Las telenovelas en Colombia
La telenovela ha creado hábitos, modificado comportamientos y marcado rutinas familiares; ha elevado a sus actores a la categoría de ídolos y ha servido a la televisión colombiana para darse a conocer en el exterior. Un horario de telenovela, como columna vertebral de una programadora, permite niveles de recuperación económica que dan para sostener espacios culturales y periodísticos. Las raíces de la telenovela llegan al folletín de los siglos XVIII y XIX, que marcó las características del género.
Las radionovelas tuvieron gran éxito; el fenómeno creado por El derecho de nacer en los años cuarenta y cincuenta, primero en Cuba y después en Latinoamérica continental, es un ejemplo de sus alcances. El teleteatro, con sus actores, directores y, con sus obras, adaptaciones de los clásicos en las que primaba la voz, manifiesta el origen radial de la televisión colombiana, cuyo carácter era demasiado culto. Todo comenzó con El niño del pantano, obra de Bernardo Romero Lozano protagonizada por Bernardo Romero Pereiro, que se emitió el primer día de la televisión nacional.
La telenovela es hija del melodrama. Sus características son la emisión permanente -mucho mejor si es diaria-, la lentitud y el efectismo; su materia prima, los sentimientos más elementales: amor, odio, amistad, venganza, etc. Para llegar a ello, la televisión colombiana empezó su camino en la década del sesenta. Punch Ltda dio un primer paso con En nombre del amor, que se transmitía los lunes, miércoles y viernes. Su contrincante llevaba por título Infame mentira, y se emitía los martes, jueves y sábados. Los libretos eran cubanos.
Bernardo Romero Pereiro recordaba: “Colgate-Palmolive distribuía los libretos en todas partes"; no hay que olvidar que la telenovela es una forma agradable de vender jabones. Pero a la gente no le gustaron estas producciones. Ejemplos claros del melodrama que se manejaba con éxito en otros países latinoamericanos, chocaban con el teleteatro culto que los espectadores veían desde hacía ocho años. Consecuencia, fue el retiro del patrocinio de Colgate-Palmolive a Punch y a RTI.
RTI insistió con Diario de una enfermera, que llegó a otra audiencia. El país continuaba su proceso acelerado de urbanización; los recién llegados a la ciudad hallaban nuevos conflictos, el analfabetismo disminuía y la necesidad que alguien o algo mediara en la adaptación de un país que pasaba de la mula al avión, comenzaba a sentirse con urgencia. Serían necesarios muchos esfuerzos para definir el sendero. Dos rostros, una vida, Casi un extraño, La sombra de un pecado, Mil francos de recompensa, Candó, Cartas a Beatriz y Destino, la ciudad -un verdadero suceso de trascendencia social- son algunos de los títulos de entonces. Julio Jiménez, Efraín Arce Aragón y Bernardo Romero Pereiro impulsaron el género hacia su consolidación en el gusto de los televidentes.
Según el DANE, en 1981 el público ya había definido el papel de la televisión en el hogar. De acuerdo con las estadísticas sobre equipamiento doméstico, de 4.772.231 hogares encuestados, el 18,6% tenía teléfono; el 33,6%, nevera; el 6,4%, lavadora; el 17,5%, equipo de sonido; y el 51,3%, televisor en blanco y negro, porcentaje superado únicamente por la licuadora o la batidora con 52,6%. 3.206.804 de esos hogares estaban en las ciudades. El 67,1% del total nacional urbano tenía televisor en blanco y negro, y el 11,3%, televisor en color.
El medio había crecido y, con él, la audiencia y las necesidades de respuesta a muchas y variadas expectativas. Martha Bossio adaptó la novela de Juan Gossaín La mala hierba (1981), que Caracol produjo en 1982. La respuesta del público fue entusiasta y febril, tal vez por la coincidencia temática con la situación nacional, o por la definición de los personajes, que sería una constante en el trabajo de esta libretista. Pese a la dificultad del tema -la riqueza obtenida con el negocio de la marihuana-, que en un principio hizo pensar en la censura, el género triunfó. Bossio aportó el elemento del humor, que suavizó los conflictos y provocó reacciones inesperadas.
