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Expedición de Napoleón a Egipto

 Batalla de las pirámides, Francois-Louis-Joseph Watteau (1798-1799).

El 18 de mayo de 1798, la potente armada francesa partía del puerto de Tolón, en la Provenza, rumbo a Egipto. Su objetivo no era otro que el de liberar ese país del dominio turco. Al mando de la expedición, que contaba con casi 40.000 hombres distribuidos en 50 navíos de guerra y 280 barcos para el transporte de tropas, estaba el general Napoleón Bonaparte. Unas semanas antes, junto a su esposa Josefina, Napoleón había seleccionado a un centenar de estudiosos y artistas para que le acompañaran en esta misión militar.

Aunque les ocultó el destino, para convencerles solo le bastó la siguiente promesa: “No puedo decirles adónde vamos, pero sí que es un lugar para conquistar gloria y saber”. Entre el grupo de elegidos se incluían 21 matemáticos, 17 ingenieros civiles, 3 astrónomos, 13 naturalistas, 8 dibujantes, además de varios físicos, químicos, poetas y pintores. La decisión de Bonaparte de invitarles marcó el inicio de la egiptología.

Napoleón en el Cairo, de Jean-Léon Gérôme (1863).
Napoleón en el Cairo, de Jean-Léon Gérôme (1863).

La misión militar fracasó, pero no así la científica. Dominique Vivant Denon fue uno de esos artistas que acompañaron a la expedición napoleónica que le permitió recorrer Egipto desde Alejandría hasta Asuán. Los dibujos de Vivant Denon se editaron en 1802 en París bajo el título Voyage dans la Basse et la Haute Égypte, y enseguida se convirtieron en un auténtico éxito de ventas. La obra se tradujo al alemán y al inglés inmediatamente. En los años siguientes, aparecieron otros volúmenes similares, pero sin duda la obra de Vivant Denon dio origen a la “egiptomanía” en el Viejo Continente.

Midiendo la gran esfinge de Giza (1798). Dibujo de Vivant Denon.
Midiendo la gran esfinge de Giza (1798). Dibujo de Vivant Denon.

Muchos europeos deseaban ver aquellas maravillas, así que hubo quien pensó que estaría bien poder trasladarlas a Europa. Se inició así la conocida como “diplomacia del saqueo” en que los cónsules de países como Suecia, Noruega, Francia, Prusia e Inglaterra negociaron con el jefe del gobierno egipcio, Mohamed Alí, la exploración del territorio, la exhumación de algunos restos arqueológicos y su traslado a Europa.

Pero los egiptólogos no le iban a la zaga. El prusiano Karl R. Lepsius dirigió una campaña subvencionada por el gobierno de su país para estudiar los monumentos de Egipto, y cuyos frutos pueden contemplarse en el Museo Egipcio de Berlín.

Objetos ceremoniales egipcios en el Museo de Berlín
Objetos ceremoniales egipcios en el Museo de Berlín

La guinda a este momento efervescente de la egiptología en Europa llegó con el anuncio que, en 1822, hizo el joven orientalista francés Jean-Francoise Champollion, pues había conseguido descifrar el jeroglífico de la Piedra Rosetta. Champollion brindó la clave para recobrar la escritura y la lengua de los faraones, un hito solo comparable con el que protagonizó el arqueólogo inglés Howard Carter en 1922, cuando, en el Valle de los Reyes, descubrió la tumba del faraón egipcio Tutankhamón.

Jean François Champollion y la Piedra de Rosetta
Jean François Champollion y la Piedra de Rosetta. Rosetta es el nombre que le dieron los franceses, durante la campaña de Napoleón en Egipto, a la ciudad de Rashid, un enclave portuario egipcio en el mar Mediterráneo.
Referencia:
Emse Edapp, S.L. (2016). El Antiguo Egipto y las Primeras Civilizaciones. Bonalletra Alcompás.

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