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José María Vargas Vila

José María Vargas Vila (1860-1933)

Fue un destacado escritor colombiano. Uno de los personajes más polémicos de principios del siglo XX en América, José María Vargas Vila se caracterizó por sus ideales liberales radicales y la consecuente crítica contra el clero, las ideas conservadoras y la política imperialista de Estados Unidos, configurando una especie de pensamiento anarquista, carente, sin embargo, de estructura y coherencia argumental.

José María Vargas Vila José María Vargas Vila.

José María Vargas Vila nació el 23 de junio de 1860, en Bogotá (Confederación granadina, actual Colombia). A los cuatro años, quedó huérfano de padre. Las consecuencias no se harían esperar: hambre, penalidades y, por tanto, discriminación social. Este medio ya fue configurando en Vargas Vila al amargado. La juventud del futuro ideólogo no fue mucho más alegre. Recluido en un lóbrego seminario, sufrió todos los rigores de la educación autoritaria, luego participó como soldado liberal en una de las tantas guerras civiles cuando tenía dieciséis años. Apagóse el fragor de las armas, José María tuvo que buscar un empleo. Se convirtió en profesor, labor que ejerció con toda modestia hasta que denunció a un clérigo, rector del colegio en el que trabajaba, por supuesta corrupción de menores. Acosado por la contraofensiva del sacerdote, tuvo que escapar a provincia.
 
Salió de su ostracismo para combatir en la guerra civil de 1885, de nuevo al lado del liberalismo. Pero en esta ocasión, su partido sufrió una desastrosa derrota. Vargas tuvo, entonces, que refugiarse en Venezuela. Allí publicó por primera vez un libro. Se trataba de la empalagosa novela romántica escrita mucho tiempo atrás, Aura o las violetas, que se convirtió en un inmediato éxito editorial.
 
Partió de Venezuela hacia Estados Unidos, para regresar al primer país en calidad de secretario del presidente Joaquín Crespo. Pero Crespo cayó al cabo de un año, y entonces Vargas viajó a Nueva York, de donde -después de una corta estadía- partiría para Europa. Después siguieron otros viajes, su incorporación a la diplomacia, decenas de libros, conferencias, homenajes, en fin, el éxito, y junto a él, la excomunión. Sin dejar de combatir literaria y políticamente en varios frentes, la muerte lo sorprendió en Barcelona en 1933.
 
Su infancia
 
El padre de José María Vargas Vila -llamado también José María, nombre muy en boga en el siglo XIX- era hombre de armas tomar. Había abrazado la carrera militar, y obtuvo el grado de general. Durante la presidencia de Obando hizo el papel de conspirador, apoyando a Tomás Cipriano de Mosquera. Pero se le adelantó Melo, quien finalmente dio un golpe militar en 1854. Bajo el gobierno de Melo, José María Vargas Vila senior tuvo que esconderse en su casa, convirtiéndola en un campo de batalla, pues tenía muy mal genio.
 
Al caer Melo, anduvo buscando la suerte sin mucha coherencia, hasta que Tomás Cipriano de Mosquera inició en 1860 una nueva guerra civil. José María se alistó bajo sus banderas, entró triunfante a Bogotá y recibió el cargo de mandar un batallón de plaza en la capital. Murió en 1864, legándole a su hijo un carácter brusco y aventurero.

Casa natal de José María Vargas Vila
Casa natal de José María Vargas Vila, en el barrio La Candelaria, Bogotá.

Es difícil encontrar una figura de la cultura colombiana más influida por las experiencias de la niñez que José María Vargas Vila. Hijo de un general más o menos famoso, quedó huérfano a los cuatro años. Se vio, de repente, sumido en la miseria, y rodeado de una serie de caridades humillantes que lo sublevaban. Aparte de ello, el escritor bogotano sufrió experiencias sexuales desafortunadas. La madre del niño, obedeciendo a un secreto impulso, dio en vestirlo de mujer todas las tardes. Era un rito que cumplía religiosamente. Después de cada sesión, planchaba las prendas y las guardaba en un viejo baúl. Al principio, el niño se rebeló débilmente; pero después empezó a aficionarse a la mórbida sensualidad de las sedas y los encajes. Lo increíble es que la señora no estaba formando a cualquier afeminado, sino al crítico social más temible que ha tenido la historia colombiana: José María Vargas Vila.
 
