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Economía en la Edad Media

Europa: comercio y feudalismo

En el siglo IV d.C., el Imperio ro­mano entró en una fase de crisis. La difícil situación que generó su exce­siva extensión territorial, junto con los problemas económicos y la en­trada masiva de pueblos germanos, llevaron a que el Imperio se divi­diera en dos: Oriente y Occidente. Este último no soportó la presión y en el 476 dejó de existir como im­perio. A partir de entonces, muchos elementos de la cultura romana se fundieron con las culturas germá­nicas y el cristianismo. El resultado fue la aparición de muchos reinos germánicos, los cuales basaron su economía en una cultura agrícola y rural. Esta situación se acentuó con el ascenso de los carolingios. Bajo su poder se desarrollaron dos  instituciones económico-políticas que más tarde darían lugar al feuda­lismo: el vasallaje y el feudo.

Durante esta época, el vasallaje era el acto que hacían todos los hom­bres, ricos y pobres, de encomen­darse a un señor poderoso para que los protegiera, pero a su vez quedaban comprometidos con su protector. Por su parte, el feudo era un "beneficio" que entregaba el soberano a una persona de su corte. Este podía ser tierra o ganado.

El vasallaje era regulado por un contrato bilateral (con obligaciones para los dos partes). Si el vasallo o el señor cometían un incumplimiento grave, el vínculo podía disolverse. Es importante destacar que la relación se forjaba entre dos hombres libres (un plebeyo y un noble, o un noble de estatus inferior y un noble de estatus superior).

A partir del año 1000 se generó una profunda transformación en las re­laciones sociales y en consecuencia una nueva relación entre sociedad y medio natural. Esto se ha llamado el cambio feudal, que cuenta con los siguientes precedentes:

El Imperio carolingio se caracte­rizó por una expansión de su territorio, pero las invasiones de los vikingos y eslavos puso al descubierto la debilidad del poder central. El poder pasó de los monarcas a las aristocracias regionales, quienes comenzaron a administrar justicia y a explotar las tierras en beneficio propio. Para asegurar la transmisión del poder dentro de su misma fami­lia, las aristocracias se organiza­ron en linajes y los hijos mayores obtenían la herencia de las pro­piedades.

Con estos factores, se generalizó la estructura fundamental de explotación de la tierra llamada señorío o también dominio rural. Esta era una propiedad rural que se dividía en muchas unidades de cultivo.


El feudo estaba formado por tierras de labor, generalmente muy extensas, que rodeaban la mansión o castillo en que residía el señor feudal.

De esta manera se formó el siste­ma económico, político y social lla­mado feudalismo. Este consistía en las obligaciones de obediencia y servicio —principalmente mili­tar— por parte de un hombre libre llamado "vasallo" hacia otro hom­bre libre llamado "señor", quien le entregaba un feudo para su explo­tación. El señor tenía obligación de proteger y sostener al vasallo. Cada señor era a su vez, vasallo de otro más poderoso, pero cada uno era soberano en su propio feudo. Entre estas instituciones feudales cabe destacar:

El feudo: Generalmente se trata­ba de un terreno que entregaba el señor a un vasallo para que lo explotara pero sin convertirse en su dueño. El vasallo debía entre­gar una renta anual a su señor y se comprometía a obedecerlo y servirlo. El vasallo explotaba la tierra formando centros de tra­bajo agrícola llamados villas o dominios. Estos centros se divi­dían en mansos, que eran parcelas entregadas a los siervos.

El homenaje: Era el juramento de fidelidad, es decir, el vasallo no podía traicionar a su señor. La fide­lidad fue el valor más importante en la Edad Media.


El homenaje era un ritual por el que un señor concedía un feudo a otro hombre de la clase privilegiada a cambio de unos servicios y prestaciones, generalmente de orden militar.

La investidura: Se trataba de un rito muy importante mediante el cual un señor le entregaba un feudo al vasallo. El rito se compo­nía de varios actos que simboliza­ban el sometimiento al señor.

El feudalismo se desarrolló en casi todas las regiones de Europa, aunque con diferencias entre una y otra. Sin embargo, hubo una característica similar en toda Europa: el paisaje na­tural se transformó. La acción del hombre sobre el medio natural se hizo más visible en la medida en que los bosques, pantanos y marismas se convirtieron en tierras de cultivo. El crecimiento de la producción agrícola permitió el incremento de la pobla­ción, con lo cual también aumentaron las expectativas de vida. En doscien­tos años, la población de Europa se duplicó. Esto influyó en la formación de nuevos asentamientos humanos, tales como las villas y las ciudades.

Así mismo, el éxito de la producción agrícola se debió a que se descubrie­ron mejores técnicas para que la tierra fuera más productiva. Entre ellas fue importante la roturación trienal, mediante la cual se dejaba descansar du­rante un año un tercio de la superficie cultivable. Además, se intensificó y se perfeccionó el uso del arado; se multi­plicó el empleo del molino de agua que sustituyó la molienda manual.

