Reinos germánicos
La caída del Imperio romano de Occidente
Las avanzadas de los bárbaros continuaron hasta que consiguieron el poder del Imperio Romano de Occidente, cuando en el año 476, el rey germano Odoacro derrocó al último emperador, Rómulo Augústulo. El Imperio se fragmentó en una multitud de pequeños reinos gobernados por reyes germánicos. Los reinos más importantes fueron el ostrogodo en Italia, el visigodo en la península Ibérica, el franco en la antigua Galia, el anglo y el sajón en las Islas Británicas. La parte oriental, mejor gobernada y mejor defendida militarmente, consiguió resistir la oleada germánica y desplazarla hacia Occidente.
Hacia finales del siglo V d.C. las conquistas bárbaras habían comenzado a estabilizarse en forma de reinos y emergió un nuevo mapa político de Europa. Aun así, la fuerza de la cultura romana resistió el cambio de gobernantes. El orden social romano había sido decapitado, los recién llegados habían tomado las posiciones principales; no obstante, los germanos siempre fueron una minoría. El poder estaba en sus manos, pero eran los habitantes locales los que aseguraban el normal desenvolvimiento de estos reinos.
Todos los movimientos de población, enfrentamientos militares, contactos e intercambios culturales, permitieron que las tribus se organizaran en formas políticas, jurídicas y sociales suficientemente fuertes como para formar reinos de gran extensión y poder. Las nuevas unidades políticas, llamados reinos 'bárbaros', en que quedó dividida Europa occidental tras la caída del Imperio Romano fueron el punto de partida de las naciones europeas de la actualidad. En cada uno de los territorios se fueron desarrollando características étnicas y lingüísticas propias que acabaron por dar forma a los diversos idiomas y nacionalidades.
Cuando los bárbaros invadieron Europa occidental y meridional en los siglos V y VI no venían a destruir el mundo romano, aunque muchos en esa época deben haberlo creído así. Los pueblos germanos habían buscado sustituir la autoridad romana por la propia. Nunca pensaron en destruir las instituciones y la cultura romanas porque las admiraban. En los nuevos reinos, entonces, se produjo un proceso de fusión cultural que afectó la vida económica, política y social de todos ellos. La parte occidental del Imperio romano no fue la única en reconstruir una nueva forma de vida; el Imperio Romano Oriental, que resistió mejor los embates del exterior, logró fundar, a través de su aproximación con el Cercano Oriente, otra de las grandes creaciones políticas de este período: el Imperio bizantino.
Organización política de los reinos
Se mantuvo la noción jurídica de que persistía un solo Imperio Romano (el de Oriente) y los reyes ejercieron dos formas distintas de autoridad: como gobernadores y jefes del ejército imperial para la población romana y como reyes para su pueblo germano. Por tanto, hubo doble legislación: leyes germánicas para los invasores y el derecho romano para la mayoría de la población. Posteriormente, los reyes impusieron códigos únicos en sus territorios.
Asimilando la cultura romana, los reyes dejaron de ser elegidos, hicieron hereditaria la corona y gobernaron autoritariamente y con gran pompa. No obstante, conservaron su carácter militar y las comitivas de guerreros que les juraban fidelidad. En la administración hubo también mezcla cultural: el principal órgano político-administrativo fue la Curia, imitación de las curias municipales y el Senado, compuesto por magistrados con funciones romanas y por militares con funciones germánicas. La Curia, corte y consejo del rey, lo acompañaba por el país con la comitiva armada, pues el gobierno era itinerante.
Los reinos se dividieron en distritos gobernados por los condes, con autoridad militar, civil y judicial. La recaudación de impuestos romanos fue reemplazada por la prestación de servicios personales. La acuñación de monedas continuó hasta que por escasez de oro y falta de control se generalizó el pago en especie.
