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La escuela de Mileto

LA ESCUELA DE MILETO: TALES, ANAXIMANDRO, ANAXIMENES

Tales de Mileto (640 - 546 a.C.)

Tales de Mileto

El más destacado de los siete Sabios de Grecia. El título de fundador de las Matemáticas que se le aplica con frecuencia obedece a sus pruebas sobre algunas proposiciones elementales de la geometría. Es conocido el famoso teorema de Tales: Todo ángulo inscrito en una semicircunferencia es un ángulo recto. En astronomía su gran hazaña fue la predicción exacta de un eclipse solar para el 28 de mayo del 585 a. C. En política fue famoso por su advertencia a los griegos del Asia para que se unieran en un Estado único, con Teos como capital, para poder contener a los persas. No ha llegado hasta nosotros ninguno de sus escritos, conocemos su doctrina por referencia de autores posteriores.

¿Es la materia eterna o, por el contrario, comenzó a existir hace miles de millones de años? Y si comenzó a existir, ¿qué había antes? ¿Nada? ¿Qué dice la Biblia al respecto?

Mileto es una ciudad griega situada en el Asia Menor, centro comercial y marítimo de importancia hacia los siglos VI y V antes de Cristo. A este tiempo corresponden las reformas sociales en Atenas llevadas a cabo por Solón y Pisístrato.

Los filósofos o pensadores griegos anteriores a Sócrates (470 a. C.) se suelen llamar con el nombre genérico de presocráticos. Comenzamos nuestro estudio del pensamiento griego con la escuela de Mileto, cuyos representantes más importantes son: Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Lo poco que sabemos acerca de ellos lo debemos a la tradición posterior, de una manera particular a Aristóteles. Se trata de hombres geniales para su tiempo, aunque a nosotros, a 2.500 años de distancia, nos puedan parecer ingenuos e infantiles en su explicación de la constitución, forma y origen del universo. Nuestros conocimientos actuales acerca del mundo son indiscutiblemente muy superiores, sin embargo, serán corregidos y completados por las generaciones futuras y, quizás, muchas de nuestras concepciones actuales serán consideradas tan primitivas e infantiles como nos pueden parecer las de los primeros pensadores griegos.

Jonia

Una de las primeras experiencias fundamentales, común a todos los tiempos, es la experiencia de que todo tiene un comienzo: el árbol no ha sido siempre árbol, comenzó en forma de semilla; los ríos cambian de cauce, aumentan o disminuyen de caudal, las colinas se desmoronan y forman terraplenes, los terraplenes forman elevaciones. El hombre, ¿ha existido siempre? Lo que se dice de un individuo particular, ¿no se debe decir de la humanidad en general, que tuvo un comienzo en el tiempo? Y si todas las cosas de la experiencia común. tienen un comienzo, ¿el conjunto de todas ellas, la Tierra y el Cielo, han sido eternamente los mismos? O por el contrario, ¿tiene sentido preguntar por el origen del universo?

Los griegos no fueron los primeros en preguntarse acerca del estado inicial del universo, a partir del cual se fue formando el cosmos que actualmente observamos. Antes de ellos, los babilonios, los egipcios, etc., se habían hecho la misma pregunta. Para mejor entender las expresiones míticas de los antiguos acerca del origen del universo, podemos hacer el esfuerzo de responder por nosotros mismos, partiendo solamente de la experiencia ordinaria, y sirviéndonos de cuadros imaginativos, más que de explicaciones filosóficas o científicas. Dejemos libre la imaginación y retrocedamos millones de años, ¿cómo era la Tierra? ¿Existían las plantas, los animales, los mismos ríos y las mismas montañas? Y si retrocedemos más en el tiempo, ¿dónde estaban el Sol, la Luna y las estrellas? Si nada permanece eternamente igual a sí mismo, si todo cambia, todo se transforma, es necesario suponer que en el comienzo todo era informe y caótico, confuso y oscuro. En el principio era el «caos» y del caos inicial se separaron el agua y la tierra, y del agua y de la tierra se formaron los demás seres, mortales e inmortales, los hombres y los dioses. Se trata de imágenes, y las imágenes se complementan unas a otras. En lugar del caos inicial, se puede hablar también del abismo primordial del cual surgen todas las cosas, o del océano, o de la inmensa noche, etc.

El universo no puede haber surgido de la nada absoluta, la imaginación y la razón se resisten a aceptarlo, es como si en una caja totalmente vacía, de pronto, por arte de magia, apareciera un objeto cualquiera. La materia es eterna, sólo que no ha sido siempre la misma. El universo con sus leyes, con su regularidad y orden, tuvo un comienzo en el tiempo, pero no a partir del vacío absoluto, sino a partir de una realidad, concíbase como se quiera, como masa informe, como oscuridad, como océano primigenio.

