Costumbres neogranadinas del siglo XVIII
Se calcula que a mediados del siglo XVIII el Nuevo Reino de Granada estaba poblado por un millón de habitantes. Los mestizos, indígenas y negros eran más en comparación con los blancos (españoles y criollos) y la población era esencialmente rural. Con el predominio de las haciendas se fue conformando un grupo de población “flotante” compuesta por mestizos y esclavos libertos que eran verdaderos marginados sociales. Muchos se convirtieron en peones de las haciendas y en pequeños comerciantes al detal en las calles. En muchos pueblos se generalizó el llamado “concierto agrario”, concertaje de trabajo que hacían los peones, por un tiempo determinado, para los trabajos en las haciendas.
Una época de grandes diferencias sociales
En los siglos XVII y XVIII la mezcla de etnias se intensificó, ahondando cada vez más los prejuicios raciales. La mezcla era considerada desfavorable para la especie humana y el color de la piel decidía la posición social de las personas. Los neogranadinos de la Colonia valoraban la limpieza de sangre y un rumor bastaba para desprestigiar a una familia. En muchos casos, estas recurrían a la Real Audiencia para que certificara la limpieza de su sangre a través de una norma llamada “gracias al sacar”.
En la Colonia, la persona nacida de la unión de un español y una india era denominada mestiza, y la de un español y una negra, mulata. Un negro y una india, zambo; y entre un mestizo y una india, cholo. Así mismo, un mestizo y una española, castizo; de un mulato y una española, morisco; de un español y una morisca, albino y de un negro y una zamba, zambo prieto. Otros nombres que se utilizaron para designar a las personas en esta mixtura de etnias fueron: galfarro, santa atrás, calpán mulata, chino, tente en el aire, lobo, jíbaro, barcino, cambujo, coyote, ochavón y cuarterón. Se han llegado a clasificar más de 80 tipos de mezclas, que evidencian los prejuicios raciales resultantes del mestizaje en la sociedad neogranadina.
La aristocracia
“Marido, vino y bretaña, de España” era un refrán popular entre las mujeres de esta época. Los nacidos en la península ibérica, llamados “godos” o “chapetones” tenían todos los derechos sobre las tierras y las riquezas y podían llegar a las altas magistraturas civiles y eclesiásticas. Así se fue creando poco a poco una conciencia de lo “aristocrático” identificado con lo peninsular, que daba el orgullo de los pergaminos, los escudos y los mayorazgos. Esta conciencia buscaba el ennoblecimiento, incluso, con la compra de títulos nobiliarios.
Los criollos
Eran los hijos de las familias españolas nacidos en las tierras del Nuevo Reino, conocidos en esa época como “manchados de la tierra”. La legislación indiana estableció una distinción entre los españoles peninsulares y los españoles americanos que profundizó las rivalidades entre chapetones y criollos pues estos últimos tenían riqueza, cultura y una gran influencia social pero no tenían acceso al poder en el Virreinato, a excepción de los cabildos. Eran los dueños de las grandes haciendas agrícolas y ganaderas y estudiaban en las universidades y colegios.
A raíz de esto, los criollos empezaron a desestimar lo peninsular y se fueron alejando de la metrópoli. Anhelaban un cambio: la independencia del imperio hispánico a través de la revolución para poder llegar al poder. Fue así como las tensiones entre hacendados criollos de gran poder y la burocracia española empezaron a ser constantes. Quizá por ello, decía el sabio Humboldt, en estos años era usual escuchar a los criollos decir “Yo no soy español, soy americano”.
Los burgueses o comerciantes
En el Nuevo Reino de Granada del siglo XVIII los grandes comerciantes se encargaban de las transacciones económicas con otros países. Por su parte, los pequeños comerciantes y artesanos se dedicaban a los negocios de las tiendas y otros al detal. En estos últimos, ubicados en poblaciones de la región oriental, como Socorro y Pamplona, recayó la imposición de los impuestos de la alcabala y la Armada de Barlovento. Esto daría pie a numerosos enfrentamientos con los burgueses y a la famosa Insurrección de los Comuneros de 1781.
El clero
La expulsión de los jesuitas de todos los territorios españoles, en 1767, es la muestra de la fuerte influencia de la Iglesia en esta época. Sucedió porque, para la corona española, esta comunidad religiosa de “curas rebeldes, propagadores de las tesis del tiranicidio y la soberanía popular” intentaba formar un Estado dentro del Estado.
