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Heráclito de Éfeso: El cambio

HERÁCLITO DE ÉFESO (576-480 a.C.)

Filósofo griego de la escuela jónica de Éfeso. Zeller lo define «el primer filósofo que encareció enfáticamente la vida total de la Naturaleza, el incesante cambio de la materia, la variabilidad y transitoriedad de todo lo individual, quien sostuvo, por otro lado, la igualdad variable de las relaciones generales, la idea de una ley independiente, racional, que gobierna el curso de la naturaleza».

A causa de sus lamentaciones por las locuras de la humanidad se le reconoció con el nombre de «el filósofo plañidera». Escribió «Sobre la Naturaleza», libro del que sólo nos han llegado algunos fragmentos. Estos y los relatos de sus enseñanzas que nos han legado Platón y Aristóteles nos dan a conocer su filosofía.

Heráclito

Obras:

Sólo nos han llegado algunos fragmentos. Conocemos su doctrina por referencias de autores posteriores.

EL CAMBIO

¿Está usted de acuerdo con la siguiente proposición: Todo cambio es el paso de una cualidad a su contraria? Por ejemplo: de lo frio a lo caliente, de lo húmedo a lo seco, de lo pequeño a lo grande, etc.

Han transcurrido cerca de 2500 años de historia desde los primeros filósofos griegos hasta nuestros días. Nuestro universo es inmensamente más amplio y más complejo. Las cosmogonías antiguas no son más que los primeros balbuceos de la razón en su intento de explicar la realidad. Sin embargo, los primeros filósofos fueron hombres geniales para su tiempo, tuvieron la osadía y el valor de romper con la fábula y el mito de sus contemporáneos. Ellos significan el primer esfuerzo serio por comprender racionalmente el mundo.

No hay individuo tan pequeño que no influya de alguna manera en su presente histórico, no existen individuos aislados, todos formamos parte de una inmensa red en la que nuestra acción repercute en mayor o menor grado en todos los demás, y la acción de los demás en nosotros mismos. Pero hay hombres cuya acción trasciende el presente para extenderse de una manera casi indefinida en el futuro, son hombres importantes históricamente. Uno de ellos es Heráclito, nacido en Éfeso, Asia menor, en el siglo VI antes de Cristo.

La escuela de Mileto se preguntó por el elemento primigenio del cual proceden todos los demás seres. Para Tales, este elemento es el agua, para Anaximandro, «lo infinito» (to apeiron), para Anaxímenes, el aire. Ahora bien, ¿cómo se lleva a cabo la transformación de este primer elemento en los demás seres? Los torbellinos iniciales, responde Anaximandro, separan unas cualidades de otras, lo frío de lo caliente, lo húmedo de lo seco, lo duro de lo blando, etc., formando así cuerpos fríos como el agua, y cuerpos calientes como el fuego. Anaxímenes, en cambio, recurre a las dos leyes cósmicas de la rarefacción y de la condensación. Por rarefacción el aire se convierte en fuego, por condensación, en agua, tierras, nubes, etc.

¿Pero es posible la transformación de un elemento en otro? Si una cualidad no puede surgir de su contraria, si lo frío no puede provenir de lo caliente, ni lo húmedo de lo seco, ¿cómo, entonces, es posible que el fuego, que es seco, se transforme en agua, que es húmeda; o el aire, que es caliente, en tierra, que es fría? ¿Se puede acaso, enfriar el fuego, sin dejar de ser fuego? ¿Se puede secar el agua, sin dejar de ser agua?