El seminario

Debemos recordar que los claustros del siglo XIX no eran, ni mucho menos, la máxima expresión de la pedagogía: severísimos, crueles e incomprensivos, los frailes cultivaban con amor su grosería intelectual, su fanatismo y crudeza de costumbres. En el seminario, Vargas Vila los aborreció. Ya tenemos aquí, claramente delineado, un tercer elemento del ideario de Vargas Vila que, como los otros dos (el resentimiento nihilista y la conciencia de ser sexualmente diferente), lo acompañará hasta la muerte: el feroz antagonismo con los curas y la religión católica.
 
Se alistó como soldado
 
Apenas salió del seminario, estalló una revolución goda, es decir, clerical. Al joven se le ofrecía, por primera vez en su vida quizás, la oportunidad de manifestar sus verdaderos sentimientos, y no la desaprovechó. Alistóse con las banderas de la legitimidad, mostrando, como cualquier otro muchacho liberal de su tiempo, un tremendo entusiasmo bélico. Pero pronto se enfrió. En los campos de batalla se dio cuenta de que el partido liberal radical movía a las masas con métodos muy parecidos a los de los curas y la godarria. El penúltimo mito en el que el joven desencantado había deseado refugiarse -el radicalismo- se derrumbaba. De ahora en adelante, encontraría frente a sí dos campos contrapuestos: la pureza de su madre y la suciedad del mundo.
 
Terminada la guerra civil
 
Si no hubiera resultado suficientemente decepcionante la experiencia de los campos de batalla, la paz hubiera terminado de amargar a Vargas Vila. Pues éste, miembro de un ejército triunfante, se encontró de sopetón con todas las puertas cerradas... y con la necesidad de ayudar al sostenimiento de su familia. Se convirtió, pues, en maestro de escuela, sin deseos ni vocación.
 
Su primer escándalo
 
Se trató de un incidente completamente anodino y superfluo, un poco chistoso, quizás, pero que la sociedad cerrada y mojigata de entonces castigaba con rigor. Vargas Vila se enamoró de una jovencita agraciada y de alguna posición. Pese a sus iniciales vacilaciones, se decidió a hacerle la corte, y la damita pareció responder. Pero en el momento crucial, en vez de pronunciar el anhelado «sí», le dio de bofes al imberbe pretendiente. Este, a su vez, desolado y lejos del consuelo de su familia -estaba en Ibagué-, sintió que el ridículo lo perseguía y abrumaba y, al fin, abandonando su plaza de maestro se resolvió a volver a la capital. Este es, curiosamente, el único «affaire» que se le conoce a Vargas Vila.
 
El segundo escándalo de su vida
 
Después del descalabro amoroso de Ibagué, Vargas Vila viajó a Bogotá, en donde le fue ofrecida una plaza en Guasca, pueblito gris y oscuro. De ahí, pasó a Anolaima; y su estado anímico de joven despechado produjo la famosísima Aura o las violetas, su primera obra, que sin embargo tardaría mucho en publicarse. Por último, Vargas Vila regresó a la capital.

Aurora o las violetas Emma, novela de Vargas Vila Aurora o las violetas Emma, novela de Vargas Vila.

Ahí, su situación se hizo insostenible. Estaba desempleado, y pasaba el tiempo desesperándose, bostezando de hambre o charlando con el «indio» Uribe, liberal radical, una de las figuras colombianas más interesantes del siglo XIX. De repente, su pariente José Joaquín Ortiz, haciendo uso de una «palanca» -el tráfico de influencias ha existido desde siempre en Colombia -le obtuvo la vice-rectoría del Liceo de la Infancia, cuyo director era el cura Tomás Escobar. Vargas Vila aceptó agradecido. Pero fue una sola cosa ver a Escobar y darse cuenta de su sodomía. Poco después, sus sospechas se confirmaban: el cura era sodomita, y perseguía con asombrosa dedicación a los estudiantes. Indignado, Vargas renunció, publicando poco después en el periódico «La Actualidad» un panfleto violentísimo, titulado «El camino de Sodoma».
 
