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Toma del Palacio de Justicia

Bogotá, 6 y 7 de noviembre de 1985


Palacio de Justicia en llamas. Foto: Archivo El Tiempo

Once magistrados titulares, entre ellos el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía, y seis magistrados auxiliares; 24 funcionarios y empleados; 41 guerri­lleros y once soldados y policías, murieron en los trágicos hechos que se desarrollaron durante la toma del Palacio de Justicia en Bogotá por un comando del M-19, y la retoma por parte del Ejército Nacional, los días 6 y 7 de noviembre de 1985. La desgastada y discutida política de paz del gobierno de Belisario Betancur se extinguió con las llamas que salieron del edificio consumido en un voraz incendio.

El asalto del M-19 se inició a las 11 y 20 de la mañana del miércoles 6 de noviembre cuando el grupo guerrillero irrumpió en el sótano del palacio, y dio muerte a dos de los celadores posesionándose de las dependencias de la Corte y el Consejo de Estado. Centenares de personas quedaron atrapadas en el inte­rior del edificio, la mayoría en calidad de rehenes del M-19. En breves minutos integrantes del batallón Guardia Presidencial corrieron hacia la Plaza de Bolívar y fueron los primeros en enfrentarse con los asaltantes.

En medio de los disparos se conoció que el comando de los insurgentes estaba a cargo de Andrés Almarales y Luis Otero. Más tarde se difundió un comunicado en el que el M-19 expresaba que el objetivo de la operación era realizar un juicio público al proceso de paz adelantado por el gobierno Betancur y exigir horarios y espacios para su movimiento en la radio, la televisión y la prensa. Las peticiones se consignaron en un cassette, en la voz de uno de sus principa­les jefes sublevados, Álvaro Fayad, y finalizaban con la trans­cripción de la canción “Cali Pachanguero”.

A dos cuadras de distancia del lugar del enfrentamiento, en el Palacio de Nariño, el presidente Betancur convocó una reunión de emergencia de su gabinete ministerial. El general Miguel Vega Uribe, ministro de la Defensa, se hizo presente una hora y media más tarde, por encontrarse coordinando la respuesta militar a esta acción insurgente. Mauricio Gómez, hijo del candidato conservador y director del noticiero de televisión "24 Horas", hizo escuchar a través del teléfono al presidente y varios de sus ministros la cinta enviada por los guerrilleros. La primera reacción oficial fue la de que "no hay nada qué aceptar, no hay nada qué negociar".

Mientras tanto, en los alrededores del palacio se agigantaba la presencia de diversos frentes del Ejército, de la Policía y de los organismos secretos del Estado. Las calles, el comercio y los edificios adyacentes a la sede administrativa de la justicia comenzaron a ser evacuados. El temor y la curiosidad mezclados se palpaban en los rostros de millares de curiosos. Varios helicópteros volaron sobre el techo del palacio y descargaron grupos especializados en operaciones antiterroristas.

Una decena de tanques de origen brasileño denominados "Cascabel" se estacionó en la desolada superficie de la plaza. El fuego de ambos lados se intensificó. A través de las cadenas radiales algunos de los magistrados y funcionarios tomados como rehenes solicitaron un alto al fuego. El presidente de la Corte, Alfonso Reyes Echandía, formuló una súplica para que el primer magistrado entablara negociacio­nes con los guerrilleros.

A lo largo de la tarde y en medio de los disparos, más de un centenar de personas fueron liberadas por el M-19 o rescatadas por el Ejército, entre ellas un hermano del presidente y la esposa del ministro de Gobierno. Al anochecer columnas de humo surgieron por entre los ventanales y el techo del Palacio de Justicia. Varios narradores radiales conjeturaron que los asaltantes estaban incinerando los archivos de la Corte y el Consejo, que tenían que ver con sus propios expedientes y los de algunos narcotraficantes. En la medida en que avanzaba la noche, y cuando se esperaba un paréntesis de reposo, se incre­mentó el tableteo de las ametralladoras y las explosiones desatadas por el accionar de los tanques, los cañones y los proyectiles rockets se hicieron más frecuentes.

A la imagen aterradora que difundieron los noticieros de la noche y que mostró los tanques trepando por las escalinatas del palacio y derribando la puerta principal, se iba a agregar ahora la terrible escena del gigantesco incendio que envolvió toda la edificación. Sobre los costados en llamas estallaban estruendosamente los proyectiles arrojados por la artillería.

En medio de este cuadro escaparon los últimos sobrevivientes. La batalla continuó en medio de la oscuridad. En la mañana del día siguiente el impacto de los rockets se sucedía uno tras otro. Dentro del palacio las tropas de asalto vencían los nidos de ametralladora de los guerrilleros. Un oficio de intermediación de la Cruz Roja no alcanzaría horas más tarde ningún resultado positivo. El comando del M-19 accedió a soltar a las mujeres y los heridos que permanecían en su poder, y se atrincheró tras los magistra­dos y jueces que aún sobrevivían. Entonces se produjo el acto final. Los uniformados ganaron el último piso. Eran las 3 y 20 de la tarde. Una última explosión llegó desde el palacio y escapó por los costados calcinados del edificio. Hubo un instante de silencio, luego de 27 horas de combate.

Horas más tarde, en una alocución por radio y televisión, el presidente Belisario Betancur asumía la responsabilidad total del operati­vo adelantado por las Fuerzas Armadas durante la toma del palacio. En los días siguientes algunos sectores políticos objeta­ron el procedimiento seguido por el gobierno para dominar el asalto. Otros, en cambio, se solidarizaron con el proceder del Ejecutivo y el Ejército. Unos y otros coincidieron en que el holocausto del Palacio de Justicia ha sido uno de los más trágicos episodios del enfrentamiento guerrilla-Estado sufridos por Colombia en el siglo XX.

Referencia:
RUBINO, M. T. (1986). 1985 Colombia y el Mundo. Círculo de Lectores.

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