El denominado “alto clero” estaba formado en este período por obispos, canónigos y otros dignatarios, generalmente peninsulares, y el “bajo clero” eran los curas de aldeas y pueblos neogranadinos, que eran, por lo general, criollos. Mientras el “alto clero” defendió la monarquía española a capa y espada, el “bajo clero” se fue convirtiendo en adalid de las protestas e insurrecciones del pueblo. La escisión entre alto y bajo clero habría de profundizarse más en los primeros años del siglo XIX, cuando se delinearon más específicamente dos bandos: el patriota y el realista.
Los Indígenas
Para esta época los pocos que quedaban estaban aculturados y vivían en los resguardos o en las encomiendas que aún existían en el Nuevo Reino de Granada. Las enfermedades y la esclavitud a las que fueron sometidos hicieron que los que no recibieron el influjo europeo se refugiaran en las selvas, llanuras, en la Sierra Nevada de Santa Marta, el Chocó y en el litoral Pacífico.
Durante este periodo fueron utilizados por la aristocracia peninsular y criolla como mano de obra barata para los trabajos agrícolas. Los dueños de las haciendas buscaron acaparar las tierras de los resguardos y esto motivó luchas constantes de los indígenas en defensa de sus tierras. Así se fue creando en ellos un prejuicio contra el criollo terrateniente que les quitaba sus tierras y los perseguía para los trabajos agrícolas. Por el contrario, el rey y la burocracia colonial hispánica buscaron protegerlos; por esta razón buena parte de los indígenas luchó heroicamente por su rey en la Revolución de Independencia.
Los esclavos
Según los estadígrafos históricos, de una población aproximada de 800.000 habitantes, en 1779 existían 53.788 negros esclavos en el Nuevo Reino de Granada. La mayor parte estaba concentrada en las regiones mineras del Chocó, Cauca, Valle del Cauca, Antioquia y la costa Atlántica. En el Valle del Cauca fueron muy utilizados como mano de obra para los trapiches productores de panela y azúcar. En la costa Atlántica para las labores intensas de ganadería. Los cargueros terrestres y los bogas del río Magdalena, eran negros esclavos. También se dedicaron a los trabajos artesanales y al servicio doméstico.
En la segunda mitad del siglo XVIII se presentaron varias rebeliones de negros, causadas por los duros castigos y malos tratos de los cuales eran objeto. Muchos de ellos se fugaron de las haciendas y se convirtieron en salteadores de caminos. Eran los negros cimarrones. Cuando varios de ellos se agrupaban en el monte formaban los palenques o pueblos libres. La más famosa de estas rebeliones fue la liderada por el “negro Prudencio” en el río Otún y en Cartago pues concentró numerosos esclavos y estableció vínculos con otros palenques del Cauca, Valle y Chocó.
Costumbres del siglo XVIII
El siglo XVIII fue más alegre en la vida de las gentes neogranadinas. La influencia de los europeos que arribaban a estas tierras, especialmente franceses e ingleses, trajeron cambios en las costumbres y la cultura.
En los siglos XVI y XVII los hombres solían usar pantalón corto de seda o terciopelo y medias de seda o lana, en el XVIII se acostumbraron a usarlo de diversas formas (ancho y suelto), con un largo variable de la rodilla al tobillo. Más adelante, en el siglo XIX, los pantalones de los campesinos se volvieron largos y estrechos, casi pegados al cuerpo. También aparecieron los pantalones masculinos en forma de campana, con la bota del pantalón más ancha que la manga.
Los vestidos de las mujeres eran muy suntuosos y elegantes. Acostumbraban las faldas que caían hasta los tobillos y utilizaban varias enaguas, pues era un lujo tener hasta ocho o diez. Las blusas eran también muy elegantes. Algunas tenían pecheras bordadas con “abalorios”. Las mantillas para las mujeres españolas y criollas eran de variados colores para distinguirse de las de colores oscuros, utilizadas por las indias y mestizas. Para las grandes fiestas virreinales las mujeres de alta sociedad utilizaban vestidos, generalmente traídos de España, que fijaban su posición y la de sus familias en la sociedad.
