Modernismo: Literatura, música y cine
Al terminar la primera guerra mundial, las reacciones predominantes en la sociedad europea y norteamericana, eran dos: la primera; una impresión de irritación y desencanto, que en las artes se manifestó en tendencias iconoclastas generalizadas; la tensión se había acumulado durante las décadas anteriores, pero se desbordó a partir de 1918. El movimiento nihilista Dadá gozó de popularidad durante algún tiempo, hasta que sus principios anárquicos quedaron formalizados en el surrealismo, que rechazaba las tradiciones de la percepción consciente, en favor del funcionamiento de la mente subconsciente.
La segunda reacción fue una sensación de alivio y alegría, y un deseo de vivir la vida plenamente, tras la dramática lección sobre la muerte aprendida en la guerra. Este espíritu engendró el “art decó”, el exuberante estilo de la despreocupada era del jazz, un entorno adecuado para las jovencitas de los ruidosos años veinte, que lucían sus piernas, sus exiguos vestidos de Chanel y sus perlas, y bailaban el charlestón con hombres elegantes que bebían cócteles, iban al cine y conducían automóviles.
Dadá
Durante la primera guerra mundial, se fue formando un animado mundillo artístico en la ciudad suiza de Zúrich, donde habían buscado refugio numerosos artistas, músicos, escritores y revolucionarios. La sensación de desengaño provocada por la política y la cultura oficiales engendró un movimiento artístico que se propuso atacarlo todo y burlarse de todo, desde las comodidades y pretensiones burguesas hasta los conceptos básicos del arte europeo.
Este movimiento nihilista y anárquico se especializó en la organización de actos desconcertantes y en la creación de productos y obras literarias que, según proclamaban sus autores, no tenían ningún valor ni significado. El movimiento recibió el nombre de Dadá, expresión infantil para designar un caballito de juguete, elegida al azar en un diccionario.
Dadá comenzó sus actividades en Zúrich en 1916 como Cabaret Voltaire, un concepto principalmente literario ideado por su fundador, el alemán Hugo Ball (1886-1927), que organizó «manifestaciones» escénicas, lecturas de poesía sin sentido y conciertos musicales a base de ruidos y chillidos. También formaba parte de este grupo el artista y escritor alsaciano Jean Arp (1888-1966), que hacía collages con trozos de papel de colores arrojados al azar.
Las ideas y el espíritu de los dadaístas ganaron adeptos, y después de la guerra se formaron grupos Dadá en otras ciudades, como Colonia, París, Barcelona, Nueva York y Berlín. Pero han sobrevivido muy pocos de sus productos; su principal portavoz a partir de 1918, el poeta rumano Tristan Tzara (1886-1963), declaró que Dadá era más bien un estado mental. Pero su influencia fue grande, e hizo que muchos artistas, escritores, pintores y músicos se replantearan las tradiciones en las que se basaban todos sus juicios estéticos.
Uno de los dadaístas más influyentes fue el francés Marcel Duchamp (1887-1968), con su serie de «objetos prefabricados», productos industriales presentados como arte. Los «prefabricados» eran «arte» sólo porque el artista decidía llamarlos así y exponerlos en una galería. La actitud de Duchamp ejerció un gran impacto en el arte del siglo XX.
Literatura modernista
El cambio más importante en la literatura del siglo XX fue la pérdida de importancia de la voz narradora objetiva, que fue la base de la narrativa realista del siglo XIX, en favor de la percepción subjetiva. Éste fue el factor común más importante en la literatura experimental que surgió tras la primera guerra mundial y que se suele agrupar bajo el encabezado de «modernista».
El modelo para los jóvenes escritores lo impuso el francés Marcel Proust (1871-1922) con su monumental obra “En busca del tiempo perdido”, donde la percepción de la realidad por parte del protagonista está filtrada a través de la experiencia subjetiva de la memoria. En 1922, el año en el que Proust concluyó su obra, aparecieron otras dos obras fundamentales de la literatura modernista: “Tierra baldía”, del poeta angloamericano T. S. Eliot (1888-1995), en la que relaciona una crisis personal con la sensación de decadencia de la civilización europea. El poema está deliberadamente fragmentado y su lenguaje varía desde lo culto hasta lo coloquial. Y la obra “Wises”, del novelista irlandés James Joyce (1882-1941) donde describe los pensamientos y sensaciones íntimas de los personajes, mediante un caleidoscopio de las imágenes, impresiones y emociones que influyen en el proceso de pensar.
