Patrimonio cultural inmaterial de Colombia
En el año 2006 los países miembros de la Unesco, Colombia entre ellos, ratificaron la "Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial" aprobada en París el 17 de octubre de 2003. Dicha convención evidenció la importancia de proteger el patrimonio inmaterial y revivió la tradicional polémica sobre el concepto mismo del término y sus relaciones con la identidad nacional, la historia, la memoria, el presente y el futuro.
En términos generales, se entiende por patrimonio aquello que es posible guardar, preservar, coleccionar o atesorar, y que hace parte de la identidad, tanto individual como colectiva, de un grupo humano; aquello que es digno de ser expuesto en un museo y que permite al observador identificarse con lo que considera propio; aquello que no requiere palabras para ser explicado porque se conocen sus referencias y significados.
Se habla de patrimonio “tangible” o “material” para referirse a las construcciones monumentales, los edificios, las grandes infraestructuras; y también a objetos que se pueden trasladar, como las obras de arte. En esta acepción tradicional del término se encuentran manifestaciones “exhibibles” que se constituyen en importantes referentes de identidad para un pueblo, nación o etnia. Sin embargo, existe otro patrimonio, quizás más representativo, que no se puede tocar ni delimitar y que por lo tanto es más complejo de definir: el patrimonio cultural inmaterial, cuya naturaleza está directamente relacionada con el carácter dinámico de la cultura.
La Ley General de Cultura (ley 397 de 1997), en su artículo primero, define la cultura como “… el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y emocionales que caracterizan a los grupos humanos y que comprende, más allá de las artes y las letras, modos de vida, derechos humanos, sistemas de valores, tradiciones y creencias.”
De acuerdo con el artículo 4 de la misma ley, el patrimonio cultural de la nación está constituido “… por todos los bienes y valores culturales que son expresión de la nacionalidad colombiana, tales como la tradición, las costumbres, los hábitos, así como el conjunto de bienes inmateriales y materiales, muebles e inmuebles, que poseen un especial interés histórico, artístico, estético, plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, ambiental, ecológico, lingüístico, sonoro, musical, audiovisual, fílmico, científico, testimonial, documental, literario, bibliográfico, museológico, antropológico y las manifestaciones y los productos y las representaciones de la cultura popular.”
Según la Unesco (Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, artículo 2), el patrimonio inmaterial cobija “… los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. A los efectos de la presente convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible”.
Así, por ejemplo, los trabalenguas, dichos, adivinanzas y chistes son parte del patrimonio cultural inmaterial, algo tan incorporado en la forma de vida que con frecuencia -si no siempre- se pasa por alto: al no ser tangible, se podría creer que no corresponde a una tradición cultural que deba preservarse.
Una característica importante del patrimonio cultural inmaterial -quizá la que le imprime su condición- es que no debe ser pensado para ser entendido; es algo que se siente, que se transmite de generación, en generación, que no se aprende en las aulas de clase. No es un objeto que pueda coleccionarse en un museo, ni una pieza de exposición, y está sujeto a procesos en los cuales puede transformarse o perder su vigencia.
Características del patrimonio cultural inmaterial:
Ø Hace parte de la tradición cultural de la comunidad.
Ø Brinda continuidad cultural como comunidad porque ha permanecido en la memoria colectiva de un grupo por más de una generación.
Ø Permite la identificación con unos y distinguirnos de otros, es decir, hace parte de la identidad cultural de una comunidad.
Ø Posibilita que seamos parte de una comunidad.
Ø Es útil, necesario, significativo para nuestras vidas y la de la comunidad o grupo.
Ø Forma parte de los conocimientos que un grupo o comunidad ha elaborado y que se transmiten a lo largo del tiempo, de generación en generación.
Ø No daña a las personas o a la naturaleza.
Ø Es muestra de la creatividad e ingenio de una comunidad o grupo.
Descripción de algunas manifestaciones culturales inmateriales de Colombia:
Conocimiento sobre la naturaleza y tradición oral de los nukak makú
Los nukak makú son un pueblo indígena nómada que vive en la selva tropical húmeda, entre los ríos Guaviare e Inírida, en el departamento del Guaviare. Tras la persecución de que fueron víctimas estos indígenas por parte de los caucheros de la región durante la llamada «fiebre del caucho», a finales del siglo XIX y comienzos del XX, los nukak se aislaron por completo hasta 1965, cuando la colonización ganadera llegó a su territorio y algunos de ellos fueron asesinados. En 1987 la comunidad científica hizo pública la existencia de esta etnia (que pertenece a la familia lingüística makú-puinave) y el gobierno tornó algunas acciones para evitar su desaparición, entre ellas el establecimiento de un resguardo donde pudieran llevar a cabo sus recorridos sin sufrir ataques.
