Intento de solución: Anaxágoras y Empédocles
ANAXÁGORAS (500 – 428 a. de C.)
El primer filósofo griego que afirmó que en la formación y marcha del universo interviene una razón o inteligencia soberana. Nació en Clazomene (en la actual Turquía). Fue maestro de Pericles y amigo de Protágoras. Su desprecio por la religión oficial hizo que lo acusaran de impiedad. De sus escritos quedan algunos fragmentos.
Obras:
Acerca de la Naturaleza (sólo nos han llegado algunos fragmentos). Conocemos su doctrina por autores posteriores.
Anaxágoras y Empédocles
Todo conocimiento tiene como base el juicio por medio del cual se afirma o se niega algo. Sin juicio no hay razonamiento o argumentación, y sin argumentación no se da un sistema explicativo. Si la realidad es «puro fluir», entonces no se puede afirmar algo de algo, pues en el momento en que fuéramos a afirmar algo de algo, «ese algo» habría dejado de ser lo que era. Y si no es posible el juicio, tampoco es posible el conocimiento. ¿Qué sería un conocimiento en el que nada se afirma o se niega de nada? Y si el juicio es posible, y no sólo con un valor «temporal» («A» es «B» por un par de horas...) sino con una validez «absoluta», como conviene a todo conocimiento «científico», entonces no se da el cambio, la realidad es «una» e inmutable. Los sofistas responden, en términos generales, que el dilema cambio-inteligibilidad surgió del falso supuesto de que el conocimiento es absoluto y no relativo. Acerca de lo que es la «realidad» en sí, nada sabemos y nada podemos saber. El conocimiento científico es imposible, la tarea del sabio no es investigar la naturaleza, sino persuadir. Su poder está en la palabra y no en la argumentación.
¿Es posible, sin embargo, y a pesar de lo que afirman los sofistas, conciliar el cambio que pone de manifiesto la experiencia con la inmutabilidad que exige la posibilidad del conocimiento científico? Anaxágoras responde afirmativamente. Es el primer intento de solución al gran dilema planteado por las escuelas de Heráclito y Parménides.
El «cambio» es un movimiento continuo, ininterrumpido, no discontinuo o por «saltos». La semilla se convierte en árbol, no de un momento para otro, bruscamente, de repente, sino a lo largo de un proceso continuo, en el que sólo mentalmente se puede comparar dos términos entre sí: la semilla y el árbol. La semilla va muriendo y de su muerte va surgiendo la vida del árbol. El cambio es un fluir permanente en el que de la muerte de una cosa nace otra distinta. Anaxágoras niega con todo vigor este concepto de cambio. Nada nace y nada perece, sino que cada cosa se compone y se descompone de cosas ya existentes. El cambio es reunión y separación. Cada objeto de la experiencia es un compendio del universo entero, «en cada cosa hay partículas de cada cosa». El oro y el hierro no se componen de elementos distintos, sino de los mismos elementos primordiales, aunque en proporción distinta. El oro se puede transformar en cualquier cosa, como cualquier cosa se puede transformar en oro, si al separarse sus elementos se vuelven a reunir en distinta proporción. Y si no, ¿cómo explicar que el agua y el pan, que sirven de alimento, se transformen en «sangre, nervios, huesos, etc.», si no es suponiendo que en el agua y en el pan se hallan partículas productoras de la sangre, de los nervios y de los huesos? «En el alimento empleado están todas las cosas y todas las partes del cuerpo se benefician con las cosas ya existentes». El concepto de cambio heracliteano supone el paso del ser al no ser. A deviene B, es decir no-A, de aquí su ininteligibilidad. El cambio, para Anaxágoras, es un cambio de proporción entre los mismos elementos primordiales, eternos e inmutables. A no pasa a ser no-A, porque todos los elementos constitutivos de A son también todos los «elementos» constitutivos de B, es decir, de no-A, sólo que la mezcla de los elementos o cualidades en A y «no-A» están en proporción distinta.
El ser no proviene del no-ser, y, sin embargo, se da movimiento, cambio, un cambio que es reunión y separación. Este seria, a grandes rasgos, el intento de solución de Anaxágoras y, en líneas generales, el de Empédocles al dilema: movimiento o inteligibilidad del ser. A continuación, y de una manera más detallada, expondremos el sistema anaxagoriano en toda su complejidad.
