Denis Diderot
Denis Diderot nació el 5 de octubre de 1713 en Langres, en la región de Champaña, en Francia, en el seno de una familia de artesanos relativamente acomodados y profundamente católicos. El padre, Didier Diderot, era cuchillero y fabricante de instrumentos quirúrgicos y su trabajo estaba bastante bien remunerado. Su mujer se llamaba Angélique Vigneron, con la que tuvo cinco hijos, de los que solo sobrevivieron tres. Los Diderot querían iniciarlos a todos en la carrera eclesiástica, con lo que al primogénito Denis lo enviaron a estudiar en el colegio jesuita de Langres; su hermano Didier-Pierre también realizó estudios religiosos y llegó a ser sacerdote, siendo nombrado canónigo de la catedral del país, mientras que su hermana Angélique, a la que Denis estaba muy unido, fue obligada a tomar los hábitos. Por desgracia, la joven murió a muy corta edad, tal vez suicidándose, lo que marcó hondamente a Denis Diderot, que le dedicó la novela La religiosa, donde narra las tropelías a las que se ve sometida la hermana Suzanne, encerrada en un convento de clausura contra su voluntad. El joven Diderot estudió varios años en los jesuitas y llegó a ejecutar la ceremonia de la tonsura, es decir, el corte de una parte de cabello que indicaba la entrada en la Compañía de Jesús. Dado que nunca llegó a sentir la predisposición a seguir la vida clerical, en el año 1728 abandonó la Compañía y se trasladó a París. Este movimiento marcó el comienzo del alejamiento de la familia, que duraría varios años y tendría graves consecuencias económicas para el pensador.
Ya en la capital francesa, Diderot se inscribió en la universidad y en 1732 consiguió el título de Magister artium, que no garantizaba una preparación específica, sino una formación cultural bastante general y abigarrada, que abarcaba desde el griego y el latín a la historia y la filosofía, de la medicina a la música y al derecho. En consecuencia, cuando se tituló, al no ser capaz de realizar un trabajo específico y sin poder contar con una familia que lo pudiese mantener, Denis aceptó hacer los trabajos más diversos: durante un par de años fue ayudante en el despacho de un abogado, luego fue notario público y preceptor, pero sobre todo trabajó como traductor de inglés. Si por una parte estos oficios, tan variados y esporádicos, no le garantizaron una gran estabilidad económica, sí le permitieron en cambio ampliar sus competencias en los campos más diversos. En particular fueron importantes para él los trabajos de traducción del Diccionario médico de Kobert James y de Investigación sobre la virtud y el mérito de Anthony Cooper, conde de Shaftesbury, que le permitieron entrar en contacto con las principales ideas científicas y filosóficas del otro lado del canal de la Mancha.
Retrato de Denis Diderot (1715-84) - Jean Honoré Fragonard
En aquellos años de intensa labor, escasas ganancias y gran entusiasmo cultural, Diderot frecuentó cafés y salones literarios, convirtiéndose en amigo de los principales exponentes del movimiento ilustrado y librepensador como Jean-Jacques Rousseau, a quien conoció en 1742 y con quien mantuvo una relación tan intensa como tormentosa; Étienne Bonnot de Condillac, a quien conoció en 1745; François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, y Jean-Baptiste le Rond d’Alembert. En 1741 conoció también a la costurera Antoinette Champion, apodada Nanette, de la que se enamoró y con quien contrajo matrimonio. Sin embargo, sus padres volvieron a oponerse y, cuando se anunció el compromiso, al joven Denis lo encerraron en un convento en Troyes, con la esperanza de que por fin decidiese abrazar la vida monástica. En vez de eso, el joven se escapó por la ventana y corrió hasta París a casarse a escondidas con su prometida, que con el tiempo habría de acercarlo poco a poco a su familia de origen. De aquel matrimonio nacieron cuatro hijos, pero solo sobrevivió la tan querida Marie-Angélique, que sería la última en llegar. Junto a la relación que mantuvo con su mujer, el vínculo más importante del filósofo fue el que le unió a su amiga y amante Louise Henriette Volland, a la que él mismo llamaba Sophie en honor a la «sabiduría» griega. Tal y como se desprende de su correspondencia, Volland representó para Diderot una consejera y una compañera de pensamiento de inestimable valor a lo largo de toda su relación, que se inició en 1756 y duró toda su vida.
