flota, pero su aciago destino se cumplió inexorable dos siglos después, cuando una apocalíptica erupción volcánica afectó sus palacios, generando temblores y desastres, que minaron su resistencia. Los aqueos ya habían inscripto su nom­bre en la historia un centenar y medio de años antes, cuando sitiaron y destruye­ron Troya. Entonces, construyeron una inmensa coalición de ciudades del Egeo, incluyendo a Creta. Tras una década de combates, se impusieron con una estratagema a la ciudad de las murallas monumentales.

Desde entonces, Micenas y su rey Agamenón establecieron su domi­nio sobre este rincón del mundo. Pero su imperio no era eterno, y los rei­nos micénicos se vieron alterados por una nueva invasión -los dorios-, de la que, tras un largo período, nació la ciudad griega. 
Si bien ya existían ciudades en Creta y en el Peloponeso, así como otras más anti­guas en Egipto o en Mesopotamia, hubo una diferencia entre estas metrópolis orientales y la incipiente polis: el singu­lar organismo comunal griego.

Para empezar, aquellas urbes orienta­les no alcanzaban a reunir las condicio­nes de una ciudad. Conglomerados de pa­lacios, templos y dependencias oficiales sólo albergaban en su interior a la familia del monarca, sus favoritos y favoritas, sus funcionarios y servidores. No vivían allí quienes construían con sus manos la riqueza de los poderosos y la gloria de sus reyes. Los campesinos de esas sociedades habitaban en los campos, y la muchedum­bre del pueblo bajo, artesanos y otros dependientes, en la periferia, en caseríos precarios, lejos de la vista -aunque no del control- de los dignatarios.

El campo y la ciudad

Parece ser que los griegos practicaron una agricultura especializada, en tierras muy abruptas y quebradas, poco aptas para el agrupamiento plurirregional. Ello favo­reció la desconexión de sus agolpamien­tos urbanos. El griego de entonces encon­tró la urbe como el lugar de la vida social y la relativa cercanía de los campos faci­litó al campesino la posibilidad de hacer­se habitante de la ciudad. Por supuesto, tal estatus no podía man­tenerse eternamente en tanto la pobla­ción creciera y los campos estuvieran ca­da vez más lejos. Pero ocurre que, en un territorio como el griego, lleno de obstá­culos para la extensión de la economía cerealera, la más productiva, el conflicto de­rivado del crecimiento poblacional se re­solvió por vía de la emigración. Aven­tureros y gentes con dificultades de acceso a la tierra confluían en una expedición que fundaba en otro lugar de la costa una nueva ciudad. Así, muchas de las más peculiares y arcaicas bases culturales de la polis se extendie­ron hasta el mar Negro.

Nacimiento de la Polis

Aquel pueblo de habla griega, los do­rios, como un aluvión sediento de tie­rras se precipitó hacia 1200 a.C. sobre el antiguo escenario hegemonizado por minoicos y micénicos en una vorágine de destrucción y nuevos asentamientos.

 Invasiones y migraciones

Lo inseguro de la época les llevó a construir un recinto defensivo en algún lugar alto, al que denominaron Acrópolis. Allí se re­fugiaron los pobladores frente al ataque de invasores. Con el tiempo, éste fue el lu­gar donde fijaron los templos de sus divinidades. A su vez, más abajo, la ciudad se extendió con su mercado y las casas de sus ciudadanos. Pocas de estas urbes excedían los diez mil habitantes, y aún eran menos las que du­plicaron aquel contingente. Sólo una los decuplicó: Atenas, metrópolis que inclu­yó tras sus murallas a más de cincuenta mil pobladores y llegó a reunir en el minúsculo territorio del Ática a un cuarto de millón. Por cierto, este número incluía ciudadanos y no ciudadanos, y estos últi­mos eran la inmensa mayoría de la población, en primer lugar las mujeres, luego los extranjeros y los esclavos. Los ciudadanos eran un grupo nume­roso aunque exclusivo, de varones mayo­res de diecisiete años, nacidos en Ate­nas y descendientes directos de atenienses. Incluso un decreto de la época de Pericles estipulaba la prohibición de que los atenienses se casaran con extranjeros. Él mis­mo fue condenado a pagar una multa y alteró su carrera pública cuando, enamo­rado de Aspasia de Mileto, abandonó a su esposa griega por la bella hetaira.