Sociedad y economía de los reinos
Las nuevas sociedades se caracterizaron por la baja demográfica, la segregación étnica y el predominio rural. La baja demográfica fue ocasionada por las invasiones y las guerras entre los reinos; la segregación de romanos y germanos por el choque cultural y las leyes: el derecho romano prohibía los matrimonios entre romanos y germanos, y las leyes de éstos también, debido al temor a ser absorbidos por la mayoría romana. A estas barreras legales se añadieron las diferencias religiosas. Pasaron muchos años, antes que se mezclaran vencedores y vencidos.
La sociedad y la economía fueron predominantemente rurales porque se aceleró la decadencia comercial y urbana que venía desde finales del Imperio. Además, como los germanos eran agricultores se instalaron en los campos. En consecuencia, la tierra fue la principal fuente de riqueza, sin embargo la agricultura se estancó durante dos siglos por causa de las destrucciones, la escaza población y las técnicas rudimentarias.
Los trabajos en vidrio de la zona del Rin continuaron floreciendo durante los siglos V y VI, y sus artículos de lujo se exportaban a Britania, Galia, Alemania del norte y Escandinavia. El comercio vinícola también continuó realizándose por las rutas tradicionales durante algún tiempo después del desmembramiento político del imperio. Los mercaderes galos todavía suministraban vino a los monasterios de Irlanda en el siglo VI, y casi en la misma época los gobernantes locales en Cornwall importaban aceite de oliva desde Tunicia. Sin embargo, aunque los lazos nunca se interrumpieron del todo, la decadencia económica y la fragmentación política disminuyeron gradualmente la frecuencia del intercambio, y estimularon en cada región de Europa occidental el desarrollo interno. De todas las provincias del Imperio occidental, en ninguna otra parte este proceso fue más pronunciado que en Britania.
La estratificación social se simplificó. Gobernantes y nobles germanos formaban el estrato dirigente (con algunos funcionarios romanos y obispos), seguidos de los ricos propietarios romanos, y en último lugar, por los artesanos de las empobrecidas ciudades y la inmensa mayoría de campesinos. La esclavitud continuó desapareciendo y los libertos pasaron a formar parte del campesinado, cada día más subordinado al propietario de la tierra, fuese romano o germano.
La nobleza romana perdió su poder político y gran parte de sus tierras, porque los germanos federados se habían instalado en la tercera parte de las tierras (tercia) de los propietarios romanos. La legislación romana exigía ceder provisionalmente la tercia para alojar a ejércitos en campaña, pero al desaparecer el Imperio, los germanos se quedaron definitivamente en ella. Los vándalos y visigodos se adueñaron de los dos tercios de las propiedades romanas. Con el tiempo, los nobles germanos y romanos formaron una sola nobleza.
La vida religiosa y los monjes
Antes de las invasiones, la mayoría de los germanos habían sido convertidos al arrianismo, de manera que los cristianos se dividieron en cristianos arrianos y cristianos católicos. Estos últimos eran los fieles a la doctrina que defendían los concilios. El antagonismo religioso demoró la integración de la mayoría romana y católica con la minoría germana y arriana. Inicialmente hubo tolerancia, excepto en el reino vándalo. También hubo algunas persecuciones y confiscaciones en los reinos ostrogodo y visigodo. La Iglesia logró la conversión de los reyes y sus pueblos. Los monarcas comprendieron que ella era la única institución organizada y con gran influencia espiritual sobre la población, y que la unidad religiosa era el más fuerte elemento de cohesión entre romanos y germanos.
La vida religiosa tomó impulso con hombres que abandonaban sus bienes, se retiraban al campo y formaban comunidades dedicadas a la oración, el trabajo y el estudio. Se les llamó monjes y ya existían en la parte oriental del Imperio desde el siglo IV, pero dedicados sólo a la oración y meditación. Benito de Nursia (480- 543) fundó la orden de los benedictinos (en Montecasino, Italia) con la innovación de exigir estudio y trabajo manual a los monjes. A San Benito se debe la Regla o reglamento que exige a los monjes los votos de pobreza, castidad y obediencia. La Regla benedictina se impuso en miles de monasterios que se fundaron y en los de los monjes irlandeses organizados en el mismo siglo.
