El Bajo Imperio: El mundo romano en vísperas del cristianismo
La expansión de Roma por el Mediterráneo y la conquista de nuevos territorios producto de su política imperial de dominio durante los siglos I a.C., y I d.C., constituyen dos elementos básicos para comprender por qué en Roma llegaron a convivir ideas y prácticas religiosas tanto politeístas como monoteístas. El contacto permanente, que se deriva de la conquista y el sometimiento practicados por los pueblos dominantes, termina por mezclar ideas, costumbres, y demás elementos culturales de uno y otro pueblo.
Los primitivos dioses de los romanos terminaron confundidos con los dioses griegos: Júpiter era el Zeus de los helenos, Juno (Hera), Marte (Ares), Minerva (Atenea); para el siglo II d.C., en Roma y sus provincias florecían cultos a divinidades como Isis, de origen egipcio, Mitra, dios persa, y religiones monoteístas, que adoraban un solo dios como la judía y el cristianismo.
Los dioses romanos y los admitidos en el Imperio no satisfacían plenamente. En realidad, la religión oficial era un conjunto de cultos rigurosos y formales impuestos por el Estado romano como parte de su política de dominación. Los intelectuales y más selectos de espíritu practicaban la moral estoica y se resignaban ante la realidad, mientras que los soldados y otros sectores practicaban religiones orientales que, al menos, movían a la piedad y contenían algunas respuestas para los problemas de la vida presente y futura.
Por otra parte, en el mundo romano los ideales de vida eran el poder, la opulencia y los placeres. Se rechazaban los trabajos manuales, la pobreza era considerada como algo indigno y aunque ya la esclavitud era criticada por los intelectuales y se humanizaba, aún mantenía la desigualdad entre los hombres. A partir del siglo I de nuestra era se desarrolló en el Imperio romano una nueva religión, salida del judaísmo: el cristianismo.
La situación en Palestina
La región había sido incorporada a Roma por el general Pompeyo y se encontraba dividida en dos partes: al norte el reino de Galilea gobernado por Herodes, títere de los romanos, y al sur la Judea, bajo control directo de un procurador romano. En general, los judíos detestaban la dominación de aquéllos; la situación política era difícil y el Imperio dejaba en manos del Sanedrín o consejo del pueblo, la autoridad religiosa y civil de los judíos.
En el aspecto religioso, si bien todos se mantenían fieles al monoteísmo, tenían opiniones diferentes respecto a otros puntos, como la resurrección y la persona del Mesías. Muchos esperaban que el Mesías sería un caudillo militar y los liberara de la dominación extranjera. Había varias sectas, la más fanática, nacionalista e intransigente con cualquier cambio era la de los fariseos: para ellos lo esencial era el cumplimiento estricto de la letra de la Ley y sus aspectos formales (festividades religiosas, el descanso el sábado, la circuncisión, los ayunos).
El contexto histórico
Jesús, llamado Cristo, nació como súbdito en Belén, pequeña población de Judea, provincia romana en el Cercano Oriente, bajo el reinado de Octavio Augusto, el primer y más grande emperador romano (31 a.C - 14 d.C). Por aquel entonces Roma ya era el mayor imperio económico, político, comercial, del mundo antiguo: extendía su dominio desde la Península Ibérica hasta los ríos Tigris y Éufrates, de Occidente a Oriente y desde las Islas Británicas hasta el desierto de Sahara en África.
Era el denominado Siglo de Oro de Octavio, llamado Augusto: en Roma florecen las artes, la literatura, la arquitectura; la agricultura se desarrolla con base en la fuerza que aportan los esclavos contra quienes legisla duramente; el comercio entre metrópolis y provincias es abundante hasta el punto de que los cinco millones de súbditos del imperio existentes según el censo del año 14 d.C. eran abastecidos en sus necesidades alimentarias.
La dinastía Julio-Claudia, que gobernó desde la muerte de Octavio Augusto hasta el 68 d.C., se caracterizó por la corrupción moral que se apoderó de los círculos vinculados al poder y de la sociedad capitalina, estado de descomposición que favorecerá la prédica del mensaje de Jesús y sus apóstoles. Precisamente será en el reinado del último de los integrantes de esta dinastía, Nerón, en que los seguidores de Jesús, denominados cristianos, sufrirán la primera gran persecución.
Una sed religiosa
Ni la religión romana ni el culto imperial fueron capaces de saciar las ansias religiosas de sus súbditos. Los soldados romanos volvían de lejanas tierras cargados de tesoros y de nuevos dioses. Cada vez había más habitantes del Imperio atraídos por religiones orientales venidas del Asia menor. Egipto, Persia, Siria. Los sacerdotes de estas religiones indicaban a sus fieles cómo purificarse de sus pecados, consolaban a los que sufrían y les prometían, después de la muerte, la resurrección y la felicidad eterna.