Otras de las polis que se destacaron fue­ron Tebas, la de las siete puertas; Megara, sede de la escuela filosófica de Euclides; y Corinto, madre de ciudades gigantescas como Corfú y Siracusa, cuya rivalidad con Atenas llevó a la funesta Guerra del Peloponeso. Y en esa lista no pueden obviarse los señoríos guerreros asentados en el istmo, que fue hábitat de los aqueos, y a Esparta, la rival de Atenas. Ambas ciudades eran como el día y la no­che.

 Esparta y Atenas

Atenas era una ciudad populosa, opu­lenta, pletórica de intelectuales y artistas, famosa por sus construcciones y su inven­tiva política, que tendrá una extensa in­fluencia en la posteridad. Se trata de la democracia, cuyo influjo Atenas ex­tenderá a numerosas polis de la costa y las islas del Egeo. Por el contrario, la heroica Esparta respondía a un mode­lo militarizado. En su momen­to de mayor esplendor, esta­ba constituida por no más de diez mil "iguales". Éstos eran los amos de un te­rritorio que dominaban con mano férrea, imponiendo tributo al pueblo aborigen, al que convirtieron en esclavo en su pro­pia tierra. Así, los mesenios pasaron a convertirse en ilotas. Poco dados a las artes y aún menos al pensamiento especulati­vo, los espartanos sólo se destacaron en la guerra. Debido a que controlaban una población varias veces superior en número -deseosa sin duda de rebelarse contra esta dominación-, les resultó conflictivo asumir campañas hacia el exterior.

La legendaria Troya

En la costa del Helesponto a la entrada de los Dardanelos, existió en el segundo milenio a.C. una ciudad amurallada, que sostuvo un largo asedio hasta ser finalmente conquistada y destruida. Su historia pudo haber sido olvidada, pero Troya permaneció en la imaginación de la humanidad por “La Ilíada”, un poema atribuido a Homero, un griego que vivió en Asia Menor en el siglo IX a.C. Allí narra los orígenes y el desenlace de una guerra que enfrentó a una alianza de ciudades aqueas, encabezada por Micenas, con la Troya del rey Príamo. Los troyanos, famosos por la estirpe de sus caballos, aprovechaban su posición estratégica para imponer peaje a los barcos que deseaban internarse en el mar Negro.

La entrada del caballo en Troya
La entrada del caballo en Troya. Giovanni Domenico Tiepolo, 1773, Galeria Nacional de Londres. Tras diez años, las imponentes murallas fueron vencidas por una treta oportuna: el caballo de madera que ideó Ulises, y que los incautos troyanos -para su desgracia- introdujeron en la ciudad.

Testimonio de una vasta influencia

En general, la proliferación de monedas se asocia con el desarrollo del comercio. No es casual, entonces, que las monedas griegas más antiguas (siglo VII a.C.) se hayan en­contrado entre las ruinas de las ciudades- Estado de Asia Menor, ya que éste era un lugar de tránsito entre el Lejano Oriente y el este de la cuenca mediterránea. En el si­glo VI, los griegos comenzaron a acuñar mo­nedas en plata pura -hasta entonces, habían sido de plata y oro-, que predominaron has­ta el siglo IV a.C. Aunque cada polis emitía su propia moneda, como signo de independencia, siempre predominó la moneda de la polis más poderosa. Las monedas uniformes, cuya vali­dez era admitida en un territorio muy extenso, constituyeron una característica del período helenístico, como consecuencia de la expan­sión macedónica encabezada por Alejandro Magno. En el comienzo, las monedas eran trozos de metales nobles, de peso regular, cu­ya solvencia era avalada por una imagen y, más tarde, por una inscripción. Para la nu­mismática, excelente aliada de la historio­grafía, esta evolución es el indicio de un desarrollo cultural. El hallazgo de monedas griegas en todos los confines del Medite­rráneo, así como en el Lejano Oriente -In­dia y China, por ejemplo- habla de la ex­tensa influencia de la civilización griega.