San Benito de Nursia.
Los monjes influyeron decisivamente en las nuevas sociedades por la austeridad de su vida, adaptada a la economía rural dominante, la exaltación del trabajo manual (tan despreciado en la antigüedad) como medio de comunicación con Dios, y la evangelización de los germanos encomendada por el papa. Los monasterios eran centros de saber donde los monjes conservaban, estudiaban y copiaban documentos romanos; ricas granjas agrícolas y ganaderas, trabajadas por los propios monjes, y sitios de hospitalidad para viajeros y enfermos.
El cristianismo seguía siendo la religión mayoritaria de gobernantes y gobernados por igual, proporcionando un poderoso vínculo con el pasado. Y a pesar de la supremacía de los soberanos de habla germánica, fueron las lenguas romances, basadas en el latín -el idioma de los pueblos romanos-, las que triunfaron en la mayoría de las ex provincias del Imperio occidental, a excepción de Britania.
Cultura intelectual, artística y literaria
Las ciencias, las letras y las artes sufrieron gran retroceso, a pesar de que algunos reyes estimularon las construcciones y la literatura. Asimismo, confiaron a los juristas la redacción y codificación de las leyes germánicas, pero el derecho romano perdió vigencia. Las pocas manifestaciones de saber y creatividad fueron romanas y eclesiásticas. Los intelectuales de aquellos siglos eran obispos y monjes, porque ante la desaparición de las escuelas del Imperio y el desinterés de los sectores dirigentes por el saber, la Iglesia asumió la dirección y el desarrollo de la cultura intelectual. El mayor aporte germánico consistió en los valiosos trabajos de orfebrería y en su arado, que al perfeccionarse años después, impulsaría los cultivos de la Gran Llanura Europea.
Reinos Germánicos
Disuelto el Imperio Romano de Occidente, los germanos se repartieron el territorio y fundaron cinco grandes reinos: El primero estaba formado por el reino de los visigodos, con centro en España. El segundo reino lo conformaron los ostrogodos, en Italia. El tercero fue en las Galias y lo conformó el grupo de los francos, que dio el nombre a Francia. El cuarto reino se localizó en las islas británicas, ubicándose allí los anglosajones. El quinto reino lo formaron los vándalos, en el norte de África.
El reino Visigodo
El Reino visigodo fue el más próspero y romanizado y fue el más extenso durante un tiempo. Los Visigodos se establecieron al sur del Danubio (actual Bulgaria); se convirtieron al cristianismo, y para poder comprender el mensaje de la Biblia, que fue traducida a su lengua (gótica), aprendieron a leer y a escribir. También aprendieron a cultivar la tierra y a comerciar.
Llamados por Arcadio, Emperador del Imperio de Oriente, para convertirlos en sus aliados, los visigodos invadieron Macedonia y Grecia a las que arrasaron. Estos triunfos los envalentonó hasta tal punto, que capitaneados por su Rey Alarico, se tomaron a Roma a la que saquearon durante seis días, registrando una por una las casas de los ricos y los edificios públicos, respetando sólo las iglesias cristianas, gracias a los ruegos del Papa San Inocencio I. Satisfecha su ambición de botín, partieron hacia el sur de Italia en busca de nuevas ciudades para saquear. Poco después, murió Alarico.
Después de la muerte de Alarico, los visigodos, dirigidos por Ataúlfo, se dirigieron a las Galias, que Honorio les había cedido, con la condición de combatir a los demás bárbaros que ya se habían establecido en la península Ibérica. En un principio, los visigodos fijaron su capital en Tolosa (hoy Toulouse, Francia), pero al invadir la península Ibérica y arrojar de allí a los Vándalos, resolvieron trasladarla a Toledo, en territorio ibérico.