En primer lugar, es necesario distinguir entre «cualidades» primordiales, («semillas» de las cosas) y «objetos» o cosas de la experiencia sensible. Las cualidades de que se compone el universo son en número infinito e inseparables unas de otras, a no ser mentalmente. Estas cualidades primordiales o «homeomerías» (mére: partículas; homoia: semejantes) son el calor y el frío, lo húmedo y lo seco, la luz y la oscuridad, el «aire» y el «éter», etc. En toda cualidad, por infinitamente pequeña que la concibamos, están todas las demás. La mezcla de las cualidades entre sí es tan intima, que cada partícula del universo contiene las características de todo el universo. Dentro de esta situación de mezcla y confusión total, una fuerza exterior al universo, el «Nous», o inteligencia suprema, introduce un movimiento de separación a manera de torbellino en una parte infinitamente pequeña del universo, que luego se va expandiendo sin límite. Por el movimiento de «separación» se van formando las «semillas» de las cosas por el predominio de una cualidad sobre las demás. Las cualidades no se separan entre sí, porque toda cualidad contiene a las demás, sino que se separa más de una cualidad que de otra. Las «semillas» semejantes se unen con las semejantes formando los «objetos» visibles y, luego los mundos en número infinito, uno de los cuales es el nuestro, con la Tierra, el Sol, la Luna y los demás planetas errantes.
Dos principios intervienen en la formación del universo a partir del caos inicial: el «Nous» o inteligencia, y el principio de la atracción de lo semejante por lo semejante. Con el «Nous» aparece un nuevo elemento de reflexión en la historia del pensamiento. Hasta este preciso momento todos los intentos de explicación del origen del universo partían del universo como tal, sin recurrir a una fuerza exterior. En este sentido, tanto la escuela de Mileto, como la de Heráclito, Parménides, etc., son monistas, en cuanto el universo se explica por sí mismo, sin necesidad de recurrir a otro principio exterior. Anaxágoras, por el contrario, es dualista. El universo no se puede explicar racionalmente sin admitir un principio extramundano que sea causa u origen del movimiento. La inteligencia ordenadora del cosmos, en Anaxágoras, aún se concibe de una manera muy materialista, es algo así o una fuerza física que pone en movimiento la masa informe del caos primitivo. Más adelante, en la historia del pensamiento, la inteligencia ordenadora se va depurando de sus aspectos físicos, para convertirse en la divinidad, que no sólo introduce el movimiento cósmico de separación de las cualidades primordiales, sino que es en sí misma la razón última de la existencia misma de las cosas. Dios y el mundo se separan, como creador y creatura, como causa y efecto. Dios es la explicación del mundo.
El segundo principio: «La atracción de lo semejante por lo semejante», se da por evidente. Explica por qué las «semillas», debido al movimiento de rotación impreso por el «Nous», se reúnen con semillas semejantes, formando los objetos o cosas sensibles. Existe cierta simpatía entre las cosas semejantes, que las impulsa a unirse, así como existe cierta antipatía entre las cosas semejante, que las impulsa a separarse. Empédocles atribuye la unión y la separación de las cosas entre sí a dos principios cósmicos: el Amor y el Odio.
El sistema de Empédocles es en lo fundamental el mismo de Anaxágoras, el cambio es una reunión y separación de elementos eternos e inmutables, y no «continuo devenir». «No hay entrada en la existencia ni fin en la funesta muerte para lo que es perecedero; sino solamente una mezcla y un cambio de lo que ha sido mezclado. Nacimiento no es más que un nombre dado por los hombres a ese hecho». Sin embargo, hay algunas diferencias importantes en ambos sistemas. Para Anaxágoras, las cualidades primordiales, homeomerías, son infinitamente numerososas. Para Empédocles, los elementos constitutivos de todos los cuerpos son solamente cuatro: El agua y el aire, el fuego y la tierra. Ha habido, además, una toma de posición importante: de las cualidades se pasa a las cantidades, es decir, a los cuerpos materiales. Ya no se habla de lo caliente y lo frío, lo seco y lo húmedo, etc., sino de cuerpos elementales, indestructibles, inengendrados, eternos, de cuya mezcla resultan todos los demás cuerpos. Se trata de la química en su forma más primitiva. En lugar de la inteligencia ordenadora, Empédocles coloca dentro de los constitutivos del universo dos grandes fuerzas cósmicas, el Amor y el Odio. El Amor es una fuerza de atracción y el Odio una fuerza de repulsión. Estas dos fuerzas cósmicas coexisten eternamente, sólo que hay un movimiento cíclico de predominio de una de ellas sobre la otra, pasando por un estado de equilibrio. El universo está en continuo movimiento, eternamente, pasando alternativamente de una fase de unificación a una fase de desintegración. Por el poder unificador y organizador del Amor, del caos primitivo de los cuatro elementos se forman los mundos y los objetos sensibles de estos mundos; sin embargo, la fuerza de dispersión no desaparece totalmente, porque es eterna e indestructible. Al predominio del Amor sigue el predominio paulatino del Odio; el cosmos regresa a su situación caótica inicial para comenzar nuevamente, sin fin, eternamente. El tiempo del universo en su totalidad es un tiempo circular, en el que el punto de partida es el punto de llegada, en el que todas las cosas vuelven a ser lo que eran.