Como se observa en esta moneda ateniense de plata, la sabiduría era representada por una lechuza –ave asociada a Palas Atenea- porque, como reitera Homero al referirse a la diosa, tiene “ojos en la oscuridad”. Y la sabiduría era patrimonio de los ciudadanos.

El palacio de Cnosos

A 5 km de la costa norte de la isla de Creta, el palacio de Cnosos se terminó de construir hacia el 1600 a.C. y se constituyó en el epicentro de toda el área de influencia de la cultura creto-micénica. Con más de mil dependencias y estancias repartidas en dos hectáreas, albergaba a todo un poblado en su interior. Fue la residencia del legendario rey Minos. De la unión de éste con Pasífae nació el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre que fue recluido en un laberinto construido especialmente por su padre. Encerrado allí, se alimentaba de carne humana. Fue muerto por Teseo.


Con sus 17.000 m2 construidos y sus más de 1.300 habitaciones, el de Cnosos es el principal de los palacios cretenses. Los corredores están llenos de quiebres, lo que obliga a seguir un recorrido tortuoso.

La gloria de Micenas

Entre 1600 y 1100 a.C. se desarrolló en Grecia continental la cultura micénica, a partir del encuentro entre algunos pueblos originarios y grupos de procedencia indoeuropea, sobre todo los aqueos, quienes penetraron pacíficamente trayendo consigo una lengua desconocida que, tras sucesivas fusiones, dio origen al griego arcaico. Esta cultura no se manifestó a través de un solo Estado, sino a través de distintas ciudades autónomas, que compartían la misma lengua. Entre estas polis sobresalió la ciudad de Micenas, tanto por su riqueza como por sus edificaciones monumentales, en las que se nota la influencia de la cultura cretense.

Según algunos historiadores, la cultura micénica se caracterizó por un extremado culto a la violencia. Se trataba de una sociedad militarizada en alto grado, que tenía en la guerra una de sus principales actividades. Ejercía un acoso permanente contra los pueblos vecinos y, en especial, se empeñaba en mantener sojuzgadas a las ciudades de Pilos y Tirinto, a las que les exigía fuertes tributos y la entrega de jóvenes para la guerra.

LA POLIS GRIEGA

Tras la decadencia y desaparición de la civilización micénica, los griegos se dividieron en pequeñas comunidades que, en el siglo VIII a.C., evolucionaron hasta convertirse en ciudades-Estado. La accidentada geografía del Peloponeso contribuyó a este proceso de fragmentación política. En sus inicios, las diferentes polis estuvieron dominadas por caudillos militares ("basileus") que, en el siglo VII a.C. fueron desplazados por el gobierno de las familias oligárquicas. Con el tiempo, el régimen de aristocracia fue reemplazado por el de democracia, cuyo máximo desarrollo se dio en Atenas en el siglo V a.C., "el siglo de Pericles".