Los Visigodos asimilaron la cultura de los hispano-romanos, adoptaron el latín como lengua. La integración de romanos y visigodos comenzó cuando el rey Recaredo junto con la aristocracia guerrera y la intervención de los Obispos San Leandro y San Isidro, a finales del siglo VI y principios del VII, renunciaron al arrianismo y se hicieron católicos (586).
En el III Concilio de Toledo, el rey Recaredo renunció al arrianismo y proclamó públicamente su fe católica.
En los llamados Concilios Toledanos, no solamente se trataban temas de carácter religioso, pasaron a ser reuniones del clero y la aristocracia romana y visigótica, presididas por el rey, donde también se tomaban decisiones en cuestiones relacionadas con la planeación y organización legislativa que debía desarrollarse en la nación. En el reino visigodo sobresalió San Isidoro de Sevilla, quien recogió en sus "Etimologías" todos los conocimientos de la época. Fue así, como con el transcurso del tiempo, las leyes góticas y las hispanas se fusionaron en un solo código legal: el Libra de los juicios (liber ludiciorum), conocido también como el Fuero Juzgo, que se aplicó durante muchos siglos en muchas regiones hispanas e inclusive, en las Colonias americanas posteriormente.
Las rivalidades entre los reyes y las noblezas contribuyeron a la caída del reino bajo los árabes en el siglo VIII. El último Rey visigodo fue Rodrigo, quien pereció en la batalla de Guadalete (entre el 19 y el 26 de julio de 711). Tras una semana de combates, en el Wadi Lakka, lugar identificado con el río Guadalete o Barbate (Cádiz) las tropas musulmanas, comandadas por Tariq ben Ziyad, logran una contundente victoria sobre el ejército que dirige el rey Rodrigo, que cae muerto en el combate. Sus fieles lo enterrarán en Viseu (actual Portugal), donde lo redescubrirá, años más tarde, el rey Alfonso III al conquistar esta ciudad. Esta derrota supondrá el final del reino visigodo en Hispania y el comienzo de la conquista árabe de la Península Ibérica. En 726, habrán conquistado toda la Península y parte del sur de Francia.
Cultura Visigoda
La Cultura de los Visigodos se desarrollaba en las escuelas que existían en los conventos y catedrales, siendo entre estas últimas una de las más famosas la de Sevilla. Sus iglesias eran pequeñas; estaban construidas siguiendo las características de la arquitectura romana; en su estructura se utilizaban el arco de medio punto y el de herradura. Las columnas tenían generalmente fuste liso y la planta forma de cruz, lo mismo que las basílicas tradicionales. La escultura y el relieve son poco realistas. En la decoración de sus edificios utilizaban motivos vegetales, geométricos o escenas de carácter histórico.
Catedral de Sevilla.
Entre los reyes más importantes de este reino están:
Ataulfo (murió en Barcelona en 415). Primer rey que conquistó las Galias y fundó la monarquía visigoda en España (414). Teodorico. Se inmortalizó en la batalla de los campos Cataláunicos (451). Eurico y Alarico. Elaboraron las leyes para el pueblo, llamado el Código de Eurico. Recaredo. Convocó el Concilio de Toledo, en donde renunció públicamente a la doctrina del arrianismo (589) y convirtió el cristianismo en la única religión de España. Rodrigo. El último rey visigodo, fue vencido en la batalla de la Janda por los árabes, llevada a cabo en el año 711.
A nivel artístico, los visigodos fueron los primeros en incorporar la decoración escultórica, una decoración en pequeñas fajas que se extiende en muros interiores y exteriores. En la orfebrería abundan trabajos de filigrana con incrustaciones de perlas y piedras preciosas; fueron famosas las coronas votivas que los monarcas ofrecían con motivo de su coronación.