Se volvió a tener noticias de ellos en 1988, cuando un grupo de 43 indígenas llegó a Calamar (Guaviare), huyendo de una arremetida de los colonos que cultivaban coca en las cercanías del río Guaviare. Estos colonos, que debido a la escasez de mujeres tenían pocos hijos, robaban niños indígenas para utilizar su mano de obra, y los nukak decidieron hacer lo mismo, por lo que fueron perseguidos a muerte. En esta época su población ascendía a unos 1.000 individuos.
Estos indígenas recolectan gran cantidad de frutos y la miel de más de veinte especies de abejas. También recolectan elementos vegetales que les sirven para cubrir sus campamentos y elaborar hamacas, amarres, cerbatanas, arcos, cabos de hacha, dardos y fundas para los dardos, algodoncillo para asegurarlos, guayucos para los hombres, canastos, morrales desechables, jabones y otros objetos como ralladores (que se hacen con la raíz de la palma zancona).
Con los dientes de la piraña, los nukak elaboraban juegos de cuchillas; hoy emplean cuchillas metálicas. Hasta 1990 practicaban la alfarería en pequeña escala; hoy prefieren utilizar ollas y recipientes de otros materiales. Cuando no tienen fósforos o encendedores, recurren a su manera ancestral de producir fuego mediante la fricción de un trozo de madera con otro. En ciertas ocasiones se reúnen varios grupos de nukaks para llevar a cabo un ritual especial, entiwat, en el cual los grupos bailan frente a frente, se golpean y ofenden y luego se abrazan, recuerdan con llanto a sus antepasados y se expresan afecto.
En 1988, debido al contacto con los colonos, se presentaron entre los nukak varias epidemias -gripe, sarampión, parotiditis, malaria falciparum, hepatitis, meningitis- que redujeron su población a cerca de 400 personas. Hasta 1998 el Estado colombiano no adelantó ningún programa de atención en salud. Con el argumento de que «nadie sabe quiénes son sus líderes», ni siquiera se les permitió a los nukak usar los dineros de su propiedad que, por mandato de la constitución, eran consignados anualmente desde 1993 en un banco. Sólo en 1998 las secretarías de Salud y Asuntos Indígenas del departamento de Guaviare empezaron un programa de salud, gracias al cual la población volvió a crecer poco a poco.
Pese al crecimiento demográfico, el pueblo nukak enfrenta peligros cada vez mayores por cuenta de una nueva invasión de colonos a su territorio causada por la fumigación de cultivos; de su trabajo como jornaleros en la recolección de hoja de coca y labores asociadas; y en general del conflicto armado que se desarrolla en sus territorios ancestrales. Este último factor es responsable de una verdadera catástrofe, con el desplazamiento del 35% de su población, ha cobrado víctimas y ha interrumpido sus rutas de caza, pesca y recolección. Y aunque algunos grupos han logrado preservar su vida tradicional o por lo menos mantener cierta independencia, el espacio donde pueden vivir se reduce cada día más.
El conocimiento sobre la naturaleza y la tradición oral de los nukak fueron declarados patrimonio inmaterial de Colombia en 2004. Esta declaratoria implica un plan de salvaguardia para conservar y proteger dichas manifestaciones culturales, considerando que es imposible preservar una tradición cuando sus depositarios desaparecen.
Institución del palabrero wayúu
Los wayúu son un pueblo aborigen de la península de la Guajira, sobre el mar Caribe, en territorio de Colombia y Venezuela. Constituyen la etnia indígena más numerosa en ambos países. Ocupan un territorio de 15.300 km² en el departamento colombiano de La Guajira, y 12.000 km² en el estado venezolano de Zulia. Aunque entraron en contacto con los conquistadores europeos en el siglo XVI, nunca fueron sometidos, gracias a su resistencia y a las duras condiciones ambientales del desierto, que siempre les ha servido como refugio.