A pesar de las dificultades económicas y los problemas familiares, la década de 1740 representó para el pensador un período de gran productividad filosófica. En esta época escribió obras que iban del deísmo y el escepticismo para acabar en el materialismo y el sensualismo, como los Pensamientos filosóficos (1746), De la suficiencia de la religión natural y El paseo del escéptico (1747), la Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (1749), así como la novela libertina las joyas indiscretas (1748).
Sin embargo, la actividad filosófica de Diderot no fue recibida con gran entusiasmo, puesto que en las posturas ateas y materialistas que expresaba quedaban atrapadas con frecuencia en las redes de la censura francesa. Así, el Parlamento francés condenó su libro Pensamientos filosóficos (que incluso había sido publicado bajo anonimato) a ser quemado y Diderot fue denunciado a la policía y fichado en 1748 como «joven peligroso» por sus ideas blasfemas. Cuando más tarde, en 1749, publicó Carta sobre los ciegos, se emitió una orden de encarcelamiento y el filósofo se vio obligado a cumplir 103 días de prisión, desde el 22 de julio al 3 de noviembre.
Su puesta en libertad fue posible solo gracias a la mediación de algunos amigos y tal vez también de la marquesa de Pompadour, la favorita del rey Luis XV y amiga personal de Diderot y Voltaire. Cuando salió de la cárcel, el filósofo tuvo que firmar una carta de sumisión y continuó cumpliendo un período de libertad vigilada. Esto explica por qué desde ese momento en adelante se publicaron sus obras filosóficas más importantes como anónimas o con pseudónimos o, en algunos casos, no vieron la luz hasta después de su muerte. Las ideas de Diderot circularon entonces por los grupos de los philosophes franceses, pero durante largo tiempo no conocieron una gran difusión y la fama del pensador estuvo vinculada casi en exclusiva al trabajo enciclopédico.
Esta colosal empresa nació de una idea del editor André Le Bretón, quien en un principio pensó en hacer traducir, de nuevo desde el inglés, la Cyclopaedia de Ephraim Chambers. No obstante, desde el primer momento el proyecto empezó a adquirir mayores dimensiones y se distanció del original inglés, definiéndose en torno a la planificación de la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. La dirección editorial de la obra se le encomendó en 1746 al abad Gua de Malves, quien contó con Diderot y d’Alembert como ayudantes. No obstante, en el año 1747, el abad abandonó el encargo y Diderot pasó a ser director del proyecto, mientras que d’Alembert asumió la codirección de la especialidad de matemáticas.
El cometido enciclopédico ocupó a Diderot durante veinte años y lo llevó a encargarse de cada aspecto editorial: recaudar fondos, contactar con los autores, redactar muchas de las voces, revisar cada una de las partes del texto, comprobar la corrección del contenido o supervisar el material para la impresión. La necesidad de revisar y, en ocasiones, completar los textos escritos por otros llevó a Diderot a estudiar muchos conocimientos teóricos, pero también a descubrir técnicas y prácticas artesanales directamente de quien las practicaba. El suyo parecía el trabajo de un obrero, pues se movía continuamente del escritorio del intelectual a los talleres de los artesanos más diversos, pasando por las imprentas que sacaban textos e ilustraciones para la Enciclopedia. Lo que impulsaba a Diderot y a sus colaboradores era la convicción de que el saber debía ser libre, es decir, debía estar al alcance de todos, y no ser competencia exclusiva de nobles y miembros del clero. Una vez más, como es lógico, no faltaron ni las críticas ni los problemas. En varias ocasiones, la corte real prohibió los trabajos de los enciclopedistas y pidió la destrucción de los volúmenes ya publicados, acusándoles de difundir ideas materialistas y ateas, contrarias entre otras cosas a la moral católica. Muchos filósofos de relieve, como d’Alembert y Rousseau, se apartaron del proyecto por temor a las penas o por desavenencias con el grupo de los enciclopedistas, y cuando el Parlamento francés censuró la obra y el Papa la incluyó en el índice de libros prohibidos, y amenazó con la excomunión a todos los católicos que poseyeran una copia, Diderot tuvo que continuar los trabajos en condiciones de semiclandestinidad para poder completar la publicación en 1772.
