Primera Guerra Mundial: Causas
Introducción
La Primera Guerra Mundial fue un acontecimiento bélico internacional que, iniciado en Europa en agosto de 1914, no sólo llegó a convertirse en una guerra total sino que trascendió al ámbito mundial cuando intervinieron en él naciones situadas en otros continentes. Por primera ocasión en la historia de la humanidad, una lucha armada incluía países muy alejados geográficamente; además, su evolución y desenlace dejaron una secuela de cambios trascendentales que afectaron al mundo entero. Hasta antes de 1945 este fenómeno histórico fue conocido como la Gran Guerra, y no sería sino hasta después de ocurrida la Segunda Guerra Mundial cuando se hizo necesaria la distinción numérica secuencial entre ambos conflictos. Por su magnitud y consecuencias, la Primera Guerra Mundial constituye una profunda brecha que separa el siglo XX de todo lo que le precedió, no obstante que sus orígenes se encuentran, por supuesto, en los hechos del pasado inmediato.
Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, Europa vivió su máximo apogeo y su civilización se hizo universal. Con su poderoso desarrollo industrial y capitalista, Europa se había impuesto al resto del mundo, excepto a Estados Unidos y Japón. Sus fuerzas, ejércitos y flotas dominaban en África, Oceanía y gran parte de Asia. Pero la Europa superior a los ojos del mundo no era una unidad; profundas desigualdades entre países y rivalidades entre potencias desataron una guerra, que gobernantes y militares creyeron ganar fácil y rápidamente. Mas no fue así y cuando terminó, concluyó también la supremacía europea.
En los últimos treinta años del siglo XIX, Europa vivió una inquieta paz o "paz armada” como los historiadores llaman a este período, en medio de tensiones diplomáticas; estas fricciones se harían tangibles desde 1904 hasta 1914, año de inicio de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Las tensiones acumuladas por la carrera imperialista entre las potencias europeas terminaron por hundir a los contendientes en una larga guerra que dejó sus economías agotadas y más de 9 millones de muertos.
ANTECEDENTES
Europa a comienzos del siglo XX
El ascenso de Guillermo II al trono alemán en 1890 y la consiguiente destitución del anciano Otto von Bismarck como canciller, supuso un cambio en la política exterior alemana, que dio inicio al proceso que finalmente llevó a la Primera Guerra Mundial. Guillermo II abandonó el sistema de alianzas construido por Bismarck, que había garantizado la paz en Europa durante casi veinte años, e impulsó una política alemana de hegemonía mundial o Weltpolitik.
Guillermo II, Káiser del Imperio Alemán.
Ante la ineficacia diplomática para resolver antiguos conflictos se acrecentó un exacerbado nacionalismo en cada uno de los países implicados: Francia y Alemania mantenían vigente una rivalidad desde la guerra de 1871 por el control de los territorios de Alsacia y Lorena; el territorio polaco se había convertido en un zona de conflictos entre el Imperio Austro-Húngaro y el lmperio ruso.
Desde finales del siglo XIX, las potencias industriales europeas se encontraban consolidando su supremacía política y económica sobre el resto del mundo. Gracias a la superioridad militar y al control político y administrativo que ejercían en África y gran parte de Asia y Oceanía. Gran Bretaña, Francia, Alemania y, en menor medida, Italia aseguraron diversos mercados para sus manufacturas, al tiempo que obtenían materias primas para sus industrias. Por su parte, el Imperio otomano, el ruso y el austro-húngaro, con un menor desarrollo industrial, experimentaron algunos problemas y desórdenes internos. Fuera de Europa, solo los Estados Unidos y Japón aparecían como nuevas potencias capaces de competir con los europeos.
Este panorama de estabilidad política y económica acompañado de avances científicos e innovaciones tecnológicas como el automóvil, el avión, el teléfono, el fonógrafo y el cinematógrafo, aumentó la confianza y el sentimiento de superioridad europeo. Por ello, Francia organizó la Exposición Universal de 1900, para que todas las naciones presentaran sus avances en las artes, las ciencias, la industria y la agricultura. Es la época del tiempo libre, del deporte, la bicicleta y la nueva moda de los baños de mar. Los paseos por los Campos Elíseos de París se vuelven casi un rito. El casino de Montecarlo, la Riviera italiana, la Costa Azul, Saint Moritz, Venecia o Biarritz, son lugares de fiesta y disfrute. La radio, nacida en 1906, constituyó una nueva distracción; el cine también hizo su aparición. En los cafés conciertos, Moulin Rouge, Folies Bergere, la gente caminaba y bailaba. El automóvil y el metro hicieron mas cómoda la vida cotidiana. Años después, los europeos recordarían con nostalgia esta etapa a la que llamaron la Belle Époque o Época Bella.