Además de la experiencia del cambio, que lleva espontáneamente a pensar en un comienzo de las cosas en cuanto forman el universo, existe otra experiencia, no menos importante, para la reflexión en su forma más primitiva: la experiencia de que los distintos seres tienen elementos en común. El aire, el agua, la tierra parecen entrar en la composición de todos los seres. Hay agua en la madera que arde, como lo muestra con frecuencia la observación. El humo es una forma de aire, las cenizas una forma de tierra. El agua al evaporarse forma las nubes, al condensarse el hielo, al sedimentarse la tierra. Hay algo en común entre los distintos seres, de lo contrario no podría explicarse la transformación de unos en otros, y si no, ¿cómo explicar que los distintos alimentos se conviertan en sangre, huesos, carne, etc.? Los frutos surgen de la tierra y del agua, y de los frutos se alimentan los animales, y de estos, otros animales. La tierra y el agua son, en último término, las causas de todos los seres. Pero, además de la tierra y del agua, está el aire y el fuego. El aire, aunque invisible a la vista, se manifiesta por todas partes, en la brisa, en el viento. El fuego es luz y calor, y entra en la constitución de todos los cuerpos combustibles. Un trozo de madera cualquiera está constituida por los cuatro elementos: aire, fuego, tierra y agua. ¿Están todos los demás seres constituidos por estos elementos primordiales? y si así fuera, ¿se podría señalar uno de ellos como el más primordial de todos, de tal manera que los demás se pudieran reducir a este, y, en lugar de cuatro elementos originarios, se hablara de un solo elemento?

La experiencia ordinaria nos ha llevado a dos tipos de preguntas: el primer tipo se refiere al origen y formación del universo; el segundo, a la constitución última de los distintos seres que forman el universo. Los documentos más antiguos, anteriores a la escuela de Mileto, y no sólo pertenecientes a la cultura griega, sino también a la culturas orientales de Babilonia, Siria y Caldea, Fenicia y Egipto, etc., ponen de manifiesto, a través de leyendas y mitos, la doble inquietud del espíritu humano por el origen del universo y por la constitución íntima de los seres de la experiencia sensible. La importancia histórica de la escuela de Mileto está en haber hecho el primer intento de que tengamos noticia de explicar racionalmente, no por medio de fábulas y ficciones poéticas, el origen del universo y la constitución íntima de los seres. Si por cosmogonía entendemos la ciencia que investiga el origen y la formación del universo, y por química, la ciencia que investiga la constitución íntima de los cuerpos, entonces, con la escuela de Mileto aparece por primera vez en la historia del pensamiento la cosmogonía y la química. Las ciencias no aparecen de un momento a otro, tienen una larga preparación en el pasado y un momento que se puede señalar como el de su nacimiento. La cosmogonía y la química nacieron en el siglo VI antes de Cristo, en la ciudad de Mileto. Sus fundadores fueron Tales, Anaximandro y Anaxímenes.

Anaximadro, Anaxímines y Tales

La primacía del agua sobre los demás elementos parece evidente a Tales. ¿Qué existía en el principio, antes de la formación de la Tierra, del Sol, la Luna y los planetas errantes? ¿Aire? Entonces, ¿cómo explicar la aparición del agua? ¿Tierra? Entonces, ¿cómo explicar la aparición del aire? Si por el contrario, suponemos que el agua es el primero y único elemento, entonces, se puede explicar la aparición de los demás elementos. El agua al evaporarse forma el aire, al condensarse (sedimentarse), la tierra, al calentarse, el fuego. El universo es como un océano inmenso, en forma esférica y con un gran espacio de aire sobre la superficie de la Tierra. La Tierra flota como un corcho en el centro del océano. Las corrientes de agua arrastran al Sol, la Luna y los planetas errantes en trayectorias circulares alrededor de la Tierra. De esta manera primitiva e ingenua se explica a la vez el movimiento circular de los planetas y su suspensión en el espacio. Ellos, como la Tierra flotan en el agua.

El agua es, así mismo, la primera condición de la vida. Sin agua, la semilla muere, sin agua, las cosechas se secan, sin agua, los animales y el hombre mueren de sed.