Reino Anglosajón
Las tribus bárbaras de los anglos y los sajones, invadieron hacia el 455 las islas británicas, procedentes de la Península de Jutlandia (Dinamarca) y el litoral del mar del Norte. Los primeros se establecieron en el norte, mientras los segundos se asentaban en el sur. La población primitiva, los bretones, se refugió en el occidente, en el país de Gales, mientras que Irlanda y Escocia, región habitada por montañeses temibles, quedaban independientes. La región invadida tomó el nombre de Inglaterra, "Tierra de los Anglos". Posteriormente, crearon siete pequeños estados. Los cuatro reinos sajones de Kent, Sussex, Wessex y Essex y los tres anglos de Northumberland, Estanglia y Merciak; el rey de Wessex unificó estos reinos y estableció la monarquía anglosajona.
Estos reinos anglosajones diferían de la Italia ostrogoda o la España visigoda en que aquellos no estaban basados en los vestigios de la administración provincial romana, sino que eran de desarrollo completamente germánico. La razón es que en Britania los principales centros de civilización romana -las villas y ciudades- habían desaparecido mucho antes de que los anglos y sajones comenzaran a establecerse. La transformación decisiva ocurrió alrededor del 410, cuando cesó la acuñación de monedas y con ello la economía de mercado. La guarnición y la burocracia dejaron de recibir sus salarios desde Roma y los romano-britanos fueron abandonados a su suerte.
Cuando los anglosajones comenzaron a colonizar Britania, cerca del 450, el nuevo orden social -rudimentario al principio- era esencialmente germánico, basado en tomo al séquito real y a las bandas guerreras y apoyado en la ley consuetudinaria.
Además, más que dejarse conquistar, como las poblaciones de Francia, España o África del norte, muchos de los romano-britanos que sobrevivieron huyeron hacia el oeste, dejando a los anglosajones, numéricamente dominantes, gran parte del este y del sur de Britania. El anglosajón reemplazó al latín como el idioma principal. Los reyes eran enterrados a la usanza de sus antepasados de Alemania y Escandinavia, con ricas ofrendas mortuorias, con armas y armaduras, vasijas de metal precioso a menudo provenientes de lugares remotos, y a veces, como en Sutton Hoo, todo el entierro estaba colocado en un barco debajo de un montículo funerario. Es difícil imaginar un contraste más grande que el del entierro del barco de Sutton Hoo esencialmente germánico y la tumba de Teodorico en Rávena, con una cúpula inspirada en el estilo clásico. Ambos eran los lugares de reposo de gobernantes bárbaros que habían establecido sus reinos sobre los restos del Imperio romano occidental.
Otro contraste con los reinos del sur fue la introducción de la religión pagana de los germanos en Inglaterra. Fue necesario que los misioneros realizaran una campaña en dos frentes -por el oeste aislado pero todavía cristiano de Britania y con los francos cristianizados a través del canal- para traer a los reinos anglosajones de Inglaterra dentro del redil de la Iglesia. La misión de Agustín a Kent en el año 597 fue seguida por varios éxitos espectaculares y varios retrocesos frustrantes. En el transcurso de apenas cien años, sin embargo, los monasterios cristianos de Inglaterra del norte estaban produciendo magníficos libros iluminados, tales como el Evangelio de Lindisfarne, que se cuenta entre las obras más importantes de la época. A principios del siglo VIII fueron los misioneros anglosajones como Willibrord y Bonifacio los que llevaron el Evangelio a los germanos en el continente recién conquistado por los francos.
Reino Ostrogodo
Se ubicaron junto al mar Negro y hacia finales del siglo IV sufrió el ataque de los hunos, que los obligó a desplazarse hacia el occidente. Los ostrogodos, con la autorización del Emperador de Oriente, partieron de la llanura central del Danubio e invadieron a Italia, capitaneados por su rey Teodorico (493- 526) que en el año 476, se hizo elegir rey de Roma y fundó el reino ostrogodo de Italia, que perduró durante treinta y tres años, cuya capital fue Ravena. Admirador de la cultura romana, Teodorico intentó, sin éxito, reconstruir el Imperio de Occidente, para lo cual se rodeó de muchos colaboradores romanos y estimuló las artes y la literatura latina. En la arquitectura se destacan el palacio de Teodorico y su mausoleo en Ravena, y la basílica de san Apolinar Nuevo. Al final de su reinado, las relaciones entre romanos y germanos se hicieron más tirantes, por las diferencias culturales y el arrianismo de los ostrogodos. Este reino duró poco tiempo porque sufrió los ataques de los bizantinos.