Y si un elemento no se puede transformar en otro, ¿podrá, al menos, haber cambio dentro de un mismo elemento? Todo cambio es el paso de una cualidad a su contraria: de lo frío a lo caliente, de lo húmedo a lo seco, de lo duro a lo blando, de lo vivo a lo muerto, etc. Y ya vimos que una cualidad no puede surgir de su contraria, pues si fuera posible, entonces sería posible que el ser proviniera del no-ser, algo de nada. Por consiguiente, no puede haber cambio dentro de un mismo elemento. No hay cambio de unos elementos en otros, no hay cambio dentro de un mismo elemento. La argumentación parece lógica, coherente, perfectamente clara. Pero, si es así, ¿cómo explicar, entonces, lo que nos atestiguan continuamente los sentidos? ¿No vemos cómo lo frío se calienta, cómo lo pequeño se hace grande, cómo lo joven, envejece? ¿Nos engañan los sentidos? ¿Sí? Entonces, el movimiento, el cambio, es una mera ilusión, la realidad es inmutable, inmodificable ¿No? Entonces, ¡nos engaña la razón, que nos dice que el ser no puede provenir del no ser! ¿Por cuál de las dos alternativas optar? ¿Por el cambio, en contra de la razón, por el ser estático, en contra de los sentidos?

El dilema sentidos-razón es equivalente al dilema cambio-ser. En el primero se pregunta a quién creer, a los sentidos o a la razón, en el segundo se pregunta cómo es la realidad, dinámica o estática. Si aceptamos lo que nos dicen los sentidos, la realidad es dinámica, si aceptamos lo que nos dice la razón, la realidad es estática. He aquí el primer gran problema para la filosofía naciente, un problema que llenó de asombro a los primeros filósofos y que aún hoy en día conmueve profundamente el espíritu que se acerca desprevenidamente a él. Se dirá, acaso, que ¿no es la primera vez que nos engañan los sentidos? Entonces, no es cierto que envejecemos y morimos, no es cierto, que de la semilla nace el árbol, que lo frío se calienta y lo caliente se enfría, etc. ¡Habrá que decir que lo que llamamos realidad no es más que un sueño, un espejismo!

Heráclito no se da por vencido, su inteligencia poderosa cree encontrar una salida en donde sus contemporáneos sólo vieron un obstáculo insalvable. El problema radica fundamentalmente en el concepto que se tenga de ser, es decir, de realidad. Si se piensa que la realidad puede permanecer idéntica a sí misma, así sea por un lapso de tiempo supremamente pequeño, entonces habría que admitir, contra el testimonio de los sentidos, que el cambio es imposible, que la realidad es inmutable e inmóvil. Pero si se admite que la realidad es puro devenir, puro irse haciendo, entonces, la contradicción entre sentidos y razón no es más que aparente.

No existe ni lo frío ni lo caliente, dice Heráclito, existe solamente el irse enfriando o el irse calentando. No existe el ser (estático), existe el devenir (el irse haciendo). Una cualidad no procede de su contraría, como si hubiera un lapso de tiempo durante el cual permaneciera dicha cualidad idéntica a sí misma. Habría que decir, más bien, piensa Heráclito, que toda cualidad coexiste con su contraria, lo frío con lo caliente, lo húmedo con lo seco, lo joven con lo viejo, la vida con la muerte. ¿No es, acaso, el vivir un ir muriendo?

Pero esta coexistencia no es pacífica, las cualidades luchan entre sí, y de la lucha surgen conciliaciones, que llevan en su seno el germen de nuevas luchas. La realidad es lucha y armonía de contrario, continua, sin interrupción. La realidad, el ser, es como un río que fluye continuamente, y así como no podemos descender dos veces al mismo río, porque sus aguas son siempre nuevas, así, no podemos tocar dos veces la misma sustancia mortal en el mismo estado.

Se trata de un lenguaje demasiado poético para ser filosófico, se dirá. Sin duda, y Heráclito no lo niega, pero es que no hay otra forma de pensar la realidad. Las piedras no tienen ni pasado ni futuro, sólo un eterno presente. Vivir es tener pasado y futuro. ¿Qué soy yo, en este instante de mi pregunta? ¿Soy algo que ya no es más, pasado, y algo que aún no es, futuro, es decir, soy y no soy?

