
La amenaza otomana
Altanero, pero cauto, gran diplomático, aunque ambicioso, Solimán el Magnífico (1494-1566) fue el gobernante del Imperio otomano en su época de mayor gloria. Tras la conquista de Constantinopla (1453), el avance del Imperio otomano amenazaba a la Europa cristiana. Solimán había heredado un imperio próspero, con una gran capacidad militar y con una capital cosmopolita, Estambul, ciudad altamente poblada (cerca de 700.000 personas a finales del siglo XVI) y bastión del islam sunita. Su poderoso puerto, llamado Cuerno de Oro, era un punto estratégico del comercio terrestre, puesto que allí convergían las rutas de los mercaderes orientales que abastecían a gran parte del mundo conocido.
Una vez en el trono, Solimán emprendió una serie de conquistas que comenzaron con la marcha sobre Belgrado (1521), planificada con el fin de desgastar al reino de Hungría, uno de los bastiones del cristianismo en lucha permanente contra los turcos. Con la caída de Belgrado se abría una brecha en la defensa de la Europa cristiana. No obstante, a continuación, Solimán decidió invadir Rodas en 1522, punto estratégico entre Asia Menor y el Levante que había provocado no pocos quebraderos de cabeza al Imperio otomano. En 1526 Solimán volvió a la carga: derrotó al ejército húngaro y conquistó gran parte del reino, convirtiendo al Imperio otomano en la potencia más poderosa del oriente europeo.

Los tronos más poderosos del Viejo Continente temblaban con la proximidad de cada nueva primavera, cuando los ejércitos turcos se ponían en marcha hacia un nuevo objetivo. En 1529, el ejército otomano llegó hasta las puertas mismas de Viena. Para evitar más avances se constituyó la Liga Santa, formada por los Estados Pontificios, España, Venecia y Génova. El hecho histórico que marcó el cese de la expansión otomana fue la batalla naval de Lepanto, el 7 de octubre de 1571.
En 1570, los turcos habían conquistado Chipre, un punto de importancia estratégica para el control del Mediterráneo que hasta entonces había estado bajo la égida de Venecia. La armada de la Liga Santa fue dirigida por don Juan de Austria, que a pesar de contar con menos galeras y naves consiguió derrotar a la flota otomana.

La victoria en la batalla de Lepanto de 1571 supuso la contención del avance por el centro de Europa y por el Mediterráneo del Imperio otomano, que ya se había apoderado de Grecia y de buena parte de los Balcanes. En este enfrentamiento, participó Miguel de Cervantes quien, además de perder el uso de una mano, escribió que fue “la más memorable y alta ocasión que vieran los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.

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