La conquista de las civilizaciones americanas
Tras el encuentro con los europeos, las antiguas civilizaciones de América sufrirían las consecuencias del expolio y la intolerancia cultural y religiosa de los conquistadores. El descubrimiento de América supuso el colapso demográfico de los pueblos nativos, que se vieron diezmados por las brutales condiciones de trabajo impuestas, por las guerras y por las enfermedades epidémicas que llegaron de Europa.
La civilización maya
En su momento de esplendor (siglos III-IX) la civilización maya fue una de las más densamente pobladas, y las grandes ciudades de Chichén Itzá, Tikal y Uxmal fueron importantes centros cuyo gran dinamismo cultural produjo avances como la escritura, el calendario y sus emblemáticas pirámides. Sin embargo, el pueblo maya al que se enfrentaron los españoles era débil y vulnerable, ya no era aquella gran civilización, sino pequeños grupos que mostraron su lado más rebelde a los españoles hasta entrado el siglo XVII.
A la llegada de los españoles la población se repartía entre las tierras bajas del norte, en la península de Yucatán; las tierras altas de la sierra Madre por el estado mexicano de Chiapas; el sur de Guatemala hasta El Salvador, y las tierras bajas del sur en la llanura costera del Pacífico. La conquista de cada uno de sus cacicazgos se debió a diversos descubridores en un proceso que duró casi 175 años y que se desarrolló en dos fases: de 1527 a 1547 los españoles conquistaron el noroeste de Yucatán, y a partir de finales del siglo XVI invadieron el territorio comprendido desde Puuc hasta Petén.
El sometimiento de los mayas yucatecos (1526-1546) fue la empresa más difícil. Estos trataron de evitar las incursiones de los españoles con gran dureza, pero acabaron siendo vencidos porque los colonizadores eran muy superiores en estrategia militar y disponían de mejores armas. El primer contacto con interés colonizador se produjo en 1517 cuando Francisco Hernández de Córdoba descubrió Yucatán. En 1518 se produjeron las expediciones de Pedro de Alvarado, Francisco de Montejo, Alonso de Ávila y Juan de Grijalva, y en 1519, la de Cortés.
En 1528 Francisco de Montejo, nombrado gobernador y capitán general del Yucatán, fundó la ciudad de Salamanca. Su hijo apaciguó el territorio y fundó la capital, Mérida. En 1544 todavía la presencia española era escasa en la zona, por lo que varias provincias mayas se prepararon para resistir contra el invasor, y en 1546 se produjo la rebelión maya de la villa de Valladolid (Sací), que fue especialmente sangrienta. Tras la derrota muchos nativos se dispersaron y huyeron al sur. Con ello se dio por terminada la primera etapa de conquista de los mayas.
Para fines de la primera mitad del siglo XVI los españoles habían fundado las villas de San Francisco de Campeche, Valladolid, Salamanca de Bacalar y Mérida. Ocupados en controlar y vencer a los mayas del noroeste, quedaban por conquistar aquellos grupos que habían buscado refugio en las montañas. Esto se produjo con la llegada del gobernador Diego Fernández de Velasco (1596-1604). La conquista de los territorios mayas finalizó en 1697, con la toma del enclave independiente en Tayasal, en el lago Petén (Guatemala).
Aztecas, Toltecas y Zapotecas
La última gran civilización precolombina fue la del Imperio azteca, cuyo dominio político y cultural fue sustituido por el del Imperio español. Los aztecas eran herederos de otro pueblo amerindio, el de los toltecas, cuya decadencia en el siglo XII dio pie a la hegemonía de los aztecas. Estos crearían una cultura continuadora de la tradición tolteca en múltiples aspectos, como las creencias, una de ellas era la leyenda del dios Quetzalcóatl, un gran rey que civilizó a los toltecas y partió hacia Oriente con la promesa de regresar después. Este mito le llevaría a Moctezuma a creer que Hernán Cortés era la encarnación de este dios, creencia que facilitaría la entrada del conquistador en Tenochtitlan.
Los aztecas fundaron su capital en Tenochtitlan (1325), que fue gobernada por los mexicas, una tribu azteca especialmente violenta. Desde allí organizaron el Imperio azteca (1428-1521) en ciudades estado, gobernadas por reyes absolutos de origen divino. Su estado permanente era la guerra con otros pueblos de quienes obtenían tributos y capturaban guerreros que se ofrecían en sacrificio a los dioses. Su dominio fue posible por la formación de la Triple Alianza entre tres grandes ciudades estado que dominaron el valle de México: Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan.
Cuando Cortés llegó a México supo ver que el odio de los pueblos oprimidos por los aztecas podía serle de utilidad. Y de camino a la capital azteca pactó con comunidades como las de los totonacas, tlaxcaltecas y Chalcos, que se unieron a las fuerzas españolas. Gracias a esta colaboración las tropas españolas e indígenas se apoderaron de la ciudad en 1519. Pero Cortés tuvo que abandonarla a comienzos de 1520, dejando a Pedro Alvarado al mando, quien durante su ausencia ordenó dar muerte a algunos nobles y desencadenó la ira de los mexicas.