Pero ¿resuelve Heráclito realmente el dilema sentidos-razón, movimiento-ser? Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, y con el fin de no perdernos en metáforas como en nosotros es una misma cosa el vivo y el muerto, el despierto y el dormido, el joven y el anciano... sinteticemos la solución dada por Heráclito de la siguiente manera: 1) la suposición de elementos primordiales, constitutivos de la realidad, como pretende la escuela de Mileto, se basa en una concepción estática del ser: el agua, sin dejar de ser agua, se enfría o se calienta, etc. 2) Como el ser no es estático, sino dinámico, como la realidad no permanece idéntica a sí misma, no tiene sentido hablar de los elementos constitutivos de la realidad, ni del problema de la transformación de unos elementos en otros. 3) Aunque, aparentemente, una cualidad surge de su contraria, de acuerdo con el testimonio de los sentidos, no es así realmente. Las cualidades contrarias coexisten, no pacíficamente, sino conflictivamente, como en una especie de armonía entre tensiones opuestas. 4) Todo cambia, todo fluye, nada permanece idéntico a sí mismo. Es decir, no existe el ser estático, existe el ser dinámico; no existe el ser, existe el devenir. 5) A pesar de que las cualidades contrarias coexisten, la realidad no es caótica. El devenir, que es la realidad, se lleva a cabo según una ley suprema, la ley de la lucha y armonía de contrarios, de manera que los contrarios se concilian, y de las cosas más diferentes nace la más bella armonía. 6) La realidad no se puede pensar estáticamente, como han pretendido los filósofos de la escuela de Mileto, sino dinámicamente, afirmando, negando y conciliando. Es decir, la realidad se piensa dialécticamente.

¿Pero puede el ser provenir del no-ser? Si por, ser se entiende algo estático, lo que es idéntico a sí mismo, entonces, el ser no puede provenir del no­ser, y, consiguientemente, el cambio en sus múltiples formas no es más que una ilusión, un fantasma. Pero, si por ser se entiende la armonía, en tensión, de contrarios, el irse haciendo sin nunca llegar a ser, entonces, el ser (la armonía) puede provenir del no-ser (la lucha de contrarios). Y en este caso, el cambio es real, y el ser, como lo idéntico a sí mismo, es una ilusión.

El gran dilema ha sido resuelto, piensa Heráclito. Los sentidos están en lo cierto: todo cambia. La razón también está en lo cierto: una cualidad, concebida como algo que permanece idéntico a sí mismo, no puede surgir de su contraria. Y ambos se pueden conciliar, sentidos y razón, si se admite que la realidad, el ser, es puro devenir, es decir, la realidad, el ser, no permanece idéntica a sí misma.

Con Heráclito entra dentro de la historia del pensamiento una nueva dimensión y un nuevo método, la dimensión del cambio continuo y el método de la dialéctica, es decir, de una manera de pensar la realidad como conflicto y armonía de contrarios. Desde entonces quedó planteado el problema del movimiento, del cambio en sus diferentes formas, y ninguno de los grandes pensadores posteriores podrá prescindir de él, sea para tomar una posición en favor de la solución de Heráclito, sea para tomar una posición en contra. Una de las líneas de pensamiento actuales más poderosa, la del materialismo dialéctico (Marx), considera a Heráclito como a su más ilustre predecesor.

Retrocedamos nuevamente en el tiempo hasta comienzos del siglo VI antes de Cristo, y situémonos dentro del contexto de la explicación dialéctica de Heráclito: la realidad es movimiento continuo, devenir. Dentro de los elementos simples de la experiencia ordinaria, ¿cuál representa mejor la realidad, así sea metafóricamente? Pensemos por un momento en el fuego. El fuego no es una realidad «independiente», como el agua, el aire o la tierra, el fuego no existe como tal, existe un cuerpo que arde, y al arder, desaparece. Podríamos decir que el fuego nace de la muerte del leño seco al reducirse a cenizas. El fuego necesita del aire para arder, el fuego al arder se convierte en humo, es decir, en aire espeso y oscuro. Lo contrario del fuego es el agua, y, sin embargo, el agua al evaporarse por la acción del fuego se convierte en «aire», que a su vez es necesario para la subsistencia del fuego. ¿Podremos encontrar un elemento que represente mejor que el fuego la realidad siempre cambiante, que no subsiste por sí misma, que nace de la muerte y muere de la vida de su contrario? «El fuego vive la muerte del aire y el aire la muerte del fuego; el agua la muerte de la tierra, la tierra la del agua». Dentro de este contexto podemos entender la expresión de Heráclito: «Este mundo, que es el mismo para todos, no lo hicieron ninguno de los dioses o de los hombres, siempre fue, siempre es y siempre será un fuego eternamente vivo, que se enciende con medida y se extingue con medida».