CAUSAS DE LA GRAN GUERRA
Causas profundas
La Gran Guerra, ocurrida entre 1914 y 1918, tuvo como causas profundas una serie de acontecimientos -políticos, económicos, sociales, ideológicos- generados en Europa entre 1871 y 1914, los cuales fueron creando una situación sumamente tensa entre las potencias hegemónicas, al grado de que cualquier circunstancia fortuita podía hacer estallar un conflicto de grandes dimensiones.
La rivalidad imperialista
Al comenzar el siglo XX, Gran Bretaña había empezado a ser desplazada de su posición de preponderancia como potencia capitalista por el fuerte crecimiento industrial de Alemania, seguida por Estados Unidos y Japón; este último país recién había abierto su economía hacia Occidente e iniciado un acelerado proceso de crecimiento industrial y comercial. Esta nueva rivalidad se sumaba a la de otras naciones europeas como Francia, Austria-Hungría, Italia y los Países Bajos, que continuaban desarrollando su capitalismo industrial en espera de alcanzar la mayor porción en el reparto imperialista del mundo. Al mismo tiempo, el exagerado crecimiento del capitalismo monopolista de aquella época provocó la existencia de considerables excedentes de producción que obligaban a los gobiernos a adoptar políticas cada vez más proteccionistas, con lo que dificultaban la libre circulación de mercancías e intensificaban la carrera competitiva por el predominio político-económico sobre territorios estratégicos que les permitieran contar con mercados exclusivos.
Esta situación generaba un constante temor de los gobiernos imperialistas ante la amenaza de que les fueran arrebatadas las zonas geográficas bajo su influencia y se vieran entonces obligados a ceder sus mercados a las potencias rivales. Por esta razón, esos gobiernos decidieron tomar dos medidas: una de ellas gravitó en torno a la creación de un sistema de alianzas diplomáticas con el propósito de evitar un nuevo conflicto armado, y la otra, aparentemente contradictoria, consistió en el fomento de una industria de guerra impulsada por los avances de la ciencia y la tecnología.
La formación de bloques enfrentados
Previo al estallido del conflicto, varias potencias habían establecido alianzas estratégicas que protegieran sus intereses.
Bismarck había construido una compleja red de tratados internacionales, en los cuales una Alemania “satisfecha” pudiera consolidar sus conquistas y afianzar su poder y prestigio internacionales. La Doble alianza de Alemania con Austro-Hungría (1879) y el Tratado de Contraseguro con Rusia (1887) pretendían impedir que estos dos países se enfrentasen en los Balcanes. El sistema diplomático de Bismarck sobrevivió a las continuas crisis sobre este asunto hasta su dimisión en 1890. La Doble Alianza se convirtió en la Triple Alianza al unirse Italia en 1882. Italia se decidió a formar parte de esta alianza únicamente con la pretensión de obtener los territorios austriacos de habla italiana (Trieste, Trentino y Fiume), lo que hizo que su participación fuera controvertida. El principal objetivo del canciller alemán eran el aislamiento de Francia. Pero la creación de una potente marina de guerra que compitiera con la británica y la petición de participación en el reparto de los territorios coloniales, daban prueba del cambio político.
El primer resultado de la política de Guillermo II era lo que más temía Bismarck, es decir, el fin del aislamiento de Francia. En 1893, se firmó la alianza franco-rusa, acuerdo que suponía un compromiso de ayuda militar en caso de guerra contra Alemania. Francia y Gran Bretaña, que eran grandes rivales en la colonización de Asia y África, pusieron fin a sus diferencias coloniales y firmaron la Entente Cordiale, es decir, un pacto amistoso, el 8 de abril de 1904. Con este acuerdo se superaron las disputas coloniales sobre el norte de África: Egipto quedó bajo dominio británico y Marruecos paso a ser un protectorado francés. En 1905 Rusia fue derrotada en la guerra con Japón. Este fracaso hizo que Rusia abandonara sus ambiciones en el Extremo Oriente y centrara su atención en los Balcanes, lo que llevó inevitablemente al choque con el Imperio austro-húngaro. Por último, en 1907, se firmó el acuerdo anglo-ruso a partir del cual se ponían las bases de la Triple Entente.