La prohibición de la ruana
Se hicieron muy comunes las ruanas hechas de lana de oveja en colores claros y oscuros. Y aunque el virrey Ezpeleta prohibió a los artesanos del Nuevo Reino de Granada, usarlas, por considerarlas concentradoras de suciedad personal, esta prenda se siguió utilizando en las tierras frías y templadas, convirtiéndose en un elemento indispensable del traje campesino
Los saraos, fiestas campestres, cafés, juegos y tertulias
La influencia francesa se reflejó en la alegría de los saraos y fiestas campestres, en la organización de salones y tertulias abiertas y en el nuevo aspecto de las fondas de la época. Las plazas públicas se convirtieron en el escenario de la alegría popular, especialmente los sábados y domingos.
También se abrieron cafés, billares, restaurantes y casas de juegos. En las fiestas del Corpus Christi y la Navidad se acostumbraban las comparsas con grupos de variadísimas danzas y disfraces muy curiosos: matachines, representaciones de la tarasca, la ballena, la danza de los mampuchos, las danzas con indígenas en guayucos, entre muchos más.
Suntuosidad en las fiestas reales
Las ceremonias oficiales más importantes eran “la jura” de un monarca y la posesión de un Virrey. Eran verdaderos acontecimientos. En las calles y en la plaza principal se preparaba un tablado y se adornaban los doseles para colocar el retrato del rey. Luego desfilaban las fuerzas militares y los caballeros lujosamente vestidos, con sus caballos engalanados. Había lluvia de flores, repique de campanas, cohetes y música para expresar la alegría de la nueva administración. La ceremonia religiosa se hacía, también con gran suntuosidad, en la catedral y luego tenían lugar las fiestas populares durante varios días. Todo el clero participaba, al igual que la burocracia colonial y los colegios con sus togas solemnes.
Cuando se hacía la jura de un monarca, el Alférez Real presidía la ceremonia y el desfile. La primera se llevaba a cabo en un estrado frente al palacio virreinal y ante el estandarte real. En el segundo, el Alférez arrojaba monedas de plata al pueblo, que las esperaba con ansiedad. Después de esto solían tener lugar las fiestas aristocráticas en las grandes mansiones santafereñas, como la casa del marqués de San Jorge y, entre los sectores medios e inferiores, las fiestas de regocijo popular.
Los bailes criollos
En estas fiestas de los pueblos se fueron perfilando los bailes criollos, caracterizados por las interrupciones de los danzantes para dejar escuchar las coplas. Así se hicieron populares el torbellino, el moño, la bretaña, el paspié, la amable, la contradanza y otras. También tuvieron mucho arraigo las danzas españolas de grupo, en las cuales se presentaban simulacros de elementos alegóricos pastoriles a la usanza de España.
Las bandas de música
En el siglo XVIII surgieron las famosas bandas de músicos, ligadas, inicialmente, a la vida militar. Algunos monarcas amantes de la música ordenaron la creación de las bandas militares con instrumentos de viento como trompetas, clarinetes, trombones, tubas, cornos, bombos o tambores grandes, redoblantes o cajas y platillos.
A finales del siglo XVIII se despertó en Europa un entusiasmo extraordinario por las bandas de músicos con estridentes pífanos y ruidosos instrumentos de percusión. En ese tiempo los negros esclavos tocaban los tambores. Las retretas, fiestas nocturnas en las cuales las tropas del ejército recorrían las calles con faroles, eran amenizadas por las bandas militares. Justamente de esta época viene la costumbre del uniforme militar para los ejecutantes de las bandas de música. El 20 de enero de 1784 se inauguró la primera banda en Santafé, en el regimiento de la corona. Tenía clarinetes, trompetas, trompas y tambores y su primer director fue don Pedro Carrúcate. Esta banda divertía a los santafereños en sus paseos al salto del Tequendama, las funciones teatrales, fiestas y retretas.
Las corridas de toros y las riñas de gallos
Eran muy comunes en la celebración de las fiestas populares. Se acostumbraba que los alcaldes, montados a caballo y acompañados de música y cohetes, invitaran a los vecinos a las fiestas. Como no había plazas adecuadas para la lidia de toros se solía adaptar la plaza principal del pueblo: las esquinas eran cercadas y se levantaban palcos improvisados. El motivo podía ser la proclamación de un nuevo rey, una boda real o el nacimiento de un príncipe. Cuando se graduaba un doctor en Santafé se exigía al graduando y su familia ofrecer una corrida de toros al pueblo.
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