El enfoque experimental con que Joyce expresaba los procesos mentales -el «torrente de conciencia»- fue muy utilizado por autores posteriores, entre los que destaca la novelista inglesa Virginia Woolf (1882-1941). Su novela “Al faro” (1927) describe unas vacaciones familiares a través de las reflexiones interiores de los personajes. También el estadounidense William Faulkner (1897-1972) utilizó la técnica con buenos resultados en “El sonido y la furia” (1929).
El checo Franz Kafka (1883-1924) describió de un modo sobrecogedor los confines del mundo interior. “El proceso” y “El castillo” (escritas entre 1911 y 1914, publicadas póstumamente) describen paisajes cerrados en los que los protagonistas se ven atrapados en laberintos burocráticos.
Surrealismo
El surrealismo fue un derivado del dadaísmo, pero con importantes diferencias. Mientras que los dadaístas atacaban la cultura establecida de un modo casual y esencialmente negativo, los surrealistas aseguraban tener una visión coherente del mundo. Influidos por Sigmund Freud (1856-1939), dieron prioridad a la mente subconsciente, que, por no estar corrompida por el legado de la cultura aprendida, pensaban que les permitiría alcanzar un sentido más auténtico de la realidad: la super-realidad o surrealidad.
El poeta francés André Breton (1896-1966) publicó el "Primer manifiesto surrealista" en 1924. En un principio, el surrealismo era básicamente un movimiento literario; a Breton se le unieron otros poetas, como Paul Eluard (1895-1952) y Louis Aragón (1897-1982), y juntos experimentaron con la escritura automática: la creación de prosa y poesía a base de escribir lo primero que se viene a la cabeza mientras se está en estado receptivo.
El surrealismo se adaptó también al teatro y el cine, pero donde más resultados obtuvo fue en la pintura. Al principio, muchos pintores surrealistas, como Joan Miró (1893-1983) pintaban garabatos. Más adelante, Miró desarrolló un lenguaje de formas orgánicas con extrañas y semifamiliares resonancias. El más famoso de los pintores surrealistas fue Salvador Dalí (1904-1989), creador de alucinadas imágenes de paisajes áridos, árboles muertos y miembros dislocados.
El Jazz
El jazz evolucionó a partir de los espirituales que cantaban los esclavos negros en las plantaciones de los estados del sur, que a su vez procedían de una mezcla de músicas populares africanas y europeas. Los instrumentos de jazz eran los de las bandas militares: trompeta, clarinete, trombón y tambor, más piano, banjo y contrabajo. Sus características esenciales eran el ritmo sincopado y la improvisación colectiva de los músicos. La espontaneidad expresiva de los músicos de jazz parecía reflejar tan exactamente el espíritu de la década, que a los años veinte se los llamó «la era del jazz».
La cuna original del jazz fue Nueva Orleans, donde, alrededor del cambio de siglo, se desarrolló el característico estilo Dixieland, cuyo ejemplo más conocido son las composiciones de ragtime para piano de Scott Joplin (1868-1917). En los años veinte, el jazz había llegado a Chicago, donde lo popularizaron figuras como Louis Armstrong (1898-1971) y Bix Beiderbecke (1903-1931). A finales de la década, la capital del jazz era Nueva York, donde se grababa la música y se emitía por la radio.
A pesar de la aparición del rock and roll en los años cincuenta, el jazz continuó evolucionando y generando nuevas ramas: las atrevidas improvisaciones del “be-bop”, inducidas por las drogas; el sofisticado “cool jazz” de los años cincuenta y sesenta; el ligerísimo “free jazz” cultivado por músicos como Ornette Coleman (1930-2015) y John Coltrane (1926-1967). También ha ejercido una gran influencia en la música clásica del siglo XX, que se aprecia en la obra de Maurice Ravel (1875-1937), Igor Stravinski (1882-1971), Dimitri Shostákovich (1906-1975), Béla Bartok (1881-1945) y Aaron Copland (1900-1990).
Música atonal
En los primeros años del siglo XX, los compositores europeos luchaban contra la orientación de la música clásica, siguiendo el ejemplo de Richard Wagner (1813-1883). Wagner había sembrado las semillas de futuros avances al emplear notas cromáticas. Casi toda la música del siglo XIX se había escrito con una tonalidad, basada en un tono determinado (sol sostenido menor, por ejemplo), que consta de su propia escala de ocho notas. Las notas cromáticas son sonidos disonantes que no forman parte de dicha escala.