Mausoleo de Teodorico en Ravena.
Reino de los Vándalos
Los vándalos alcanzaron la frontera del Imperio, recorrieron primero las Galias e Hispania, pero empujados por los visigodos atravesaron el estrecho de Gibraltar. El 19 de octubre de 439, en el norte de África, los vándalos liderados por el rey Genserico toman la ciudad de Cartago (actual Túnez) sin necesidad de luchar. Se hacen con la flota romana atracada en puerto y con ella dominarán durante décadas el mar Mediterráneo Occidental. A mediados del siglo V, se establecieron en el norte de África, desde donde realizaban expediciones de saqueo y piratería marítima; fundaron su propio estado cuya capital fue Cartago. Fue gobernado por Genserico, quien no respetó las propiedades de la población romana; fue un arriano intolerante y persiguió a obispos y otras personalidades. En el siglo VI fueron dominados por los ejércitos del Imperio Romano de Oriente, enviados por el emperador Justiniano para reconquistar Italia y el norte de África.
Emigraciones de los vándalos.
Reino Franco
Lo que hoy es Francia en la antigüedad se llamaba las Galias, porque allí habitaban los galos, de origen celta, quienes fueron sometidos por Julio César y durante cinco siglos fue una de las provincias más importantes del Imperio. En el período de las invasiones germanas diversos grupos se ubicaron allí, pero fueron los francos quienes se impusieron sobre los demás y le dieron el nombre al país. Los francos eran los menos numerosos entre las Tribus Germanas; se habían establecido en la región de Colonia, que le fue cedida por el gobierno imperial. Fueron derrotados al tratar de defender las fronteras romanas de la invasión realizada por Vándalos, Suevos y Alanos.
En el 428, los francos comenzaron a moverse hacia el sur. Uno de los primeros jefes francos fue Meroveo, quien organizó la monarquía Merovingia. El rey que expandió y formó el reino franco fue Clodoveo (481-511) nieto del fundador de la dinastía que llegó al poder en el 486. Ambicioso y dotado de un excepcional genio político, llevó a su pueblo al máximo apogeo. Comenzó por apoderarse de toda la Galia. Aunque pagano, respetaba a los obispos, tal vez, por influencia de su esposa, la princesa cristiana Clotilde, sobrina del rey de los Borgoñones. Luchó contra Siagro, gobernador romano que intentó invadir el reino. Cuando los alamanes invadieron la región del Rin (496), Clodoveo les salió al encuentro. Aseguran que estando al borde de la derrota, exclamó: "Jesucristo, Dios de Clotilde, te invoco; dame la victoria y creeré en ti". Alcanzado el triunfo, Clodoveo se hizo bautizar en Reims (Francia), por el Obispo San Remigio, junto con tres mil de sus hombres. Siendo el único rey católico entre los bárbaros, se convirtió en el jefe político de los seguidores del Evangelio en toda la Galia, y terminó unificando a los francos y a los romanos alrededor de su corona.
Bautismo de Clodoveo.
Luchó contra los visigodos a quienes venció en la batalla de Vouillé, cerca de Poitiers, en el 507. En defensa de los obispos católicos, Clodoveo venció al rey visigodo Alarico II. Gracias a esta victoria, Clodoveo recibió del Emperador de Oriente los títulos de Patricio y Cónsul, con lo cual quedaban prácticamente legalizadas sus conquistas. Repartió su reino entre sus cuatro hijos, pero esta división sólo generó luchas entre los mismos francos. Clodoveo, muerto en 511, fue el verdadero fundador del Reino de los francos, origen de la Francia actual, al lograr reunir en una sola nación a las diferentes tribus francas y a los antiguos galoromanos. Clodoveo dejó asegurada la sucesión a sus herederos y un extenso reino unificado que sometió a los burgundios.