De esta manera las potencias formaron dos bloques militares opuestos. El primero, la Triple Alianza, conformado por Alemania, Austria-Hungría e Italia, fue impulsado por los intereses alemanes en los Balcanes y en el Imperio otomano, con apoyo austro-húngaro, que a su vez rivalizaba con Rusia por el predominio en Europa oriental, posteriormente se sumaron Turquía y Bulgaria. El segundo bloque, la Triple Entente, formado por Gran Bretaña, Francia y Rusia, se concretó en 1907 para prestarse ayuda mutua en caso de ser atacados por la Triple Alianza, con la posterior adhesión de Serbia, Bélgica, Italia y Estados Unidos, entre otros.
Ante el temor de verse cercadas por Francia y Rusia, con el riesgo de ser obligadas a sostener una guerra en dos frentes, las naciones de la Triple Alianza consideraron necesario crear un frente unido. Además, les era de suma importancia mantener su predominio en el Mediterráneo, incluidos los territorios del norte de África. A esto se debe, principalmente, el interés del Imperio Austro-Húngaro por arrebatarle al Imperio Otomano los países situados en el territorio de los Balcanes, y por impedir que Serbia -país recientemente liberado del dominio turco- se extendiera hacia el oeste y ocupara las provincias de Bosnia y Herzegovina, pertenecientes al Imperio Austro-Húngaro. Al mismo tiempo, éste trataba de evitar que Rusia le ganara en la conquista de los Estados balcánicos.
Alemania era la principal potencia continental en Europa; no obstante, para su tráfico comercial sólo contaba con un acceso muy poco seguro al Mar del Norte y, con respecto a su política expansionista, tras la Conferencia de Berlín, que ratificó la hegemonía colonial de Gran Bretaña y Francia, el Reich alemán vio limitadas sus posesiones en África. Además, su predominio en Europa estaba marcado por el resentimiento francés (puesto que Alemania se había anexionado los territorios de Alsacia y Lorena en 1871) y por la amenaza de Rusia, que ambicionaba la hegemonía en el centro y el este de Europa.
La paz armada
El sistema de alianzas permitió que Europa viviera una etapa de paz relativamente larga, ya que desde 1871, cuando terminó la guerra franco-prusiana, las grandes potencias europeas habían logrado evitar enfrentamientos bélicos, pero al mismo tiempo impulsaban fuertemente el crecimiento y desarrollo de su industria de guerra, situación contradictoria que dio origen a que el periodo comprendido entre 1871 y 1914 fuera recordado como la etapa de la paz armada. En relación muy estrecha con el progreso industrial en aquella época de cambios acelerados y de interés personal por la prosperidad económica, continuamente surgían nuevos descubrimientos científicos que generaban innovaciones tecnológicas puestas al servicio de Ias fuerzas militares de las naciones.
De esta manera, se dio un notable crecimiento del arsenal de guerra, no sólo en lo que se refiere al aumento de material bélico, sino a la fabricación de nuevas armas, cada vez más potentes y mortíferas, y de modernos medios de transporte que harían más eficiente la movilización de tropas en caso de un posible enfrentamiento internacional. En este aspecto, desde los años ochenta del siglo XIX, la industria pesada de Alemania tuvo un extraordinario desarrollo, al grado de que más tarde llegaría a superar la producción de hierro y acero de Gran Bretaña. Así, la Revolución Industrial fue un factor decisivo en los profundos cambios que se dieron en el mundo a principios del siglo XX. Y no sólo porque favoreciera el crecimiento del capitalismo, sino porque además había proporcionado a los gobiernos de los países industrializados la oportunidad de probar una nueva y más peligrosa competencia con sus rivales, en la que cada nación se suponía poseedora del arma secreta que lo haría invencible. A esta carrera armamentista se agregaba el enorme desarrollo en los ejércitos de las potencias europeas con la prolongación del servicio militar y el aumento del número de soldados, elementos que permitían a los jefes de Estado preparar estrategias militares que les garantizaran la victoria y fomentaron, a través de la prensa, el sentimiento patriótico en cada nación. La Europa de comienzos del siglo XX se preparaba para la guerra al mismo tiempo que, paradójicamente, le temía y trataba de evitarla.