La Acrópolis de Atenas:

Era común que el sistema defensivo de las ciudades-Estado girara alrededor de un enclave amurallado situado en la parte más elevada. Con este mismo criterio nació la Acrópolis de Atenas, rodeada de fortificaciones militares. Con el tiempo, este centro urbano se convirtió también en centro religioso. Aunque las primeras construcciones datan de hace unos 6.000 años, el recinto terminó de adquirir todo su esplendor en el siglo V a.C., bajo el gobierno de Pericles, que construyó los templos más admirables de la Grecia clásica. La Acrópolis, consagrada a la diosa Palas Atenea, marcó el nacimiento de Atenas. La ciudad se extendió hacia abajo, por la colina. En sus comienzos fue gobernada por reyes, a los que pronto sustituyó un arcontado formado por la casta oligárquica de los eupátridas, término griego equivalente al de "bien nacidos". Solón, nombrado arconte en 594 a.C., llevó a cabo profundas reformas, que permitieron la formación de diversos grupos políticos. El más importante fue el de los partidarios de la "democracia" que significa "gobierno del pueblo". Políticos como Pisístrato y Clístenes convirtieron el planteo en gobierno, y Pericles lo perfeccionó. Así fue como Atenas, convertida en potencia marítima, llegó a ser el gran referente de la Grecia clásica. Su modelo de "democracia" aún inspira innumerables lecturas.

Otras Polis:

Siracusa: fue una colonia fundada en Sicilia por los corintios en 734 a.C. Fue conquistada por el tirano Gelón en el siglo V a.C. y adquirió su autonomía. Se convirtió en una importante potencia económica, basada en el desarrollo de la agricultura y el comercio.

Egina: situada en la isla que se halla frente a Atenas, estuvo siempre en conflicto con la capital del Ática. En 431 a.C. los atenienses procedieron a despoblar toda la isla.

Megara: compitió permanentemen­te con su vecina Atenas. Alcanzó gran prosperidad en el siglo VII a.C. y fundó varias colonias en la región del mar Negro.

Mileto: fundada por los jonios, se convirtió en un importante centro colonizador en el siglo VIII a.C. Fue la patria de destacados sabios, como Tales y Hecateo.

Éfeso: fue fundada por los jonios hacia 1000 a.C. Se convirtió en un gran centro comercial. Su Artemisón, hoy en ruinas, fue una de las siete maravillas del mundo.

Las Guerras Médicas

Con el nombre de Guerras Médicas se conoce a las dos contiendas que, durante la primera mitad del siglo V a.C., enfrentaron a las ciudades-Estado griegas con el imperio persa. Los helenos utilizaban como sinónimos los términos "persa" y "medo", a pesar de que Media -hoy aún se habla del "Oriente Medio"- era, en realidad, una región contigua a Persia y anexada a su imperio. La Primera Guerra Médica se desarrolló entre 494 y 490 a.C., y la Segunda, entre 480 y 468 a.C. La Paz de Calias, firmada en 449, puso fin a los enfrentamientos. En el imaginario griego, dichas guerras fueron vividas como el choque entre la democracia y la tiranía, entre la civilización y la barbarie.

 Guerras médicas

Las Guerras Medicas expresaron el más alto nivel de la ciencia militar de los griegos. Los persas confiaban en la superioridad numérica (criterio cuantitativo), los griegos en la racionalidad del esfuerzo (criterio cualitativo). Las falanges rompían las filas enemigas y retrocedían. Como los persas tendían a cerrar la brecha, debilitaban sus flancos, por donde, en maniobra envolvente, avanzaban los carros y la infantería.

Hacia el Helenismo

El siglo V a.C. fue llamado "el siglo de oro" por ser el más brillante de la civilización griega. Pero el período se vio oscurecido por una larga guerra que enfrentó a muerte a los antiguos aliados. La llamada Guerra del Peloponeso extenuó económica y políticamente a estos pueblos. Un siglo después, fueron subyugados por la dominación macedónica, una cultura muy inferior a la suya. Tras la conquista de Filipo II nació un nuevo mundo. Su sucesor, Alejandro Magno (352-323 a.C.) extendió a todo el Mediterráneo y Oriente la influencia de la cultura griega.