Pese a las muchas dificultades que encontró en Francia, el valor de la Enciclopedia fue reconocido en el extranjero; tanto es así, que en 1751 Federico II de Prusia nombró a Diderot y a d’Alembert miembros de la Academia de Berlín, y Catalina II de Rusia, con quien el filósofo mantenía una relación epistolar personal, en 1767 lo nombró miembro de la Academia de las Artes de San Petersburgo, sin por ello aceptar la propuesta de publicar una edición rusa no censurada de la Enciclopedia, ni llevar a cabo los numerosos proyectos de reforma de la sociedad y de enseñanza que Diderot elaboró para ella durante su estancia en la capital rusa en 1773. La decepción que siguió a este fracaso fue considerable; tanto, que el pensador, que había atisbado en los monarcas ilustrados una esperanza de mejora para la sociedad, pasó a posturas aún más democráticas y casi antimonárquicas.
Mientras seguían adelante los trabajos de la Enciclopedia, a pesar de los muchos altibajos, Diderot se reunía con el círculo cultural promovido por el barón de Holbach, donde conoció a David Hume, a Cesare Beccaria y a Alessandro Verri. Fue esencialmente el contacto con los ilustrados italianos, y en particular el entusiasmo suscitado por la lectura de De los delitos y de las penas, lo que incitó al filósofo francés a respaldar la abolición de la pena de muerte y la lucha de las colonias norteamericanas por la independencia. Al margen de estas fecundas relaciones internacionales, la difusión de las ideas filosóficas de Diderot en Francia no dejó de encontrar trabas. Con todo, en los últimos años de su madurez escribió Sobre la interpretación de la naturaleza (1753) y El sueño de d’Alembert (1769); el diálogo de El sobrino de Rameau (1762); las obras de teatro El hijo natural y El padre de familia (1758) y las novelas La religiosa (1760), que dedicó, como ya hemos mencionado, a la historia del suicidio de su hermana en el convento, y Jacques el fatalista y su amo (1773).
Tras su viaje a Rusia y Países Bajos en 1773-1774, Diderot volvió a París y empezó a llevar una vida más retirada, también en parte debido a sus problemas de salud, sobre todo del corazón y de circulación, que comenzaban a manifestarse y que culminaron en el ataque al corazón mortal que sufrió el 31 de julio de 1784. Por voluntad del propio Diderot, practicaron la autopsia a su cadáver. Esta práctica era por entonces bastante impopular entre los tradicionalistas y especialmente entre los miembros del clero católico y representó la última afirmación de «libre pensamiento» y materialismo crítico por parte del pensador. Sin embargo, aquello no acabó con las vicisitudes de su cuerpo, que fue enterrado en la iglesia de Saint-Roch de París. Para poder recibir sepultura, Diderot fue obligado poco antes de morir, bajo la fuerte presión de sus amigos más cercanos, a firmar una declaración falsa de fe católica. Esto le permitió recibir exequias religiosas y digna sepultura, en vez de ser enterrado en una fosa común, como era costumbre en la Francia del siglo XVIII para quien profesaba el ateísmo. La paz no duró mucho, porque en 1791, en plena revolución francesa, los sans-culottes asaltaron la iglesia de Saint-Roch, dañando las tumbas y desperdigando los restos del cuerpo. En 1795 y 1815, nuevos asaltos al templo modificaron su aspecto original, y acabaron con la destrucción de las lápidas. Mientras desaparecían los restos de Diderot, su biblioteca personal iba camino de San Petersburgo, donde la zarina Catalina II —que ya les había hecho una donación a la viuda y a los sobrinos del filósofo— reunió manuscritos y volúmenes del pensador francés que hoy se exponen en la Biblioteca Nacional Rusa, junto a los volúmenes pertenecientes a d’Alembert y Voltaire. Años más tarde, se erigió un cenotafio dedicado a Diderot en el Panteón de París.
Obras principales
Diderot escribió muchas novelas (La religiosa, Las joyas indiscretas, Jacques el fatalista y su amo, El sobrino de Rameau) y obras de teatro (El hijo natural, El padre de familia) y se dedicó durante veinte años de su vida a la redacción de la Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, escribiendo numerosas voces, revisándolas todas, buscando a los autores que pudieran ayudarlo en dicha obra, recaudando fondos y solucionando los problemas cada vez más complicados que surgían con la censura.