El atractivo indirecto de estas notas cromáticas indicó qué camino seguir al compositor austriaco Arnold Schoenberg (1874-1951). Rechazando la tonalidad, ideó un sistema de composición que concedía igual importancia a las doce notas de la octava (incluyendo los sostenidos y bemoles), liberando a la música de las restricciones impuestas por el tono. Él llamaba a este efecto pantonalidad (todas las notas), pero se le suele llamar atonalidad.
Obtuvo algunos resultados interesantes y provocó muchas controversias, sobre todo en sus “Tres piezas” (1909) para piano, que establecieron a Schoenberg como el “enfant terrible” de la música moderna. Pero la hostilidad sólo servía para estimularlo. No obstante, para evitar la anarquía en que corría peligro de caer, a partir de 1917 empezó a adoptar un enfoque sistemático, llamado composición dodecafónica (de 12 notas) o serialismo: cada nota se introducía en un cierto orden (la línea de notas, o serie) y a partir de entonces tenía que mantenerse en dicho orden o forma -aunque podía estar invertido o transpuesto- durante la pieza. Dos de sus discípulos de Viena, Anton van Webern (1883-1945) y Alban Berg (1885-1935) colaboraron con él en la estructuración del sistema. En 1933 Schoenberg tuvo que huir de la Alemania nazi y se instaló en Estados Unidos.
Primera de las tres piezas que forman el Op. 11 de Arnold Schoenberg. Artista: Glenn Gould.
Fotografía artística
A comienzos del siglo XX, la fotografía aún se consideraba inferior a la pintura. Fueron los artistas de vanguardia de los años veinte -y en especial, los dadaístas- los que dieron prestigio artístico a la fotografía. El dadaísta Man Ray (1890-1976) produjo imágenes semiabstractas que llamó «fotogramas», manipulando fotografías en el cuarto oscuro. El artista de origen alemán John Heartfield (Helmuth Herzfelde, 1891-1968) realizó collages con fotografías recortadas, una técnica que él llamaba fotomontaje, creando llamativas yuxtaposiciones que a menudo transmitían un mensaje político.
Otro importante avance de esta época fue la aceptación de que las imágenes fotográficas convencionales podían tener valor artístico propio, sin tener que compararse con la pintura. En gran parte, este cambio de actitud se debió a los norteamericanos, y sobre todo a Alfred Stieglitz (1864-1946). En su Galería 291 de Nueva York, Stieglitz no sólo exponía fotografías contemporáneas, sino también las últimas obras de pintores europeos como Picasso y Matisse, con lo que situaba la fotografía entre el arte de vanguardia.
Stieglitz y sus colaboradores, como Edward Steichen (1879-1973), Paul Strand (1890-1976), Ansel Adams (1902-1984) y Edward Weston (1886-1958), no intentaron hacer competir a la fotografía con la pintura. Se limitaron a demostrar lo que se podía conseguir a base de simple artesanía y de selección de temas. Sus paisajes, retratos y detalles de la naturaleza -frutas, conchas, árboles retorcidos- demostraron que la cámara es capaz de transmitir elocuentemente la visión del fotógrafo.
El cine
A finales de los años veinte, el cine se había convertido en una industria que movía muchos millones de dólares. El público contemplaba programas basados en noticiarios (introducidos en 1908), cortometrajes cómicos y largometrajes. A partir de 1912 los estudios empezaron a reconocer el poder de atracción de ciertos actores, como Lillian Gish (1896-1993), y se creó el «star system». Los primeros planos, las panorámicas, el “traveling” y otras técnicas de rodaje, así como los diversos trucos de montaje (como el plano, contraplano y el “flashback”), demostraron la capacidad del cine para crear un lenguaje sustancialmente diferente del teatral, un lenguaje desarrollado y explotado por los directores de más talento de la época, como el estadounidense D.W Griffith (1875-1948) y el ruso Serguéi Eisenstein (1898-1948).
Al final de la época muda, el director francés Abel Gance (1889-1981) rodó una de las más extraordinarias y emocionantes epopeyas de la historia del cine: su montaje de la inacabada “Napoleón” (1927) duraba nueve horas. El cine fue adoptado también por varios movimientos artísticos, con algunos resultados interesantes, entre los que figuran la película expresionista “El gabinete del Dr. Caligari” (1919) y la surrealista “Un perro andaluz” (1928) realizada por Luis Buñuel (1900-1983) y Salvador Dalí.
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