Continuaron los enfrentamientos entre los reinos, hasta que Clotario II, rey de Neustria, unificó el reino y se reanudó la dinastía merovingia que con una serie de reyes debilitados había delegado el gobierno a los nobles del palacio o mayordomos, cuyas principales familias luchaban entre sí para conseguir la hegemonía. La unidad de este reino fue establecida de nuevo por el mayordomo de Autrasia, Carlos Martel, (688-741), quien consiguió ser reconocido en todo el reino franco por la batalla de Poitiers (10 de octubre de 732), en la que Martel, que comanda un ejército cristiano, derrota a un gran ejército musulmán del Imperio Omeya a las órdenes del valí (gobernador) de Al-Ándalus Abderrahman ibn Abdullah Al Gafiki, cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia, donde Al Gafiki resulta muerto al ser rodeado durante el combate por la caballería del duque Eudes. Con la victoria cristiana, los musulmanes se retiran de Francia y se consigue detener el avance musulmán en Europa Occidental. Esta victoria robustece y apuntala a la dinastía gobernante de la familia Martel, los Carolingios, que con el tiempo extenderán sus dominios por todo el territorio europeo. Precisamente Carlos se gana su apodo Martel (martillo) en esta batalla.
Poco antes de su muerte, Carlos Martel dividió su reino entre sus dos hijos, Carlomán y Pipino, pero Carlomán abdicó para convertirse en monje. Pipino, conocido como el Breve por su corta estatura, confinó en un monasterio al último rey merovingio, Childerico III (754), y se proclamó rey de los francos, con ayuda del papa Zacarías (751).
Óleo del siglo XIX que representa la batalla de Poitiers del 10 de octubre de 732, pintado por Charles de Steuben.
Cuando Roma se vio amenazada por los lombardos, el papa Esteban II pidió ayuda al rey franco, quien incursionó dos veces en Italia y venció a los lombardos. Las posesiones y los territorios de Roma y las Marcas no fueron restituidos a los bizancios sino donadas al Papa, lo que dio origen a los Estados Pontificios, y al poder temporal de los papas.
A su muerte (768), Pipino el Breve dividió el reino entre sus dos hijos, Carlomán y Carlos, pero tres años más tarde moría Carlomán, y Carlos, conocido como Carlomagno, aseguró el reconocimiento de soberano único. En 773, el rey lombardo Didier penetró de nuevo en Roma y dominó varias ciudades que Pipino le había dado al Papa. Tras la rendición de Pavia y la reclusión de Didier en un monasterio franco, Carlomagno se proclamó rey de los lombardos, e inició el Imperio Carolingio.
Otros grupos invasores
Los lombardos: Originarios de las regiones del mar Báltico, en el siglo VI penetraron en la península Itálica, donde se ubicaron en la parte septentrional. Fueron primero seguidores del arrianismo, doctrina fundada por él sacerdote de Alejandría, Arrio, quien negaba la eternidad del Jesús, alegando que el Hijo, necesariamente engendrado por el Padre, había tenido un principio. Muchos fueron los seguidores de esta herejía en el Oriente. En el siglo VII se convirtieron al catolicismo y elaboraron un código legislativo, inspirado en las leyes romanas. Convertidos a la fe católica, su Rey Alboino, fue coronado por el Papa Gregorio I, con la célebre Corona de Hierro, conocida con este nombre porque se aseguraba que contenía un clavo de la cruz de Cristo. El 28 de junio de 572, Alboino fue asesinado en Verona mientras dormía la siesta. Su esposa Rosamunda, hija de Cunimundo, rey de los gépidos fue la instigadora de esta muerte por venganza, pues el rey la había obligado a beber el vino de la victoria en el cráneo de su propio padre.
Ejercito lombardo.