Entre los wayúu existe un sistema autóctono de administración de justicia dentro del cual el pütchipü o pütche'ejachi, portador de la palabra o «palabrero», es la figura más importante. Este se encarga de resolver los conflictos entre los clanes, mediando con el fin de lograr un arreglo rápido y justo para las partes, que mantenga el equilibrio social del grupo. El palabrero es elegido por la parte ofendida y no puede pertenecer a ninguno de los clanes enfrentados. En tanto mediador, ha de ser neutral, tan sólo debe transmitir lo que oye y buscar la forma de concertar un arreglo satisfactorio para las dos partes. Cuando acepta el encargo, se dirige a la ranchería del agresor a «llevarle la palabra». Ante el grupo reunido en pleno, aclara cuál es su misión y quiénes se la encomendaron. Después expone la gravedad del daño causado y señala el monto de la reparación exigida. Si el jefe del clan está de acuerdo con la multa, se fija la forma de pago; de lo contrario, tiene derecho a plantear una contrapropuesta que el palabrero transmitirá a la otra parte. En algunos casos se necesitan varios viajes entre un lugar y otro, pero casi siempre el problema se resuelve con una o dos visitas. Si el culpable no tiene bienes para responder por su infracción es declarado objetivo de guerra, dictamen que puede hacerse efectivo contra él o cualquiera de sus parientes.
El desagravio debe ser proporcional a la afrenta y a la posición social de los afectados. Las calumnias, los robos, los golpes, las ofensas verbales y los homicidios son cobrados, y el pago se hace en dinero, tierra o ganado. El palabrero no exige honorarios por su trabajo, pero el grupo que lo buscó le obsequia un porcentaje de la indemnización.
Los palabreros, maestros en los usos retóricos, persuasivos y artísticos de la palabra, constituyen una respuesta excepcional que surge de una historia particular, como una creación gestada a lo largo de los siglos de guerras que ha vivido y sufrido la etnia wayúu. Esta institución fue declarada patrimonio inmaterial en 2004. Al igual que en el caso de los nukak makú, la declaratoria hace referencia a la institución que representa el palabrero y no a la persona misma. Pero a diferencia de los nukak, los wayúu no se encuentran en peligro de desaparición y se han distinguido como un pueblo aguerrido que defiende su cultura.
Festival Nacional de Bandas de Paipa
El objeto de la declaratoria, que tuvo lugar en 2004, fue la tradición bandística del país. El Festival de Paipa es una de sus representaciones más importantes porque recibe músicos de todas partes de Colombia y cumple una significativa labor de transmisión de la tradición musical.
La cultura musical de las bandas tiene una larga trayectoria en el país: la primera llegó a Santafé de Bogotá en 1784. Dichas agrupaciones estaban conformadas por clarinetes, flautín, flauta, trompas, bajos, bombo, redoblantes, chinesco, platillos y pandereta. Hacia 1809 existían en la capital dos bandas musicales, la del Regimiento de la Corona y la de Música de Milicias, y en 1816 se conformó la de Música de Húsares de Fernando VII. En las primeras décadas del siglo XIX se fundaron bandas en varias localidades de la naciente república, como Guatavita, El Espinal, Aguadas, Pácora, Manizales, Salamina, Sonsón, Riosucio, Boavita, Paipa y Chiquinquirá. En 1875 se formó la de Pasto, y en 1878 la de Tunja. Sus repertorios incluían bambucos, contradanzas, valses, pasillos, chotises, gavota y otros aires musicales.
El Concurso Nacional de Bandas de Paipa se realiza cada año, durante el último fin de semana de septiembre. Lo caracteriza la alta calidad musical de las agrupaciones que participan (40 para el año 2020). Para quienes están inmersos en el medio, este concurso es el más importante del país. Entre sus principales objetivos se cuentan exaltar, difundir y cimentar la música colombiana, así como rescatar sus partituras.
Espacio cultural de San Basilio de Palenque
En 2004 fue declarado patrimonio inmaterial colombiano el espacio cultural del palenque de San Basilio, localizado en las faldas de los montes de María, municipio de Mahates, departamento de Bolívar. Y en 2005, fue declarado por la Unesco «obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad».
El término palenque designa los poblados de los cimarrones o esclavos fugados. Palenque de San Basilio es una comunidad fundada por cimarrones que se refugiaron en ciertos lugares de la costa norte del país desde el siglo XVI. De los numerosos palenques existentes en la Colonia, es el único que ha permanecido hasta hoy día, y libra una permanente batalla para mantener su identidad y su cultura. Es un testimonio de la riqueza cultural africana en territorio colombiano.