De lo húmedo no puede surgir lo seco, el agua es húmeda, la tierra es seca, ¿cómo, entonces, puede afirmar Tales que la tierra surgió del agua, lo seco de lo húmedo? Y si el elemento primordial no fue el agua, ¿fue acaso el aire? El aire es frío y el fuego, caliente, y lo caliente no puede surgir de lo frío y viceversa, por lo tanto, tampoco el aire es el primer elemento constitutivo de todos los seres. Ninguna cualidad puede surgir de su contraria, sería afirmar tanto, como que lo caliente proviene de lo no-caliente, lo seco de lo no-seco, etc., el ser del no-ser. Reflexiones semejantes llevan a Anaximandro a postular un elemento distinto a los cuatro elementos mencionados, un elemento que contiene en sí mezcladas las cuatro cualidades de húmedo, seco, caliente y frío. No es agua, no es tierra, no es fuego, no es aire, es algo distinto, es una mezcla eterna e infinita de las cuatro cualidades fundamentales. ¿Cómo llamarlo? No se le puede dar ninguno de los nombres conocidos, es por consiguiente necesario llamarlo «to apeiron», lo indefinido. ¿Cómo explicar, entonces, a partir del elemento primigenio, to apeiron, la formación del universo? Por la fuerza de ciertos torbellinos cósmicos se separan cualidades con sus elementos respectivos, el calor (fuego) de lo húmedo (agua), lo frío (aire) de lo caliente (fuego). El fuego es arrojado a la periferia, en donde continúa moviéndose en forma de gigantescas ruedas de fuego alrededor de la Tierra. La visión de estas gigantescas ruedas de fuego nos la impiden densas columnas de aire que se forman a su alrededor; el fuego, al escaparse por ciertos orificios a través de las columnas de aire, forma el Sol, la Luna, los planetas errantes y las estrellas fijas. La Tierra es el centro del universo, pero, ¿qué la sostiene? ¿Por qué no cae? He aquí uno de los mayores problemas para la astronomía naciente. ¿Por qué no caen los planetas, el Sol y la Luna? ¿Por qué no cae la Tierra? La respuesta de Anaximandro contiene en germen una intuición genial, la de equilibrio de fuerzas. La Tierra permanece inmóvil en el centro del universo, precisamente por estar en el centro, a igual distancia de todos los extremos, no hay por consiguiente, ninguna razón para que se mueva más hacia un lado que hacia el otro. Para la Tierra no existe ni arriba ni abajo, ni derecha ni izquierda.

Hay tantos mundos cuantos torbellinos en la masa inicial, mezcla de todas las cualidades. Dicho de otra manera, y bajo el supuesto de que el elemento primordial, to apeiron, es infinito, y de que los torbellinos cósmicos aparecen y desaparecen incesantemente sin ninguna restricción de tiempo, los mundos semejantes al nuestro son en número infinito, en continua formación y en continua disolución. Hay otros soles, otras lunas y otras tierras semejantes a la nuestra, y hay, así mismo, otros hombres, otras plantas y otros animales. Nuestro mundo es sólo un punto en el espacio infinito del universo.

Anaxímenes, discípulo de Anaximandro, está en lo fundamental de acuerdo con su maestro, sólo que identifica el elemento primordial, to apeiron, con el aire. El aire no tiene forma, ni color, ni peso, lo llena todo, lo penetra todo. El aire al condensarse forma el agua, al expandirse, el fuego. La rarefacción y la condensación constituyen para Anaxímenes las dos primeras grandes leyes cósmicas. El frio y el calor son los resultados de la condensación de y la rarefacción, respectivamente.

Los integrantes de la escuela de Mileto intentaron explicar de una manera coherente los datos que proporciona la experiencia ordinaria. Los únicos medios de que disponen son los órganos de los sentidos. Se tardará muchos siglos para llegar a descubrir que el agua es un compuesto de oxígeno y de hidrogeno, que el aire es una mezcla de varios gases, que el fuego es una reacción química, que la tierra es un agregado indistinto de muchísimos elementos. Nuestros conocimientos astronómicos y químicos han progresado muchísimo desde entonces. La Tierra no flota en el agua como un inmenso corcho en el océano; el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas fijas no son meros resquicios a través de los cuales se escapa el fuego de las ruedas incandescentes que rodean la Tierra. Los elementos simples, constitutivos de los cuerpos, son más de 100, y estos a su vez se componen de cantidad innumerable de partículas con diferentes cargas eléctricas y diferentes masas, etc. Y, sin embargo, aún estamos muy lejos de haber llegado a una explicación adecuada de la constitución última de la materia, de la eternidad o no eternidad de esta, del origen del universo, etc. El progreso en el conocimiento es un término muy relativo. Mirando hacia atrás, en el tiempo, nuestra visión actual del mundo significa un gran adelanto con respecto a la visión de los antiguos, sin embargo, mirando hacia adelante, a los posibles nuevos descubrimientos en el campo de la técnica y la ciencia, nuestra visión actual es supremamente pobre e imperfecta.