Como es de suponerse, «El camino de Sodoma» causó un escándalo tremendo. En un gesto repugnante, lo más granado de la sociedad bogotana se puso de parte del corruptor de menores, y en cambio el denunciante fue virtualmente crucificado. Derrotado y escarnecido, tuvo que huir.
 
Se alistó como soldado por segunda vez
 
Vargas Vila se refugió en Villa de Leyva, protegido por otro pariente. Allí, se enteró de que las cosas iban mal para el liberalismo. El caudillo conservador -poco antes ardiente radical­ Rafael Núñez, disponíase a copar el poder y crear un régimen autoritario. Exasperados, los liberales se levantaron en armas en 1885, sólo para ser ignominiosamente aplastados.

Ya por entonces, Vargas Vila no creía demasiado en sus compañeros. Los había visto en la anterior campaña, y se daba cuenta que ahora estaban todavía más desorganizados e impotentes. Pero él, por su parte, no podía dejar de combatir a los godos, a los curas y a Rafael Núñez, a quienes odiaba. Se trataba de un deber ineludible. Lo cumplió, con virilidad pero con escepticismo, escribiendo entre batalla y batalla el panfleto antinuñista «Pretéritas». Estuvo, por último, en la desastrosa batalla de La Humareda, y compartió el destino de los liberales más decididos y valientes: el exilio.
 
Estancia en Venezuela
 
En el vecino país desde el principio comenzó a publicar sus libros. EI que primero vio la luz fue Aura o las violetas, que se convirtió de inmediato en un best-seller, como se dice hoy en día. Este librito, que hace fruncir el ceño a los críticos, tiene el encanto perenne de lo sinceramente cursi, y aún hoy conserva buena parte de su popularidad.
 
Las ideas que profesó Vargas Vila
 
Ya que nos hemos referido a sus libros, hablemos del conjunto de su producción, y de la ideología expresada en ella. Vargas Vila no fue muy coherente, ni tampoco produjo pensamientos nuevos. En cambio, tomó un poco de cada corriente, y con ello formó un espeso ajiaco intelectual.
 
Primero que todo, su catecismo incluye ideas socializantes. Clamó contra las oligarquías, contra sus corrupciones y excesos sin presentar, sin embargo, su visión de una nueva sociedad. Sin ser marxista, fue de los primeros colombianos en clamar contra el imperialismo norteamericano, al que estigmatizó en su estupendo folletín «Ante los bárbaros». Del liberalismo radical -del que nunca se separó del todo- heredó su odio contra el fanatismo religioso, su aversión al catolicismo, su adhesión -no muy activa, sin embargo- a la masonería. Y de las corrientes artísticas más en boga -romanticismo, simbolismo, modernismo- tomó la actitud nihilista ante la vida, con sus desplantes, su intento de superar la «moralidad burguesa», su deseo de asustar al hombre del común.
 
Su mérito literario

No debe producir asombro al lector el trasfondo de escándalo que rodeó a Vargas Vila toda su vida: sus ideas no eran nuevas en el ámbito mundial, pero sí en el colombiano. No le corresponde el crédito de haberlas inventado, pero las popularizó y expuso con extraordinario talento.

Lo que decimos merece una explicación. Vargas Vila nunca tuvo la aprobación de los críticos, ni de las academias. Y, en efecto, su estilo es almibarado, artificial, cursi. Pero, a la vez, contiene una dosis de energía enorme, que quizás no haya destilado ninguna otra pluma en nuestra historia.
 
La gran equivocación de los críticos «serios» ha sido clasificar a Vargas Vila como novelista. ¡Rotundo error! Escribió novelas y expuso ideas, es cierto, pero fue en esencia un panfletista, de nacimiento y vocación. Y el panfleto no es un género que merezca ser despreciado. Los de Vargas Vila eran maravillosos; plásticos, unilaterales, salvajes, llenos de odio. Probablemente nadie ha escrito libelos tan bien como Vargas Vila en el continente americano.
 