Obras filosóficas
Pensamientos filosóficos (1746)
Los Pensamientos son una recopilación de sesenta y dos pensamientos breves o muy breves que nacieron probablemente como profundización de la obra de traducción de la Investigación sobre el mérito y la virtud de Shaftesbury, que Diderot terminó el año anterior. En Pensamientos, Diderot llega a una concepción deísta que se enfrenta tanto a la superstición religiosa del cristianismo de la época como al ateísmo, que el autor aparentemente rechaza aún en esta fase de su pensamiento. En realidad, la obra ensalza las pasiones, suscita dudas sobre los milagros y la sacralidad de las Sagradas Escrituras y compara los relatos evangélicos con la mitología pagana. Por eso, en cuanto fue publicado, el Parlamento de París condenó el libro a la hoguera, pero a pesar de eso, el título conoció varias reediciones durante el siglo XVIII y en 1748 fue traducido al alemán.
Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (1749)
En esta obra se retoman muchas ideas expresadas anteriormente en Pensamientos filosóficos, aunque con un estilo muy distinto. Partiendo de la experiencia de Nicholas Saunderson, que se quedó ciego a la edad de un año, a pesar de lo cual era experto en óptica y profesor en la Universidad de Cambridge, además de autor de un volumen titulado Elementos de álgebra (1740), Diderot reflexiona sobre la manera en que los ciegos pueden conocer la realidad. Este tema, bastante en boga en la época, constituía en realidad un banco de prueba en la disputa entre empiristas y racionalistas. Diderot llega a una postura racionalista muy clara, basándose precisamente en el hecho de que incluso un ciego puede estudiar geometría. En la Carta adopta posiciones materialistas muy alejadas del cristianismo, como se desprende del diálogo de un Saunderson moribundo con el reverendo Gervaise Holmes. Debido a la publicación de la Carta, la ya difícil relación de Diderot con las autoridades francesas se desploma y el filósofo es encarcelado durante tres meses desde julio a noviembre de 1749.
El sueño de d’Alembert (1769)
Junto a Coloquio entre d’Alembert y Diderot y Continuación del coloquio, escritos el mismo año, este libro llega después de la ruptura de d’Alembert con el grupo de los enciclopedistas, acaecida entre 1757 y 1758. Tras haber expuesto ideas diferentes de las de Diderot, d’Alembert —presa de los delirios de la fe— expone todo un sistema de filosofía que coincide con las ideas diderotianas y que su amante.
Julie de l’Espinasse, le revela al doctor De Bordeu, médico de la escuela de Montpellier, en quien Diderot se inspira para muchos trabajos. Así, en El sueño se puede apreciar que el movimiento es una cualidad esencial de la materia, que el dualismo cartesiano es superado en vista de un monismo materialista que ve en la sensibilidad una cualidad común a toda la materia, sosteniendo así una continuidad entre la materia inorgánica y la vida, y, por último, que el organismo (animal o humano) es un tipo de cosmos en miniatura, como un enjambre de abejas, donde cada una disfruta de vida propia pero forma parte al mismo tiempo del conjunto orgánico.
Principios filosóficos sobre la materia y el movimiento (1770)
Este breve libro analiza los argumentos fundamentales del materialismo diderotiano, como la idea de que toda la materia esté necesariamente en movimiento y que la quietud no exista. El hecho de que el movimiento tenga su origen interno en la materia misma y no provenga de un primer motor inmóvil externo a ella (en contraposición con los puntos de vista de Newton y Voltaire, que aceptan la existencia de una causa de movimiento externa a los cuerpos y la identifican con Dios).
Elementos de fisiología (1770-1784)
La última obra de Diderot, que podríamos definir como un testamento espiritual, contiene su formulación más madura acerca del determinismo biológico y el materialismo y aborda de forma más específica también los temas antropológicos, morales y el estudio de las pasiones. Avanzando a partir de los estudios realizados por anatomistas y fisiólogos franceses coetáneos suyos, Diderot le dedica gran importancia particularmente al modo en que el hombre conoce y a la relación entre cerebro, sistema nervioso y órganos sensitivos. Al final de su reflexión, el filósofo recala en posturas deterministas y antifinalistas, fundadas en la fe en la física experimental y en las ciencias de la vida, y no tanto en la fe revelada y en la ontología.
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