 Busto de Alejandro Magno. Museo Capitolino (Roma)

Hijo de reyes y educado en su juventud por Aristóteles, Alejandro asumió el trono de Macedonia en 336 a.C. Tras hacerse proclamar generalísimo en Corinto, arremetió contra Persia. En 334 derrotó a Darío y liberó del dominio persa a toda el Asia Menor. Con estas hazañas ya mereció convertirse en Alejandro Magno, pero no se conformó. Tomó Tiro y ocupó Egipto, donde fundó Alejandría. Luego, tomó Babilonia y avanzó sobre la India, forjando el imperio más grande que se hubiese conocido hasta entonces. Esta misma extensión fue el enemigo que no pudo vencer. Minado el imperio por la corrupción, tras su muerte, el 13 de junio del 323 a.C., sus generales se lo repartieron.

La disposición en falanges de la infantería, que descubrió Filipo II de Macedonia durante su cautiverio en Tebas, fue perfeccionada por Alejandro. Pero tenía un punto débil: los terrenos accidentados. Las temidas falanges espartanas fueron derrotadas en Leuctra (371 a.C.) por Epaminondas, y las falanges macedónicas sucumbieron en Pidna (168 a.C.) ante los romanos. La falange era una agrupación de soldados alineados sin separación entre ellos, dispuestos en filas, con las lanzas por delante en la primera línea y estrictas órdenes de no dividirse. Este nutrido “erizo de púas” no ofrecía aberturas al enemigo y era reforzado por la caballería. En la batalla de Hidaspes, el rey indio Poros azuzó sus elefantes -desconocidos para los macedonios- contra las falanges, pero los animales heridos por las lanzas, se volvieron en su contra.


Filipo II formó un ejército regular donde todos usaban el mismo uniforme y recibían una estricta formación militar. La característica principal de la falange griega fue la utilización de las sarisas (lanzas de 6 o más metros) que iban en primera fila.

Alejandro conquistó Egipto sin violencia, al postrarse ante el dios Amón. Esta señal de respeto le granjeó el sobrenombre de Magno y  la simpatía de los egipcios y otros pueblos sometidos. La capital del imperio persa Persépolis, residencia real de los Aqueménidas, planificada por Darío I y construida por sus sucesores, fue incendiada por Alejandro Magno en el año 330 a.C.

Alejandro se ganó mala fama al ajusticiar a trece de sus generales por “traidores”, pero era un caudillo que amaba a sus soldados y era amado por ellos. Contrapesaba el poder de los altos cargos de su ejército cultivando una relación directa con la tropa. El general Hefestión era su mejor amigo. Murió en combate en 324 a.C., en Ecbatana. Su sepulcro monumental, en forma de león, aún se conserva en Hamadan (Irán). El general Clito, por haber reprochado a Alejandro su soberbia, fue asesinado por éste en un momento de embriaguez. El general Cratéro fue su general más estimado, y Alejandro lo honró al casarlo con la princesa Amestris, sobrina de Darío III.

El ejército macedónico agotado tras trece años de duras campañas, se negó a cruzar el río Hifasis, afluente del Indo, y exigió a Alejandro el retorno a la patria. Éste, contrariado, tuvo que acceder. 4125 kilómetros separaban Macedonia del río Hifasis, el punto más oriental alcanzado por Alejandro Magno en sus campañas asiáticas. A su regreso por el desierto iranio, Alejandro exigió a las polis griegas ser reconocido como dios y a sus súbditos la prosquinesis –postrarse en su presencia-, pese a que los griegos lo acusaron de haberse “orientalizado”, tan sólo Esparta se negó.


Mapa del imperio forjado por Alejandro Magno, con la ruta seguida por éste a lo largo de sus conquistas, y con algunas de las ciudades que fundó, las Alejandrías.

Referencias:
GIMENO, D. (2008). Grandes Civilizaciones de la Historia. Grecia ClásicaEditorial Sol 90.
RODRÍGUEZ, H. (1989). Historia Universal. Casa Editorial El Tiempo.

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