Al hablar de la escuela de Mileto dijimos que la primera preocupación de los grandes pensadores antiguos fue la constitución y el origen del universo, es decir, de la realidad en su totalidad. Eran científicos y filósofos, más exactamente, eran científicos que intentaban construir un sistema racional que explicara todos sus conocimientos de la realidad. Heráclito no era una excepción, él también va a intentar explicar, dentro de su visión dialéctica de la realidad, la formación del universo, de los astros, del aire, de la tierra, del agua. La cosmología de Heráclito es inferior a la de Anaximandro, sin embargo, en todo consecuente con su sistema. Los datos que tenemos son muy escasos y oscuros, con todo, podemos intentar una reconstrucción de la siguiente manera: lo contrario del fuego es el agua, el agua extingue el fuego y el fuego evapora el agua. El vapor del agua es, en parte, denso y húmedo (las nubes) y, en parte, sutil y seco (el aire), el vapor húmedo forma las nubes y las nubes forman nuevamente el agua; el vapor seco forma el aire y el aire alimenta el fuego de los astros, que a su vez evaporan el agua, y así sucesivamente; el agua, ante la acción del fuego, se convierte, parte en aire húmedo y en aire seco, y parte, en tierra. El mundo es finito y eterno, en continuo movimiento. Después de un período suficientemente largo, el mundo es consumido totalmente por el fuego, para volver a surgir de este, y así de una manera periódica.

La llama del Sol es la más clara y la más caliente, pues los otros cuerpos celestes están más distantes de la Tierra, y, por esta razón, dan menos luz y calor. La Luna, por otra parte, está más cerca de la Tierra, pero se mueve en una región impura (de lo contrario no se explicaría que diera menos luz y calor estando más cerca). El Sol se mueve en una región clara y sin mezcla, y, al mismo tiempo, se encuentra precisamente a la distancia conveniente de nosotros. Por eso da más calor y luz. Día y noche, meses, estaciones y años, lluvias y vientos y cosas análogas se deben a las exhalaciones (evaporación del agua). La exhalación clara, cuando se enciende (arde) en el círculo del Sol, produce el día, y la preponderancia de la exhalación opuesta produce la noche. El aumento de calor, debido a la exhalación clara, produce el verano, y la preponderancia de la humedad, debida a la exhalación sombría, produce el invierno.

TEXTOS

1. No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios, se dispersa, y nuevamente se reúne, y viene y desaparece. A quien desciende a los mismos ríos, le alcanzan continuamente nuevas y nuevas aguas (Heráclito).

Descendemos y no descendemos a un mismo río; nosotros mismos somos y no somos (Heráclito).

2. Todo lo contrario se concilia, y de las cosas más diferentes nace la más bella armonía, y todo se engendra por vía de contraste. Mejor es la armonía oculta que la aparente. Ellos no comprenden cómo conspira consigo mismo lo que es diferente: armonía por tensiones opuestas, como las del arco y de la lira (Heráclito).

3. En nosotros, es una misma cosa el vivo y el muerto, el despierto y el dormido, el joven y el anciano, puesto que estas cosas, cambiándose, se convierten en aquellas, aquellas, a su vez, permutándose, son estas (Heráclito).

4. Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses o de los hombres, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida (Heráclito).

Referencia:
Vélez, F. (1985). Filosofía 1. Educar Editores S.A.