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La historia y el oficio del historiador

La historia y el tiempo

Son varias las ocasiones en las que, en nuestra vida diaria, creemos conocer el signi­ficado de algo hasta cuando nos lo preguntan o nosotros mismos lo cuestionamos. Así pasa, por ejemplo, con el tiempo. Tú vives en el tiempo, llegas tarde o temprano, a veces dices "no tengo tiempo" o te refieres a que algo puede tomar "mucho tiem­po". Podemos decir entonces que "experimentas" el tiempo, es decir, lo vives en tu día a día sin tener que preguntarte por su definición.


La vida diaria está llena de objetos históricos que requieren siempre una nueva mirada: la familia, el colegio, la ciudad y el barrio, así como ideas e imágenes sobre la juventud y la niñez

Ahora bien, ¿qué miden los relojes cuando decimos que miden el tiempo? Ninguno de nosotros ha visto el tiempo pero, de otro lado, nuestra vida gira alrededor de él. Este es realmente una multitud de acciones, una cadena de prácticas individuales coordinadas socialmente. Nuestra vida transcurre en unidades de tiempo construi­das históricamente y, a la vez, basadas en fenómenos físicos como el movimiento de la Tierra sobre su propio eje y alrededor del Sol. El reloj es un mecanismo fundamen­tal para nuestra concepción de tiempo, pues marca los ritmos en los que vivimos, las horas de descanso, trabajo y diversión. Asimismo, logra poner de acuerdo a miles de mujeres y hombres que no se conocen en la coordinación de sus acciones individua­les alrededor de eventos colectivos: la hora de entrada al colegio o al trabajo o una serie de televisión, sabemos que transcurren en horas particulares y organizamos parte de nuestra vida alrededor de ellos. Esto significa que el tiempo es una convención o acuerdo social.

Tarea del historiador

¿Podrías imaginar, por ejemplo, si midieras tu mundo por atardeceres, por tiempos de cosecha, o sin la presencia de segundos, minutos y horas? Es preciso que recor­demos que tal división no ha sido la única posible a lo largo de la historia. Deci­mos, entonces, que nuestra concepción del tiempo es tan familiar a nosotros que la hemos llegado a concebir como algo natural. Precisamente, la tarea del historia­dor es hacer evidente el carácter histórico de los fenómenos sociales. El historiador procura, a partir de una cuidadosa investigación documental, mostrar que aquello que hoy consideramos evidente ha sido fruto de un proceso de construcción social a lo largo del tiempo. En este sentido, la tarea del historiador, hoy en día, es la de recordar a la sociedad que el mundo en el que vivimos no ha sido el único existente, que nuestras instituciones han sido fruto de un permanente proceso de construcción y transformación.

¿El pasado, pasado?

La historia está llena de múltiples eventos cuya importancia estudias a lo largo de tus años escolares. Es posible que te preguntes por qué eventos tan lejanos son importantes para ti y, probablemente, pienses que son fechas y nada más, cosas que pasaron y que poco o nada afectan tu existencia.


La historia es más que fechas, memorización y relatos heroicos sobre el pasado. La historia habla de procesos, de las transformaciones que facetas especificas de la actividad humana han experimentado a lo largo del tiempo.

Sin embargo, aquellos eventos contienen las claves fundamentales de compren­sión de nuestro presente. Estudiar, por ejemplo, momentos como las revolucio­nes de independencia nos recuerda cuáles fueron los desafíos que enfrentaron los fundadores de los Estados-nación y sobre qué tipo de promesas se estable­cieron las recién creadas repúblicas. Estudiar el pasado ilumina las vertiginosas luchas que dieron nacimiento al presente. En este sentido, el pasado no es algo lejano y ajeno; por el contrario, está imbricado en nuestro día a día. Recor­dando las palabras de William Faulkner, "el pasado nunca muere, el pasado no es, siquiera, pasado".

La definición de la historia como el estudio del pasado es siempre insuficien­te, pues parece suponer que este se encuentra completamente alejado de no­sotros. Más que "cosas viejas", la historia rastrea las transformaciones de las construcciones humanas. Por eso, se puede decir que la historia es la ciencia de los hombres en el tiempo, como lo dijera el historiador francés Marc Bloch. Con la palabra "hombres" no nos referimos al género masculino sino a la actividad humana, de mujeres y hombres, y al modo en el que ellos han entrado en inte­racción con su entorno a lo largo del tiempo.