«Nada hay nuevo bajo el sol» solían decir los griegos con cierto pesimismo trágico. Con Aristóteles, se introduce un nuevo elemento de reflexión que lleva al espíritu griego a liberarse de la concepción circular del tiempo, al concepto de causa final. La inteligencia ordenadora de Anaxágoras obra «mecánicamente» sin un fin premeditado sin una meta. El Amor y el Odio, los dos principios cósmicos de atracción y repulsión, son meras fuerzas físicas y, por lo tanto, sin intencionalidad, de aquí que no hay una meta en el devenir cósmico del universo. A partir de Aristóteles, el tiempo del universo es un tiempo rectilíneo, dirigido hacia una meta, hacia un fin, hacia una culminación. El tiempo circular es reemplazado por el tiempo rectilíneo. El cristianismo va a dar un nuevo impulso vigoroso a la concepción finalista del universo hasta hacer desaparecer por completo, en el pensamiento occidental, la concepción circular propia de los pensadores griegos antiguos. El mundo ha sido creado para alabanza y gloria de su creador. El pesimismo griego es reemplazado por un "cierto" optimismo cristiano.
El sistema de Anaxágoras y de Empédocles constituye un primer intento de solución al dilema movimiento-inteligibilidad. ¿En qué consiste finalmente este intento de solución? Lo explicaremos, una vez más, de una manera suscinta.
El movimiento se había entendido hasta Anaxágoras y Empédocles como fluir continuo, es decir, como devenir (algo llega a ser lo que no era, o a no ser lo que es). Anaxágoras y Empédocles introducen un nuevo concepto de movimiento o cambio, este ya no es "devenir” sino reunión y separación de elementos eternos e indestructibles. La concepción del movimiento heracliteo-parmenidiana es vitalista. La concepción anaxagoriana es mecanicista. Estos dos términos van a ser supremamente importantes en la caracterización de los distintos sistemas filosóficos y científicos que van apareciendo a lo largo de la historia del pensamiento. El movimiento de la "vida" es puro fluir, el árbol nace de la muerte de la semilla y la semilla de la muerte del árbol; más aún, el ir viviendo es ir muriendo, y al contrario. El movimiento de una máquina es sucesión ordenada de movimientos elementales, una palanca mueve otra, un engranaje otro engranaje, el movimiento resultante es reunión de los movimientos parciales. Se trata de dos concepciones diversas del movimiento, cuando se supone que todo movimiento es análogo al movimiento de la vida, o por el contrario, al movimiento de la máquina.
De acuerdo con Parménides, no se puede entender sino lo que permanece idéntico así mismo; de acuerdo con Heráclito, no se puede negar la realidad del movimiento, del cambio. Anaxágoras afirma simultáneamente la permanencia y el cambio; la permanencia, que hace posible el conocimiento, y el cambio que nos pone de manifiesto la experiencia. Los elementos primordiales (las cualidades y sus contrarios, en Anaxágoras; los cuatro elementos, agua, aire, fuego, tierra, en Empédocles) son eternos e inmutables, por lo tanto permanecen idénticos a sí mismos en el cambio, que no es más que combinación de los elementos o cualidades primordiales entre sí. Ni Heráclito ni Parménides podían admitir simultáneamente la permanencia y el cambio, porque el concepto mismo de cambio se los impedía, este era el paso del ser no al no-ser o al contrario, y por lo tanto, la negación misma de la permanencia.