La escuela de Mileto no se plantea el problema del origen de la vida. Existir y vivir son una misma cosa, vive la piedra, el agua, la tierra, el fuego, como viven las plantas, los animales y el hombre. Nosotros distinguimos entre seres animados y seres inanimados, entre seres vivos y seres no vivos, de aquí que uno de los grandes problemas científicos y filosóficos sea el de la aparición de la vida a partir de lo no viviente. Para la escuela de Mileto no hay diferencia entre unos seres y otros, vivir es propiedad de todo lo que existe. De aquí se sigue la adjudicación de las características de la vida a todos los seres del universo: nacer, crecer, reproducirse y morir. La identificación de la vida con la existencia se conoce como hilozoismo (Hyle: materia, Zoos: viviente). Para los representantes de la escuela de Mileto no existe la dualidad materia­espíritu, Dios-mundo, en este sentido son monistas, es decir, intentan explicar toda la realidad a partir de un solo único principio. El dualismo, por el contrario, recurre al menos a dos principios: Dios y el mundo. El monismo de la escuela de Mileto es materialista en cuanto que todo ser es material, corpóreo. No consideran ni siquiera la posibilidad de un ser inmaterial. Todo ser es corporal, ocupa un espacio, es perceptible para algunos de los sentidos, etc. Un ser incorporal sería una contradicción en los términos, sería tanto, como afirmar simultáneamente dos cosas contradictorias.

TEXTOS

1. Cuando todavía, por encima, no estaba nombrado el cielo, por debajo la Tierra firme no tenía todavía un nombre, cuando el Apsu (el abismo primordial) primero su generador, Mummu (el ruido de las aguas) y Tiamat (el océano universal), la generadora de todas ellas, mezclaban sus aguas entre sí -todavía no se había construido mansiones para los Dioses y la estepa no era visible aún, cuando todavía no había sido creado ninguno de los dioses, y ellos no tenían (aún) un nombre y los destinos no habían sido asignados a ninguno de ellos-, fueron procreados los dioses en medio de ellos... (Enuma Elis, poema babilonio de la creación: exordio).

2. Decidme, oh Musas de las moradas olímpicas, cuál de los dioses fue el primero. Antes que todas las cosas, fue el Caos y después la Tierra (Gea) de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo, y el Tártaro tenebroso enclavado en las profundidades de la Tierra espaciosa, y Eros, el más hermoso entre los Dioses inmortales, que libra de todas las preocupaciones y subyuga en el ánimo de todos los Dioses y todos los hombres la mente y el consejo prudente. Y del Caos nacieron Erebo y la negra Noche (Nix); y de la Noche nacieron el Eter y el día (Hémera), pues los concibió al unirse con Erebo. Y primero engendró la Tierra el Cielo estrellado (Urano), similar a ella en grandeza, para que todo lo cubriese y fuese segura morada para los Dioses dichosos. Y engendró después los grandes Montes, agradables moradas de los Dioses y de las Ninfas, que habitan las montañas llenas de valles. Concibió después a Ponto, el mar indomable y estéril, que al hincharse bate furioso, pero sin el concurso de amoroso abrazo (Hesíodo, Teogonía).

3. Tales, fundador de semejante género de filosofía, dice que es el agua (el principio de los seres) -y para ello demostraba que también la Tierra estaba sobre el agua- quizás derivando esta concepción de observar que lo húmedo es la nutrición de todas las cosas y que hasta el calor se engendra en él y vive: ahora bien, esto de lo cual se engendran todas las cosas es precisamente el principio de todas ellas. De estas consideraciones derivan, pues, semejantes concepciones, y del hecho de que la naturaleza de todas las semillas es húmeda, y de ser el agua, precisamente en las cosas húmedas, el principio de su naturaleza (Aristóteles).

4. Anaximandro de Mileto, sucesor y discípulo de Tales, dice que el principio y elemento primordial de los seres es el infinito, siendo el primero que introdujo este nombre de «principio». Afirma que este no es el agua ni ninguno de los otros que se llaman elementos, sino otro principio generador infinito, del cual nacen todos los cielos y los universos contenidos en ellos (Simplicio).

5. Anaxímenes de Mileto, hijo de Euristrato, que había sido discípulo de Anaximandro, dice también como aquel, que el principio primordial subyacente y único es infinito; pero no lo afirma indeterminado, como él, sino determinado, manifestando que es el aire (Teofrasto, en Simplicio).

Referencia:
Vélez, F. (1985). Filosofía 1. Educar Editores S.A.