Al regreso de Cortés la situación era tal que ni Moctezuma II pudo calmarla y fue asesinado por sus propios súbditos. El nuevo emperador, Cuitláhuac, obligó a los españoles a huir de Tenochtitlan en la llamada “Noche triste”. Cortés regresaría al año siguiente y sitiaría la ciudad. El emperador Cuitláhuac murió a los dos meses a causa de la viruela negra y su sucesor Cuauhtémoc moriría defendiendo la ciudad (1521).
Los españoles no siempre lograron vencer fácilmente a los pueblos indígenas. La conquista de la sierra norte de Oaxaca constituyó uno de los episodios más violentos. Allí vivían los zapotecas, que tras largas luchas habían logrado su autonomía de los aztecas. Era una zona con minas que abastecían de oro en polvo a los aztecas y, por tanto, objetivo de Cortés. Los zapotecas rehusaron obedecerle. Finalmente, las tropas españolas conquistaron la región de Oaxaca aprovechando las enemistades locales.
Las conquistas de Hernán Cortés
Hernán Cortés ha pasado a la historia como el conquistador del Imperio azteca, como el hombre que, con un puñado de soldados regaló a la Corona de España todo un imperio. Cortés nació en 1485 en Medellín, Extremadura, desde donde fue enviado a estudiar leyes en Salamanca. Más amigo de la espada que de los libros, optó por embarcarse hacia las Indias en 1504. Cuando llegó a Santo Domingo se alistó en las tropas que combatieron a la cacica Anacaona y fue recompensado con el cargo de escribano de Azua, ciudad que ayudaría a fundar mientras vivía de las rentas de sus encomendados. En 1509 se enroló como tesorero con Diego Velázquez para conquistar Cuba. Al casarse con Catalina de Marcaida, familia de Velázquez, consolidó su posición social en la nueva colonia.
Desde La Habana partió hacia México en 1519, enviado por Velázquez con el encargo de realizar intercambios con los indígenas en la costa mexicana. Pese a lo modesto del plan, Cortés reunió trescientos hombres, y partió precipitadamente de Santiago pues sabía que Velázquez empezaba a desconfiar de él. Se dirigió primero a Yucatán y de allí a Tabasco, donde tras un enfrentamiento con los indígenas, en la que vencieron los españoles, recibió como regalo varias esclavas. Una de ellas, de nombre Malintzin Tenépati (Malinalli en náhuatl), pronunciado Malinche por los españoles, era hija de un cacique que la había vendido como esclava en una localidad maya del estado de Tabasco. Su conocimiento del maya y el náhuatl y su inteligencia la convirtieron en la intérprete personal de Cortés y en su asesora sobre las creencias y costumbres de los mexicas (o aztecas), de modo que desarrolló un papel fundamental en la conquista de México.
Aunque Cortés no tenía permiso para conquistar ni poblar, se valió de una argucia: creó un cabildo que le nombró capitán y justicia mayor, y para impedir que los partidarios de Velázquez intentaran comunicarse con Cuba ordenó quemar las naves. Una vez conquistada Tenochtitlan, Cortés comenzó a reorganizar el Imperio azteca. Cuando en 1522 fue nombrado gobernador de Nueva España le dotaron de un pequeño cuerpo de funcionarios. Sus diferencias con estos terminaron en serias acusaciones no solo de mal gobierno sino de haber participado en varias muertes.
En 1526 regresó a España a dar las oportunas aclaraciones. Bien recibido por la corte, Carlos I le otorgó el marquesado de Oaxaca y le nombró capitán general, pero no se le dejó participar en el virreinato de Nueva España. De 1530 a 1540 organizó diversas expediciones para explorar las costas del golfo de California o mar de Cortés. Murió retirado en Castilleja de la Cuesta en 1547.
La civilización Inca
En el imaginario indígena la muerte del inca significaba el fin del mundo. Cuando los conquistadores españoles ordenaron decapitar al último inca pusieron fin al mayor imperio de la América precolombina. En el siglo XV, desde la cordillera de los Andes el Imperio inca controlaba el valle de Cuzco, cuyos vastos territorios se extendían desde el límite sur de Colombia hasta el norte de Chile. Este inmenso dominio dividido en distritos se había visto fortalecido al vencer a la única resistencia real, la de los chancas. Ante el belicoso ataque de este pueblo, el gobernante inca huyó, pero el hijo de este, Cusi Yupanqui, consiguió vencerlos y proclamarse “inca”, es decir, ocupante del trono con el nombre de Pachacutec (1438-1471). Gracias al prestigio adquirido, el nuevo inca pudo someter a otros pueblos y continuar con la expansión.