¿Se puede explicar todo cambio a través de una visión mecanicista? ¿Es el fenómeno del espíritu (del pensamiento), de la vida misma, reducible a reunión y separación de elementos primordiales? ¿Explica la química (reunión y separación de elementos) el cambio en toda su universidad? Es un intento de solución que plantea nuevos problemas. Es el primero, pero no el único, tiene, sin embargo, el mérito histórico de haber introducido un nuevo concepto, el concepto mecanicista del movimiento.
TEXTOS
1. Con referencia al nacer y al perecer, los griegos no tienen una opinión justa, Ninguna cosa nace ni ninguna cosa perece; sino que cada uno se compone y se descompone de cosas existentes. Y así debiera llamarse rectamente el nacer, reunirse y el perecer, separarse. (Anaxágoras, fragmento 17).
2. Hacemos uso de una alimentación simple y de una sola especie, el pan y el agua, y de esto se nutren los pelos, las venas, la carne, los nervios, los huesos y todas las otras partes. Sucediendo, por lo tanto, estas cosas, es necesario reconocer que en el alimento empleado están todas las cosas, que todas (las partes del cuerpo) se benefician con las cosas ya existentes. Y en este alimento se hallan partículas productoras de la sangre, de los nervios y de los huesos y de las otras partes, y esas partículas solo son visibles a la inteligencia. Pues no se debe reducir todo a la sensación que nos muestra que el pan y el agua producen estas (partes del cuerpo), sino (reconocer) que en ellas hay partículas solamente visibles a la inteligencia (Aecio). ¿Cómo podría nacer el bello de lo que no es cabello, o la carne de lo que no es carne? (Anaxágoras, fragmento 10).
3. Las otras cosas tienen todas alguna parte de cada cosa; pero el espíritu es infinito y dotado de fuerza propia, y no está mezclado con cosa alguna, sino que se halla solo por sí mismo. Porque si él no estuviese en sí mismo, sino que se hallara mezclado con otra cosa, participaría de todas las cosas, aunque sólo estuviese mezclado con una sola; porque en toda cosa hay parte de cada cosa, como se ha dicho antes, y las cosas mezcladas con él lo impedirían, de manera que no tuviese poder sobre cosa alguna, del modo que lo posee, siendo sólo de por sí... El espíritu es siempre todo igual; es lo más grande como lo más pequeño. Ninguna cosa es igual a ninguna otra, sino que cada cosa fue y es, manifiestamente, aquello de lo que contiene en mayor grado... Pues el espíritu es la más sutil, la más pura de todas las cosas y tiene razón sobre toda cosa y posee el máximo poder. Y el espíritu domina a todas las cosas, grandes o pequeñas, que tienen un alma (viviente)...
Y el espíritu conoce todas las cosas, las mezcladas y las separadas y distintas. Y el espíritu ordenó todas las cosas, todas deberán ser, las que fueron y no son y las que son ahora: y puso orden en esta revolución (rotación) en la que se encuentran arrastrados ora los astros y el Sol, la Luna, el aire y el éter ya separados.
El espíritu, que es eterno, está ciertamente todavía donde están todas las otras cosas, es decir, en la masa envolvente, como en lo que estuvo unido a ellas y en lo que se separó (Anaxágoras).
4. Y, primero (el espíritu), comenzó la revolución desde lo pequeño y lo fue extendiendo poco a poco y lo extenderá cada vez más... y esta revolución ha operado la separación. Y se separa lo raro de lo denso y el calor del frio, y de lo oscuro lo luminoso y de lo húmedo lo seco. Y cuando el espíritu comenzó a mover, comenzó la separación de lo movido, y todo lo que el espíritu movía se dividía enteramente y moviéndose y separándose estas cosas por la fuerza y la rapidez. Y la rapidez produjo fuerza. Su rapidez no se asemeja a la rapidez de ninguna de las cosas que se hallan ahora entre los hombres, sino que es de una velocidad mucho mayor. Lo húmedo y lo denso, el frío y lo oscuro, que se reunieron en el lugar en que ahora se encuentra la Tierra, mientras que lo raro, el calor, lo seco, se dirigieron hacia la región exterior del éter (Anaxágoras, fragmento 15).
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