La búsqueda de una identidad, de una temática nacional, de una forma de hablar, de unos conflictos propios y de unas raíces, aunque fueran prestadas, provocó el éxito de Pero sigo siendo el rey, otra novela de Caracol y de Martha Bossio, en 1984. Con un elemento musical muy relacionado con la historia se convirtió en un verdadero fenómeno de sintonía. Otras producciones de Caracol consolidaron la línea trazada: San Tropel, Gallito Ramírez y Caballo viejo. Por su parte, RTI tomó el sendero de la telenovela «seria», con adaptaciones de obras literarias como Gracias por el fuego y La tregua de Mario Benedetti, y La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa. Punch produjo Amándote, una novela de éxito, hecha expresamente para el gusto del público.
Al finalizar la década del ochenta, esta programadora desarrolló una de sus mejores propuestas televisivas: Las muertes ajenas, de Juan Carlos Gené, sobre un libro de Manuel Mejía Vallejo. Dicha producción dio un paso que culminaría, mucho después, en un estilo realista de televisión, que ya había manejado Pepe Sánchez. La mejor y más exitosa experiencia de ese estilo sería Amar y vivir, de Colombiana de Televisión. Con libreto de Germán Escallón y dirección de Carlos Duplat, este seriado fue un golpe de audiencia y elevó a los personajes de Joaquín e Irene, encarnados por Luis Eduardo Motoa y María Fernanda Martínez, a un altísimo nivel de popularidad.
De lo local a lo universal
La producción de telenovelas en el país siempre ha sido considerable, ya que desde la inauguración de la televisión se estableció que por lo menos el 50% de lo emitido debía ser nacional. De esta manera el televidente se acostumbró a ver programas hechos en Colombia. Esta tendencia se hace evidente al analizar los programas de mayor éxito, se trata de obras realizadas en el país, sobre temáticas locales y con recursos propios.
Los programas que han hecho historia en la televisión colombiana tanto por su calidad narrativa como por sus niveles de audiencia se ubican en dos categorías: la telenovela y la comedia. Los años noventa llegaron con mejores búsquedas narrativas y estéticas, preguntándose sobre lo que significa vivir en un mundo donde no hay nada a qué aferrarse; esto se reflejó en obras de pensamiento más contemporáneo y con mayor ironía política como Café (1993), de Fernando Gaitán y RCN, telenovela que conquistó los mercados internacionales; Señora Isabel (1993), de Bernardo Romero Pereiro y Mónica Agudelo; Hombres (1995) y La madre (1998), de Mónica Agudelo y RCN; La alternativa del escorpión (1992), La otra mitad del sol (1996) y La mujer del presidente (1998), de Navas y Miranda; De pies a cabeza (1994) y Perro amor (1998), de Juana Uribe para Cenpro Televisión.
Con la aparición de los canales privados llegaron tres éxitos universales: Yo soy Betty la fea (2001), de RCN y Fernando Gaitán. Pedro el escamoso (2002), del canal Caracol y los libretistas y productores Dago García y Felipe Salamanca; y Pasión de gavilanes (2003), escrita por el libretista Julio Jiménez y producida por RTI para Telemundo y Caracol. Esta última expresa la nueva tendencia de diseñar y realizar historias en perspectiva global.
La línea satírica del humor con inteligencia y sutileza encontró su perfección en El siguiente programa (1995-1996), de Martín de Francisco y Santiago Moure. La figura contundente fue Jaime Garzón, quien a través de sus programas Zoociedad (1992) y Quac, el noticero (1995-1997) y su personaje Heriberto de la Calle, el embolador impertinente, representó el humor político, la ironía en versión de inteligencia. Aunque esta no es una línea tan consistente ni productiva como la de la telenovela, cada vez los colombianos se ríen más y ganan mayor nivel de autocrítica e ironía en televisión; sólo que el humor se ha desplazado de la comedia a la telenovela.
Entre 2004 y 2006 se buscó hacer telenovelas en versión globalizada; el resultado, obras que ni emocionan localmente ni encuentran el éxito internacionalmente, como La tormenta y El zorro. Entonces, se vuelve a lo local con Pecados capitales, La saga Sin tetas no hay paraíso, Los Reyes, La hija del mariachi y Hasta que la plata nos separe.
Si se analiza la historia televisiva en Colombia, se encuentran grandes obras que son testimonio de la obstinación por producir una conversación colectiva de calidad y unos referentes vitales de identidad. La pantalla ha sido una demostración de una nación imaginativa y versátil, con creadores que hicieron escuela, como Bernardo Romero Pereiro, Pepe Sánchez, Carlos Duplat, Julio Jiménez, Martha Bossio, Mauricio Navas, Mauricio Miranda, Fernando Gaitán, Juana Uribe, Dago García y muchos más. Estos creadores han dado paso a historias que representan la idiosincrasia colombiana.
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