
Periodo Entreguerras: Los Tratados de Locarno
El "Espíritu de Locarno" y la distensión internacional
En 1925, continuaban en pie las tensiones provocadas por los tratados de paz firmados tras la guerra.

En febrero de 1925, el canciller G. Stresemann (1878-1929) anunció la disposición de Alemania a firmar un tratado en el que se garantizara el respeto a las fronteras establecidas en Versalles. Esta iniciativa constituía un giro radical en la posición alemana, que hasta ese momento había mantenido un abierto rechazo hacia los acuerdos establecidos por las potencias vencedoras. La reunión respectiva se realizó en Locarno, Suiza, entre los días 5 y 16 de octubre de 1925 con la participación de los ministros de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, además de los representantes de Bélgica, Polonia y Checoslovaquia.
Los Tratados de Locarno, firmados el 1 de diciembre de 1925, se referían principalmente a cuestiones fronterizas; Alemania reconocía los límites con Francia y Bélgica establecidos por el Tratado de Versalles y la zona desmilitarizada. Francia se comprometía a evacuar la Renania y a revisar el sistema de reparaciones de guerra a fin de que resultaran menos gravosas para los alemanes. En cambio, no se llegó a un acuerdo con respecto a las fronteras orientales con Polonia y Checoslovaquia aunque, para rectificarlas, Alemania se comprometía a no recurrir a la guerra sino al arbitraje internacional. También se decidió que Alemania podría solicitar su ingreso a la Sociedad de Naciones, y en septiembre de 1926 quedó integrada a este organismo internacional.
La firma de estos tratados, que permitió a los pueblos hablar con alivio del "Espíritu de Locarno" fue posible debido a que para el año de 1925 ya había sido superada en gran parte la difícil etapa de los conflictos generados en Europa a causa del Tratado de Versalles, y se había conseguido un arreglo sobre la reparaciones de guerra gracias a la aceptación definitiva del Plan Dawes que permitió superar, al menos de momento, las graves tensiones entre Francia y Alemania bajo la condición de que Francia renunciara a emprender una nueva agresión contra los alemanes. Este plan fue auspiciado por Estados Unidos y presidido por el banquero Ch. G. Dawes con el fin de facilitar el pago de las reparaciones de guerra alemanas. El plan auspició la introducción de capital estadounidense en Alemania que permitiera pagar las deudas y estableció pagos anuales progresivos garantizados por hipotecas sobre industrias alemanas, lo que permitió también la estabilización del marco.
Recuperación económica y nuevos proyectos de paz
A partir de 1924 se inició una recuperación económica que benefició a varias regiones del mundo. En Estados Unidos se vivía un verdadero boom económico manifiesto en el crecimiento industrial, el ingreso y el superávit comercial. Esta situación de bonanza se tradujo en un incremento en el nivel de vida y en la capacidad adquisitiva de la población estadounidense. Europa también vivió años prósperos desde los Tratados de Locarno; en 1925, la producción agrícola alcanzó los niveles que tenía antes de 1914, y el comercio se benefició con las políticas monetarias; la estabilidad financiera se encontraba prácticamente restaurada y en casi todas las naciones las operaciones de crédito bancario se establecían sobre la base del patrón oro.
El llamado espíritu de Locarno estaba imbuido por la voluntad de garantizar la paz y la seguridad de los Estados. Este estado general abrió una etapa de distensión que propició la entrada de Alemania en la Sociedad de Naciones en 1926, impulsada por la labor diplomática del líder socialista francés Briand.

El clima de cordialidad creado por los Tratados de Locarno, unido al desarrollo económico, favoreció que Aristide Briand, ministro de Francia, y Frank Kellog, secretario de Estados de Estados Unidos, presentaran ante las potencias de Locarno un proyecto de pacto en el que se llegaba a un acuerdo de renuncia general a la guerra.
La propuesta fue aceptada y se firmó el Tratado Briand-Kellog en París, Francia, en agosto de 1928 con la participación de quince naciones. En medio de un gran optimismo, los Estados firmantes se consideraban con la obligación de "proceder a una sincera renuncia de la guerra como instrumento de política nacional fomentando el bienestar de la humanidad por medios pacíficos, condenando el uso de la guerra corno recurso para resolver los desacuerdos internacionales".

A pesar de los acuerdos, el creciente protagonismo de Briand, que llegó a plantear la creación de una federación europea, hizo desconfiar a los británicos y los alemanes de la futura hegemonía francesa. Asimismo, la propia derecha nacionalista francesa repudiaba esta política, por considerarla demasiado blanda con Alemania.
En Europa central y la zona de los Balcanes, tanto países satisfechos con los tratados (Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania), como los descontentos que buscaban su revisión (Hungría y Bulgaria), planteaban problemas fronterizos que dificultaban el ambiente de distensión.

De manera paralela, se trazaron planes para lograr el desarme general y el control naval. Con respecto a este último punto, en el Tratado Naval firmado en Washington en 1922, Estados Unidos aceptó mantener la misma cantidad y los mismos tipos de barcos de guerra que tuviera Inglaterra, y determinó con Francia, Japón e Italia, la proporción de naves bélicas que tendría cada uno de esos países. Un punto interesante de este tratado fue el acuerdo en el que se otorgaba a Japón el predominio naval en el océano Pacífico, lo cual resultaría de gran trascendencia para el futuro de las relaciones internacionales.

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