Examinemos los elementos de la anterior definición. La historia es una ciencia, pues a partir de procedimientos rigurosos de consulta de diferentes fuentes brinda una interpretación fundamentada de un aspecto concreto de la actividad humana. Se trata de un saber "de los hom­bres en el tiempo", pues más que fijar su atención en un punto distante del pasado, la historia rastrea el movi­miento, la transformación y las razones por las cuales se modificó ese algo en el que estamos interesados.

El oficio del historiador

Cuando imaginamos la figura del historiador quizá tene­mos en mente una persona que "sabe muchas cosas", que conoce todas las fechas, lugares y nombres que uno puede imaginar. No obstante, aunque la historia impli­ca el conocimiento de algunos de estos elementos, este no es el rasgo principal del oficio histórico. La tarea pri­mordial de un historiador es, precisamente, comprender históricamente su objeto de estudio. En este sentido, la historia también es un oficio, una actividad que tiene lugar hoy en día en universidades y centros de investiga­ción que producen, permanentemente, nuevas compren­siones alrededor de una diversidad creciente de temas.

Las fuentes de la historia

Existe una distinción sobre la cual se funda buena parte del conocimiento histórico moderno: las fuentes primarias y secundarias. Las fuentes primarias pueden ser, por ejemplo, la producción arquitectónica, un manojo de cartas, un diario personal, un conjunto de obras de arte o, bien, los documentos estatales, los intercambios diplomá­ticos o la tabla de salarios de un grupo de trabajadores. Todo dependerá de cuál sea la pregunta o problema que el historiador desea comprender y, lo más importante, de la cantidad de información disponible sobre determinado tema. Este último punto es fundamental pues de manera frecuente los historiadores tienen que enfrentar la au­sencia de fuentes para sus investigaciones. Si quisieras escribir, por ejemplo, la historia de tu familia, tendrías que utilizar un conjunto variado de fuentes primarias: entrevistas a tus familiares, cartas, visita a los espacios que tu familia ha ocupado, consulta de sus certificados de nacimiento, entre muchos otros documentos.


Los papiros contienen textos muy antiguos que nos permiten saber acerca de la vida de las comunidades del pasado.

Si las fuentes primarias son la materia prima de la investigación histórica, las fuen­tes secundarias son el conjunto de trabajos elaborados sobre un tema específico. Si se quiere, son lo que otros han dicho sobre el tema que te interesa. En el ejemplo de la historia de tu familia, quizá ningún investigador haya hecho la historia de tu familia, pero con seguridad podrás encontrar varios libros sobre las características de la familia en el siglo XX, sobre las tendencias demográficas generales y las transformaciones que la familia ha sufrido a lo largo del tiempo. Con esta informa­ción, tu investigación sobre la familia podría establecer las similitudes y diferencias de un grupo familiar (el tuyo) con otros de diferentes partes del país o del mundo.

Diferentes aproximaciones a la historia

Todo evento histórico es susceptible de múltiples miradas y revisiones. Por eso, la historia es una actividad investigativa inacabada, de modo que, en cada tema, siempre estamos lejos de pronunciar la última palabra. Las diferentes miradas son aproximaciones que pueden entenderse como "lentes" para mirar el pasado. El conjunto de "lentes" más tradicional es el que correspon­de a la historia social, económica y política. Así, pueden darse cruces entre tales aproximaciones: mientras la historia social se interesa por las experiencias de las personas de carne y hueso en el pasado, la historia económica se pregunta por las interacciones de estos actores en calidad de agentes económicos, y la historia polí­tica privilegia las apuestas de construcción del orden político.

En los últimos años, se han abierto nuevas aproximaciones sobre el pasado. Por ejemplo: la historia cultural se interesa en las representaciones simbólicas como parte fundamental de la actividad humana. Desde esta perspectiva, nuestras ideas sobre lo que significa ser mujer, hombre, niño, anciano; sobre la vida y la muerte son objeto de investigación histórica en la medida en que estas han cambiado a lo largo del tiempo.

Referencia:
Hensel Riveros, F. (2012). Sociales para Pensar 8. Grupo Editorial Norma.