Nacionalismo
La ideología nacionalista, que adquirió gran fuerza en los primeros años del siglo XIX con motivo de las invasiones napoleónicas, se fue acrecentando en todos los pueblos por diferentes razones. En las naciones imperialistas, los avances tecnológicos y el desarrollo del capitalismo fomentaban entre sus habitantes un orgullo nacional que justificaba la rivalidad con el resto de las potencias, aunado a un sentimiento de superioridad hacia los pueblos no industrializados, en la medida en que podían dominarlos e imponerles sus condiciones económicas y políticas. Por otra parte, entre los pueblos dominados el nacionalismo tomaba formas libertarias, aumentadas por el hecho de ver su territorio hecho presa de la rivalidad imperialista y expuesto a servir de campo de batalla en el caso de un enfrentamiento armado entre las potencias rivales. Este último enfoque del nacionalismo constituiría el fundamento de un incidente que serviría de pretexto para desencadenar el conflicto europeo que llegó a alcanzar dimensiones mundiales.
La propaganda
Conocedores del sentimiento nacionalista de sus pueblos, los gobiernos de las potencias europeas se valieron de los medios de difusión para estimular el crecimiento de ese nacionalismo que, ligado alodio contra los países rivales, dispusiera el ánimo de la población en contra de éstos en el caso de sobrevenir una guerra. Un ejemplo: franceses y británicos respondieron ante el expansionismo alemán con una propaganda agresiva basada en la caricatura. Se representó al káiser como un personaje ávido de devorar países, o al Reich como una serpiente gigantesca que simbolizaba al militarismo alemán como peligro apocalíptico. Este tipo de propaganda se convirtió en un factor más de tensión que preparaba el camino para llegar al estallido de un conflicto internacional, en el que se vería envuelta una generación de jóvenes europeos a quienes no les había tocado todavía la experiencia de vivir una situación de guerra.
Causas circunstanciales o inmediatas
Las crisis coloniales
La atmósfera de paz que Europa vivió entre 1871 y 1914 se limitaba a las relaciones entre las naciones poderosas, ya que en otros territorios cercanos se vivía una severa crisis política relacionada con la rivalidad imperialista. En ese tiempo, los territorios de Marruecos, al norte de África, y los Balcanes, constituían las zonas de mayor fricción en los momentos en que las grandes potencias industriales, principalmente Inglaterra y Alemania, entablaban una feroz competencia por la búsqueda de nuevos recursos y mercados. En estos territorios estratégicos se desató a principios del siglo XX una serie de crisis políticas que sirvieron de pretexto a las potencias europeas para poner a prueba el equilibrio de fuerzas entre los dos bloques del sistema de alianzas.
Marruecos
Guillermo II en Tánger - 1905.
La rivalidad entre las potencias europeas también se expresó en algunas disputas por las posesiones coloniales, especialmente por las ambiciones del emperador alemán Guillermo II, quien aspiraba a mayores colonias y pretendía disputar la hegemonía marítima británica con la construcción de una gran flota de guerra. Dos crisis se dieron en Marruecos, primero, en el 31 de marzo de 1905, cuando el emperador alemán visitó Tánger y se pronunció a favor de la independencia de este reino que iba claramente dirigido contra Francia, y sin embargo, Francia reafirmó su posición con el apoyo británico. La consecuencia de este desafío fue la convocatoria de la Conferencia Internacional de Algeciras (1906), en la que se reconocían las posesiones de España en Rif y las pretensiones de Francia de establecer un protectorado en Marruecos. Luego en 1911 estalló la segunda crisis marroquí, cuando Guillermo II envió el acorazado "Panther" al puerto de Agadir para forzar acuerdos más favorables a sus intereses comerciales y coloniales, y tras largas negociaciones obtuvo una parte del Congo francés, aunque reconoció el protectorado de Francia y España sobre Marruecos. Las ofensivas alemanas en Marruecos provocaron el reforzamiento de la alianza anglo-francesa, el aislamiento internacional de Alemania y el agravamiento de las tensiones franco-alemanas.