Trabajo como consultor presidencial
 
Ya vimos que Vargas Vila, con todas sus virtudes era sin embargo un resentido, no un revolucionario. Cuando Joaquín Crespo (una ficha que el dictador Guzmán Blanco había puesto en la presidencia, de Venezuela, mientras él se divertía de lo lindo en París) nombró a Vargas consultor presidencial, el escritor aceptó presuroso. Mientras ejerció el cargo, se rebajó de lo lindo. Además, es cierto, vivió espléndidamente; y como, con toda probabilidad, desfalcó, quedó con recursos para enfrentar a la dura vida.
 
Las razones que lo impulsaron para salir de Venezuela a Nueva York
 
Salió porque Nueva York era una especie de Babel moderna, y su cosmopolitismo fabuloso y atormentado fascinaba a más de un escritor, incluido Vargas Vila. Estuvo breve pero fructíferamente en la monstruosa ciudad. Primero que todo, ganó a un gran amigo, que lo acompañaría durante el resto de su vida, Ramón Palacio Viso. En segundo lugar, conoció al gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Darío quiso al colombiano, e incluso compuso un par de versos acerca de él. Vargas también apreció a Darío, pero haciéndolo víctima, una o dos veces, de sus desplantes. Sintiendo irresistibles deseos de conocer a Europa, se embarcó repentinamente en un crucero, conoció a Grecia y fue a dar, como por instinto, a París.
 
En París se convirtió en un libertino
 
Las leyendas que corren acerca de Vargas Vila son tan exageradas como cómicas. Según algunos, conocía de memoria todos los burdeles de París, y hacía innombrables orgías con rubias descomunales. Según otros, acosado por una incurable pederastia paseaba por la ciudad Luz, y se convirtió en el terror de los efebos franceses.
 
Hay que decir que Vargas Vila, con sus libros -algunos de ellos abiertamente «libertinos»- y desplantes daba pábulo a estos rumores. La verdad era otra. Sencillo y ordenado, casi pudoroso, Vargas Vila no tuvo grandes amores, definitivamente no cultivó la bohemia y, hasta donde se ha podido comprobar, tampoco tuvo experiencias homosexuales.
 
Ostentó el título de embajador de Ecuador en Roma
 
Vargas Vila ya era famoso, y no tenía necesidad de venderse, como cuando se convirtió en consejero del comodín venezolano. Tenía un carácter orgulloso y muy escéptico. Pero cuando recibió un nombramiento del presidente del Ecuador, Eloy Alfara, se sintió obligado a aceptar. Alfara era un revolucionario liberal de ejecutorias extraordinarias, uno de los pocos hombres a quienes se había atrevido a admirar Vargas Vila. De modo que aceptó.
 
«Nadie es profeta en su tierra», debió pensar. Mientras que de Colombia sólo le llegaban insultos y excomuniones, otras naciones latinoamericanas le honraban. En fin, Vargas no era un talante muy diplomático. Suscitó en Roma numerosos disgustos y conflictos -casi uno por cada día que estuvo- culminados por un tremendo incidente con el Papa en persona, que le costó el cargo.
 
El contenido de sus últimos libros

A medida que pasaba el tiempo, Vargas Vila se volvía más agrio y explosivo, sin olvidar uno que otro arranque romántico. Su novela Ibis causó multitud de suicidios, uno de los mejores premios que puede tener un escritor de talento. Fue seguida por Italo Fontana, que versaba sobre las costumbres depravadas de un príncipe italiano. No olvidemos nombrar algunos panfletos fabulosos, como «Los césares de la decadencia». Lo curioso es que, entre más acosaba a la sociedad, ésta más se veía obligada a tributarle su admiración. Pues Vargas Vila, debe saberse, conoció el éxito. Probablemente, fue un premio del destino a uno de los colombianos más sinceros de todos los tiempos.

Referencia:
Congrains Martín, E. (1989). Colombianos Celebres. Colosos de la Humanidad. Editorial Forja Ltda.