Esta comunidad tiene una organización social basada en los ma-kuagro (grupos de edad), complejos rituales fúnebres como el lumbalú y prácticas médicas tradicionales inmersas en una concepción particular sobre la vida y la muerte. Por todo lo anterior, San Basilio ejerce una fuerte influencia en la región Caribe colombiana y simboliza la lucha de las comunidades afrocolombianas por la abolición de la esclavitud, la reivindicación étnica y el reconocimiento de la diversidad cultural de la nación.
El Estado colombiano y la comunidad de Palenque han desarrollado varias acciones con miras a la preservación y protección de las expresiones y saberes que constituyen la base de su identidad. Sin embargo, fenómenos como la discriminación racial, la aculturación, la migración forzada y la falta de planes de transmisión cultural han afectado la continuidad del uso de la lengua, de las expresiones rituales y musicales propias y de los saberes de su medicina tradicional, en detrimento de la estabilidad social y cultural de la comunidad.
BENKOS BIOHÓ: Benkos o Domingo Biohó nació en la región de Biohó, Guinea Bissau, África occidental, donde fue secuestrado por el traficante portugués Pedro Gómez Reynel. Luego fue vendido al comerciante Juan de Palacios, quien a su vez lo vendió como esclavo al español Alonso del Campo en 1596, en Cartagena de Indias. Benkos era boga en el río Magdalena y huyó un día que zozobró su embarcación. Recapturado, en 1599 escapó de nuevo y se internó en los terrenos cenagosos del suroriente de Cartagena; allí conformó un ejército que logró dominar los montes de María, y una red de inteligencia que le daba información sobre los sucesos que acontecían en la ciudad. Organizaba las fugas de esclavos hacia el territorio liberado o palenque, y era llamado «el rey de Arcabuco».
- Carnaval de Riosucio
El origen del Carnaval de Riosucio se remonta al año 1847, cuando se fusionaron las fiestas de los Santos Inocentes y de los Reyes Magos. Ya entonces las tradiciones españolas, indígenas y negras habían conformado una cultura mestiza que halló su síntesis en esta celebración. La figura central es el diablo, que aparece como garante de la unión entre los pobladores de Quiebralomo -mineros africanos- y La Montaña -Indígenas-, enemigos tradicionales. En un principio La Montaña se ubicó en la parte baja de la zona, con una plaza dedicada a la Virgen de la Candelaria; y la parte alta fue ocupada por Quiebralomo, que adoptó a san Sebastián como su santo patrono. De la integración de estos poblados surgió Riosucio.
El Carnaval, que va entre el 28 de diciembre (día de los Inocentes) y el 6 de enero (día de Reyes), se basa en tradiciones culturales españolas, indígenas y africanas. La fiesta llega a su clímax el 4 de enero, cuando el diablo toma posesión de su trono rodante y hace su desfile triunfal por las calles del pueblo, seguido por un cortejo de personajes disfrazados, chirimías y cuadrillas de oradores que relatan la tradición del municipio y denuncian los problemas sociales. Este recorrido es acompañado por polvoreros. Al otro lado del pueblo, su majestad el diablo es esperado por los matachines sobre un tablado. Con su llegada se da inicio a un duelo de palabras en el cual las dos partes exponen sus inconformidades, rito literario en el cual se ejercita la memoria colectiva. Durante los dos días siguientes hay presentaciones de comparsas y bailes de la chicha.
Entre las prácticas de ascendencia africana que aún están vigentes en el Carnaval se destacan las relacionadas con la oralidad. Las cuadrillas de oradores, constituidas por demonios y matachines en oposición constante, relatan la historia de la ciudad y de los personajes míticos de la región. Así, la fiesta se convierte en evocación del pasado y en manifestación de la inconformidad de estos pueblos descendientes de los africanos. Este doble atributo de la oralidad como denuncia y remembranza colectiva se aprecia en las sociedades de África que abastecieron los mercados negreros de la actual Colombia.
El Carnaval de Riosucio es la fiesta popular más importante de Caldas, y una de las más representativas del país. Se trata de un acto festivo rodeado de manifestaciones rituales muy significativas para la identidad cultural, una afirmación de la vida social y espiritual de un pueblo marcado por una larga historia de pugnas internas que convergieron en torno a una figura simbólica: el diablo. Esta les permitió sentar las bases para una convivencia pacífica, compartir un mismo espacio y crear diversas formas de expresión popular representadas en literatura oral, danzas y cantos que se llevan a cabo en los rituales tradicionales del Carnaval.
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