La cuestión balcánica
La región balcánica estaba bajo el dominio del Imperio otomano desde el siglo XVI. Desde mediados del siglo XIX el Imperio otomano se fue debilitando y dio paso a la creación de nuevos Estados en los Balcanes: Serbia, Bulgaria, Rumania, Albania y Montenegro. El gran foco de tensión tenía su origen en la ambición del reino de Serbia por formar una Gran Serbia que reuniese en un mismo Estado a todos los serbios, puesto que más de siete millones de ellos vivían en el Imperio Austro-Húngaro. Rusia, protector de los pueblos eslavos, apoyaba a Serbia contra el Imperio Austro-Húngaro.
En este escenario, el primer conflicto se produjo cuando al Imperio Austro-Húngaro se anexionó Bosnia-Herzegovina en octubre de 1908, a los que administraba como colonias desde hacía treinta años. A pesar de las protestas de Rusia y de Serbia, la anexión fue aprobada gracias al respaldo prestado al Imperio Austro-Húngaro por Alemania. Los serbios recurrieron entonces a Inglaterra y Francia para solicitarles ayuda; Francia se las negó argumentando que la invasión austriaca en los Balcanes no amenazaba sus "intereses vitales” en tanto que Inglaterra solamente brindó su apoyo diplomático para tratar de evitar un conflicto. En consecuencia, Serbia tuvo que aceptar la anexión de Bosnia y Herzegovina al Imperio Austro-Húngaro como algo inevitable.
A partir de este acontecimiento las relaciones entre Austria-Hungría y Serbia se volvieron más tensas, y en Serbia surgieron sociedades secretas formadas por ultranacionalistas que deseaban liberarse del dominio de los Habsburgo y alcanzar la unidad de todos los pueblos eslavos. En 1912, Serbia se unió a Bulgaria para constituir la Liga Balcánica, bajo la protección de Rusia, con el doble propósito de prevenir una nueva ocupación por parte de Austria-Hungría y liberar a los pueblos eslavos del sur que todavía estaban bajo el dominio del Imperio Otomano. Poco tiempo después, Grecia y Montenegro ingresaban a la Liga Balcánica, con lo cual consiguieron vencer al Imperio Otomano, influyendo en su proceso de desintegración. Después de esta victoria Bulgaria atacó a sus antiguos aliados de la Liga (1913), pero fue vencida por Serbia, que se fortaleció con este nuevo triunfo al cuadruplicar su territorio. La nueva situación de Serbia preocupó al gobierno austriaco, que empezó a prepararse para enfrentar un posible ataque ese país.
El resultado de estas guerras fue la reorganización política de la península a través del reparto de gran parte del territorio de Bulgaria en favor de sus vecinos, y la consolidación de Serbia como el principal Estado de la región y alertó la idea de reunir en un mismo Estado a todos los serbios, muchos de los cuales vivían en el Imperio Austro-Húngaro.
La última fase de la crisis balcánica dio comienzo en junio de 1914 con el llamado Incidente de Sarajevo, motivo circunstancial que encendería el polvorín político de Europa. Este hecho tuvo lugar el 28 de junio de 1914 en la capital de Bosnia, cuando el príncipe el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria-Hungría, es asesinado en Sarajevo junto a su esposa, Sofia von Chotkova, El archiduque viajó a Sarajevo en junio de 1914 para inspeccionar las fuerzas imperiales en Bosnia y Herzegovina, antiguos territorios otomanos en los Balcanes que fueron anexados por Austria-Hungría en 1908; esto provocó la indignación de los nacionalistas serbios, que creían que dichos territorios debían formar parte de la nación serbia. La fecha prevista para su visita, el 28 de junio, coincidía con el aniversario de la primera batalla de Kosovo, en 1389, en la que Serbia fue derrotada por los turcos. El 28 de junio era también el aniversario de bodas de Francisco Fernando con su mujer Sofia: ellos estaban de gira en Sarajevo en un coche abierto, con muy poca seguridad, cuando el nacionalista serbio Nedjelko Cabrinovic arrojó una bomba en su coche, la cual hirió a un oficial y algunos transeúntes. Más tarde ese mismo día, la procesión del archiduque tomó un giro equivocado en el cruce de Appel Quay y Franzjosefstrasse, donde otro joven nacionalista, Gavrilo Princip, estudiante activista vinculado a la organización nacionalista serbia "La Mano Negra” atacó al coche, disparando a Francisco Fernando y Sofia a quemarropa. Ambos murieron una hora más tarde. Este atentado fue la culminación del largo proceso de hostilidades enraizado y el pretexto para comenzar la guerra el 14 de agosto de 1914.
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