El Reino Lombardo, brilló durante algún tiempo, hasta cuando sus reyes comenzaron a hostilizar a los papas, quienes hasta entonces se habían preocupado por mantener la independencia de Roma, convertida en la capital del mundo cristiano. Los Romanos Pontífices, llamaron en su auxilio a los francos, quienes con Carlomagno a la cabeza pusieron fin al Reinado Lombardo (744), de donde procede el nombre de Lombardía, región norte de Italia.
Los normandos: conocidos también con el nombre de vikingos, procedían de Escandinavia y se dividían en tres grandes grupos: los noruegos, los suecos y los daneses. Dedicados al comercio, a la pesca y a la piratería, desarrollaron técnicas propias de navegación y de construcción de barcos (fueron los creadores de la quilla); vendían pescado seco y pieles, compraban cereales, paños, vinos y armas. Durante el siglo VII y VIII, dominaron todo el mar Báltico y se dedicaron a conquistar tierras sobre el Atlántico y el Mediterráneo. se establecieron en la desembocadura del río Sena y formaron un pequeño estado llamado Normandía. Durante el siglo X, esta región fue conquistada por los francos y en ésta se empezó a practicar el cristianismo.
Vikingos en las costas francesas.
Los suecos: penetraron como mercaderes por Europa oriental, en la región de Novgorod. Desde allí impulsaron una ruta comercial que llegaba hasta Bizancio.
Los noruegos: se extendieron por el Atlántico, Islandia e Irlanda, y descubrieron, hacia el siglo X, Groenlandia y la costa de Norteamérica.
Los eslavos: pueblo de origen indoeuropeo que en el siglo VII habitó el Danubio, los Alpes orientales y las tierras al oriente del Elba. Por su ubicación geográfica pueden dividirse en tres grandes grupos: eslavos orientales (rusos), occidentales (polacos, checos) y meridionales (eslovenos, servios, croatas). Desde el siglo VI, la influencia de los germanos determinó su conversión al cristianismo. En el siglo IX se creó, en torno a la ciudad de Kiev, el primer reino ruso, gobernado por un príncipe y una asamblea. En el siglo X, los eslavos crearon el estado polaco (Polonia), el estado checo (reino de Bohemia) y el reino búlgaro.
Los húngaros: provenían de Eurasia septentrional, se establecieron en el Danubio medio, donde iniciaron el proceso de sedentarismo; más tarde se convirtieron al cristianismo y crearon su propio reino.
Con todas las ocupaciones territoriales anteriores, el Imperio Romano de Occidente quedaba prácticamente desmembrado. En Oriente subsiste un Emperador que insiste en llamarse romano, pero las Provincias Occidentales: Italia, Galias, España y África, han caído en poder de los bárbaros.
La Iglesia, conservadora del legado romano
Con la caída del Imperio Romano de Occidente, la Iglesia fue la única fuerza capaz de mantener la idea de unidad del mundo europeo. El elemento religioso podría haber actuado como una razón de separación entre germanos y romanos, ya que algunos pueblos eran paganos, como los anglosajones, los francos, los suevos. Otros, como los vándalos, los burgundios, los visigodos y los ostrogodos se habían convertido al arrianismo, herejía que consideraba a Jesús como un ser mortal y no divino.
Bajo la influencia de la Iglesia, paulatinamente todos los reinos se fueron convirtiendo al catolicismo. Su conversión posibilitó los matrimonios entre romanos y germanos.
Los casos más importantes de conversión fueron:
• El de los visigodos, que se convirtieron del arrianismo al catolicismo bajo el reinado de Recaredo, a fines del siglo VI. Esta conversión posibilitó la unidad religiosa de España.
• El de los francos, que se convirtieron del paganismo al catolicismo bajo el reinado de Clodoveo, a fines del siglo V. Desde ese momento, la Iglesia apoyó la expansión de este nuevo reino germánico.
La conversión al catolicismo de estos reinos consolidó la importancia de la Iglesia.
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