Los romanos conocían también otra religión, la de Israel. Los judíos, dispersos por todo el Imperio Romano, asombraban por su rechazo a comparar a Su Dios, el Único, con otros dioses. La religión de Israel era oficialmente tolerada por las autoridades romanas que en materia religiosa, fueron bastante respetuosas pues, por si acaso, preferían estar bien con todos los dioses con tal de que éstos no pusieron en duda el poder divino del emperador. Los judíos se reunían en “casas de oración" (sinagogas) para leer su Libro Sagrado (el Antiguo Testamento) bajo la dirección de los rabinos.
En el siglo I de nuestra era (precisamente nosotros contamos los años a partir del advenimiento de Jesús) apareció un personaje excepcional que fue causa de división dentro del judaísmo y que habría de marcar profundamente la historia por venir: Jesús de Nazareth.
Jesús de Nazareth
En vida, Jesús fue un personaje que pasó inadvertido para sus contemporáneos de fuera de Palestina (región que tenía escasa importancia dentro del Imperio Romano). Jesús no escribió libro alguno. Conocemos su historia a través de cuatro narraciones llamadas Evangelios ("Buena Nueva" en griego) escritas, según se cree tradicionalmente, por cuatro de sus seguidores -Lucas, Marcos, Juan y Mateo-, quienes cuentan lo siguiente:
Jesús era un judío que nació en Belén, pueblo de Judea, bajo el reinado del emperador Octavio Augusto, pasó su juventud en Nazareth, un villorio de Galilea, al norte de Palestina.
Cuando tenía treinta años, Jesús comenzó a predicar y agrupó en torno 12 discípulos llamados apóstoles. Iba por los campos o entraba a predicar en las sinagogas: su bondad y la autoridad de su palabra causaban una profunda impresión en sus oyentes. El mensaje básico que proclamaron Jesús y sus primeros discípulos tenía como destinatario los pobres, los esclavos y desposeídos de toda riqueza material, a la vez que denunciaba y fustigaba los abusos del poder. Se dirigía preferentemente a los pobres e ignorantes hablándoles con sencillez en forma de parábolas (narraciones simbólicas de las que se desprende una enseñanza moral y religiosa).
De Galilea, Jesús pasó a Judea, entonces provincia romana. Entró en Jerusalén y habló con éxito en el Templo. Pero sus prédicas le crearon muchos enemigos entre los sacerdotes. Estos maquinaron para hacerlo condenar por las autoridades romanas establecidas en Judea.
Conducido Jesús ante el sumo sacerdote judío, fue acusado de blasfemia porque había dicho que después de su muerte se sentaría a la derecha de Dios, y que volvería a la tierra para presidir el Juicio Final. Los sacerdotes lo entregaron entonces al gobernador romano Poncio Pilato, acusando a Jesús de ser un rebelde que se proclamaba "rey de los judíos". Jesús fue, sentenciado por la suprema autoridad romana de Judea a morir en una cruz, sanción aplicada sólo a los peores criminales y a los enemigos del Imperio, condenado a muerte con un doble juicio y una doble acusación de carácter político-religiosa.
Crucificado en las afueras de Jerusalén, en la colina del Gólgota, Jesús fue sepultado, la misma tarde de ese día viernes. Pero, dicen los Evangelios, cuando al siguiente domingo María Magdalena y otras dos mujeres quisieron embalsamar su cuerpo, encontraron la tumba vacía y un ángel les anunció que Jesús había resucitado. Comenzó entonces una historia que no ha terminado: de la fe en el Resucitado los cristianos han alimentado durante centurias su esperanza.
Enseñanzas de Jesús
Jesús retomó la enseñanza de los grandes profetas de Israel, como Amós e Isaías; y al igual que ellos predicó que las prácticas externas del culto importan menos que la fe en Dios, que un corazón puro y un proceder justo.
Nadie antes que él predicó con tanta fuerza la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar al pecador arrepentido. Jesús exigía de sus discípulos humildad de corazón, amor al prójimo, perdón de las injusticias. Anunciaba que pronto el pecado, el mal y la muerte desaparecerían del mundo y que se establecería el reino de Dios, para lo cual su Padre Dios lo había escogido. Por esta razón sus seguidores lo consideraron como el Mesías anunciado por los profetas, que habría de establecer definitivamente la paz y la justicia. (Mesías es una palabra hebrea que significa ungido, es decir, que ha sido consagrado rey por una unción de óleo santo. Cristo es la traducción griega de la palabra Mesías. Cristiano se deriva de la palabra Cristo y designa a todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es decir, el Mesías).
Su mensaje puede resumirse en cuatro puntos:
- Afirmó que era el Mesías, enviado para salvar no a un solo pueblo, sino a todo el género humano.
- Anunció el reino de Dios, no solamente como una esperanza futura, sino como realidad en el alma de todo el que escucha y sigue la palabra de Dios.
- Expresó que el principal mandamiento para alcanzar el reino divino es el amor: amor a Dios y amor al prójimo como a sí mismo. De este mandamiento se desprenden la humildad, el no apegarse a los honores y riquezas, el amor a la pobreza y otras virtudes que predicó.
- Por último, afirmó que su doctrina era para todos los hombres y para todos los tiempos, y exhortó a sus seguidores a propagar la nueva fe por todo el mundo.
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