Su sistema administrativo se aplicaba a todos los pueblos sometidos, de modo que la cultura del imperio se difundió rápidamente, y la producción se organizaba de acuerdo a las necesidades con el fin de obtener los máximos rendimientos. La economía era esencialmente agrícola y la tierra se trabajaba de forma comunitaria. El proceso de expansión fue continuado por los siguientes reyes hasta que en 1527 el rey Huayna Cápac murió, y aunque eligió como sucesor a uno de sus hijos, este también murió. Otros dos de sus hijos, Huáscar y Atahualpa, se enfrentaron por la sucesión, cada uno respaldado por sus seguidores. Así se inició la guerra civil con la que se encontraron los españoles al desembarcar en el Perú. Huáscar sería apresado por su hermano y ejecutado.
Entre 1531 y 1533 la expedición comandada por Francisco Pizarro capturó con un engaño a Atahualpa, que fue ejecutado después de que éste les entregara en Cajamarca un gran rescate. Muchos señores locales, deseosos de perder de vista al soberano inca, apoyaron a los hombres de Pizarro que nombró nuevo inca a Túpac Huallpa, quien sería asesinado por los seguidores de Atahualpa. La nobleza cuzqueña eligió entonces a Manco Cápac II, quien en 1536 logró organizar una sublevación que asedió Cuzco durante un año, pero finalmente hubo de trasladarse con su corte a Vitcos desde cuyas montañas organizó ataques de guerrilla contra los españoles hasta que fue asesinado.
La resistencia de los sucesivos jefes incas continuó hasta que Túpac Amaru I fue apresado por el virrey Francisco de Toledo y en 1572 fue decapitado en la plaza de Cuzco. Con la mitad norte del Imperio inca dominada, Pizarro trasladó la capital de Perú junto a la costa, a la llamada Ciudad de los Reyes, después Lima. Un acto simbólico que suponía el traslado del poder de la sierra andina hacia un lugar más accesible al nuevo centro de poder, España.
La conquista de Francisco Pizarro
Los legendarios relatos del oro de América animaron a Francisco Pizarro a emprender el viaje a América. Nacido en Trujillo, Extremadura, Pizarro participó en las campañas de Nápoles a las órdenes del Gran Capitán. A continuación, se embarcó para el Nuevo Mundo, donde puso pie en tierra por primera vez en 1502. Desde su llegada tomó parte en diversas expediciones en el Caribe y estuvo bajo el mando de célebres conquistadores como Alonso de Ojeda y Núñez de Balboa, con quien atravesaría el istmo de Panamá y descubrió en 1513 el mar del Sur, después Pacífico.
Prosperó de tal manera que en unos años Pizarro ya era un encomendero importante de Panamá. Sin embargo, su relevancia histórica no llegaría hasta la expedición de Perú. Para llevarla a cabo formó una compañía con Diego de Almagro (1475-1538) y el clérigo Hernando Luque. El primer viaje (1524-1525), dirigido por Pizarro, no obtuvo resultados. En 1526 hicieron un segundo y encontraron los primeros vestigios de la civilización inca. A la llegada de los españoles, este gran imperio se encontraba inmerso en una crisis sucesoria, entre el coronado inca Huáscar y su medio hermano Atahualpa, quien se consideraba heredero legítimo del trono.
Pizarro calibró las ventajosas posibilidades que podía darle esta situación, pero necesitaba apoyo económico para seguir con la expedición y regresó a España a pedírselo al emperador Carlos V. Su relato sobre aquellas tierras y el oro de los incas animó al monarca, quien además de financiarle le designó gobernador y le concedió títulos y autoridad absoluta en asuntos civiles y militares. Sin embargo, a Almagro solo le concedió Tumbes, la hidalguía y la legitimación de su hijo. Cuando volvió a Panamá, Pizarro llevaba consigo a sus hermanos Gonzalo, Juan y Hernando, y se encontró con el enfado de Almagro que se consideraba menospreciado. Pizarro continuó con sus planes y, en 1532, inició una dura compaña militar que le llevaría a conquistar el ya decadente Imperio inca.
Mientras tanto, las tropas rebeldes de Atahualpa entraron triunfantes en Cuzco, capital del Imperio inca, y apresaron a Huáscar. Este sería asesinado después por orden de Atahualpa, que se dirigió a Cajamarca para ser coronado inca en 1532. Al llegar allí Pizarro le hizo prisionero y, a pesar de que pagó un fuerte rescate, fue ejecutado. Las desavenencias entre Almagro y Pizarro se reanudaron cuando el primero pretendió la gobernación de Cuzco y entró en la ciudad y tomó preso a Hernando Pizarro por sus desmanes y abusos. Se produjo una lucha entre pizarristas y almagristas que desembocaría en la ejecución de Almagro por orden de Hernando en 1538 y en el asesinato en Lima de Francisco Pizarro en 1541 a manos de almagristas.
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