Cicerón
MARCO TULIO CICERÓN
(Arpino, actual Italia, 3 de enero de 106 a.C.-Formia, 7 de diciembre de 43 a.C.)
Fue un estadista, orador, ensayista, filósofo romano y gran amante del género epistolar. Es importante no tanto por formular doctrinas filosóficas personales como por haber sabido exponer las doctrinas de las principales escuelas de la filosofía helenística y, como él mismo sostuvo, por «enseñar a la filosofía a hablar en latín». No se ha de encontrar exagerada la importancia de esta última afirmación. Las acuñaciones terminológicas de Cicerón ayudaron a conformar el vocabulario filosófico del Occidente latino hasta bien entrada la era moderna.
La característica más destacada del pensamiento de Cicerón es su intento de unificar la filosofía y la retórica. Su primera gran trilogía, Del orador, De la república y De las leyes, presenta una visión del estadista-filósofo cuyo gran objetivo es guiar los asuntos políticos a través de la persuasión retórica más que a través de la violencia. La filosofía, según Cicerón, necesita a la retórica para poner en práctica sus objetivos principales, mientras que la retórica es inútil sin el apoyo psicológico, moral y lógico que suministra la filosofía. Esta combinación de elocuencia y filosofía constituye lo que él denomina humanitas –un término cuya influencia se comprueba en renacimientos posteriores del humanismo–, única que puede conceder el fundamento del gobierno constitucional. Se adquiere, además, sólo mediante un amplio aprendizaje de aquellos asuntos que importan al ciudadano libre (las artes liberales). Esta concepción de una educación humana que abarque la poesía, la retórica, la historia, la moral y la política ha pervivido como un ideal, especialmente para aquellos que consideran que una formación en las disciplinas liberales es esencial para el ciudadano si se desea que su autonomía racional se exprese de modos cultural y políticamente beneficiosos.
Uno de los móviles principales de las primeras obras de Cicerón era la incorporación en la alta cultura romana de uno de los productos más distintivos de Grecia, el pensamiento filosófico, y demostrar la superioridad de Roma. De este modo insiste en que el derecho y las instituciones políticas romanas encarnan adecuadamente lo mejor de la teoría política griega, mientras que los propios griegos resultaron incapaces de llevar sus teorías a la práctica. Siguiendo la concepción estoica que hace del universo un todo racional gobernado por la razón divina, Cicerón sostiene que las sociedades humanas deben basarse en la ley natural. Para Cicerón, la ley natural posee las características de un código legal; en particular, puede ser formulada mediante una colección comparativamente grande de reglas mediante las cuales es posible medir las instituciones sociales existentes. De hecho, y en la medida en que reflejan tan de cerca los requisitos de la naturaleza, las leyes e instituciones romanas representan un paradigma próximo a la perfección para las sociedades humanas. La doctrina global de Cicerón, más tal vez que sus detalles particulares, sirvió para establecer una sólida estructura para las teorías antipositivistas del derecho y la moral, incluyendo las de Aquino, Grocio, Suárez y Locke.
En los dos últimos años de su vida elabora una serie de diálogos-tratados que suministran un resumen enciclopédico de la filosofía helenística. Cicerón mismo resulta seguir el falibilismo moderado de Filón de Larisa y de la Academia Nueva. Considerando que la filosofía es un método y no una colección de dogmas, abraza una actitud de duda sistemática. No obstante, y a diferencia de la duda cartesiana, Cicerón no la extiende al mundo real detrás de los fenómenos, ya que no contempla la posibilidad de un fenomenalismo estricto. Tampoco cree que la duda sistemática conduzca a un escepticismo radical acerca del conocimiento. Aunque no existe un criterio infalible para distinguir las impresiones verdaderas de las falsas, algunas impresiones, sostiene, son más «persuasivas» (probabile) que otras y se puede confiar en ellas para guiar la acción.
En Académicos ofrece una descripción detallada de los debates epistemológicos helenísticos, adoptando una posición intermedia entre el dogmatismo y un escepticismo radical. Una estrategia similar es la que gobierna el resto de sus obras posteriores. Cicerón presenta los puntos de vista de las principales escuelas, los somete a crítica, y defiende tentativamente algunas posiciones que encuentra «persuasivas». Tres obras interrelacionadas, Sobre la adivinación, Sobre el destino y Sobre la naturaleza de los dioses sirven para repasar los argumentos epicúreos, estoicos y los de la Academia acerca de la teología y la filosofía natural. Gran parte del pensamiento y la práctica religiosa son tratados de forma fría, irónica, y son denostados desde el escepticismo –de una forma similar a la de los filósofos del siglo XVIII quienes, junto con Hume, encontraron en Cicerón mucho que imitar–. No obstante, admite que los argumentos estoicos a favor de la providencia son «persuasivos». Por lo que respecta a la ética, en De los fines, critica las doctrinas epicúreas, estoicas y peripatéticas y en las Tusculanes hace lo propio con sus puntos de vista acerca de la muerte, el dolor, las emociones irracionales y la felicidad. Aun hay una última obra, De los Deberes, en la que ofrece un sistema práctico de ética basado en los principios estoicos. Aunque en ocasiones su pensamiento haya sido considerado como el eclecticismo típico de un aficionado, el método adoptado por Cicerón para elegir selectivamente aquello que ha llegado a ser destacado dentro de los sistemas filosóficos profesionales suele presentar una considerable reflexión y originalidad.
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