Las ideas económicas medievales

En este contexto, la Edad Media tam­bién desarrolló algunas ideas acerca de la economía, pero estas eran más bien un cuerpo de preceptos morales encaminados a conseguir la buena administración de la actividad eco­nómica. Las ideas de Aristóteles fue­ron seguidas muy de cerca, pero se apoyaban en una base de teología cristiana. Fundamentalmente, el pen­samiento medieval condenó la avari­cia y la codicia, porque buscaban el mejoramiento material individual y no tenían en cuenta a los semejantes. La Iglesia condenó las prácticas eco­nómicas que aumentaban la explota­ción y la desigualdad. A finales de la Edad Media las opiniones sobre la propiedad y el comercio se oponían al sistema económico basado en la propiedad privada y en el comercio.


Santo Tomás de Aquino (1225-1274), quien hizo formulaciones económicas y sociales en su conocida obra " Suma Teológica", bajo la influencia del pensamiento aristótelico.

En el siglo XIII se desarrolló la teo­ría económica más influyente de la época, la de santo Tomás de Aquino (1225-1274), quien buscó reconciliar el dogma teológico con las condiciones de la vida económica. Un aspecto sobre­saliente de su visión fue la propie­dad. Distinguía en ella el poder de adquisición y administración, lo que obligaba a que su poseedor tuvie­ra en cuenta los intereses de la comunidad. De este modo pretendía demostrar el carácter moral de la economía, en la medida en que determinaba la bondad o la maldad de la posesión. Para santo Tomás la ri­queza estaba clasificada entre las im­perfecciones de la vida terrena del hombre, casi de la misma manera como lo estaba el comercio. Tomas de Aquino defendía el carácter de justicia que debía tener el intercam­bio, es decir, lo que se daba y lo que se recibía debían tener igual valor.


Durante el siglo XV y XVI la banca tuvo mucha influencia en los destinos de la economía y la historia, y por lo tanto los banqueros y prestamistas eran clases influyentes que solían pagar por retratos que incluían todos sus atributos laborales.

Pero lo que más causó discusiones fue el préstamo de dinero con inte­rés alto, es decir, la usura, que fue considerada como la peor forma de obtener ganancias. Se condenaba porque se consideraba un cambio in­justo. Esto dio lugar a una discusión que se prolongó hasta el siglo XVI. Durante la Reforma Protestante, Lutero también se refirió al "justo precio" y condenó la usura. Pero otro reformador, Calvino, negó que el cobro de intereses fuera pecaminoso, por el contrario, sostuvo que podía utilizarse en cosas que produjeran renta. Sin embargo, distinguía casos en los que cobrar intereses era usura pecaminosa, como el del necesitado que tenía que pedir dinero debido a una calamidad.

El comercio y el nacimiento de la burguesía

Cuando el feudalismo se encontra­ba en su apogeo se comenzó a desa­rrollar la economía comercial en las ciudades. En el Mediterráneo pros­peraron Venecia, Pisa y Génova, entre otras; mientras que en el norte de Europa, en la región del mar Báltico, lo hicieron las ciudades alemanas de Lübeck, Hamburgo y Bremen. En los Países Bajos se desarrolló una prós­pera industria textil de exportación. Entre estos focos de renacimiento económico se intensificaron las rela­ciones comerciales.

 Ciudad medieval.

En este contexto y como resultado de estas condiciones económicas, se fortaleció la figura de los comer­ciantes. Estas personas procedían del campo, donde lograron reunir algunos recursos; otras veces eran judíos enriquecidos gracias al co­mercio, o artesanos rurales que ha­bían logrado reunir algún capital. Los mercaderes de esta época ac­tuaban asociados en hermandades o gremios, que les permitía ejercer la profesión de manera más segura y lucrativa. La condición necesaria para que el comercio fuera lucra­tivo era el transporte de mercan­cías a distancia, para obtener una mayor diferencia entre los precios de compra y venta. El desarrollo mercantil favoreció la formación de numerosos mercados. De estos había tres tipos:

Las ferias. Eran reuniones de mercaderes que procedían de lugares distantes. Se celebraban en un lugar determinado una o dos veces al año y coincidían con una festividad religiosa.

El mercado semanal. Para ase­gurar el aprovisionamiento de la población urbana, las autori­dades municipales obligaban a los campesinos a vender sus productos únicamente en el mercado semanal, en el cual se excluían a los intermediarios.

El mercado diario. Se trataba de tiendas instaladas en un barrio o plaza con carácter más o menos provisional, y servía para el abas­tecimiento de productos de con­sumo diario.


Mercado en la ciudad de Alcalá de Henares (España).

La agricultura y la ganadería expe­rimentaron un gran auge porque ya no sólo se pensaba en recoger para consumir, sino en producir para vender. Las ciudades abrían merca­dos y muchas aldeas pagaban en dinero a su señor y vendían los pro­ductos sobrantes en la ciudad. Otro tanto sucedió con la producción artesanal. Este cambio en la organización comercial trajo consigo el cambio en las formas de pago, de modo que aparecieron los prestamistas, los cambistas y los banque­ros, lo mismo que el cambio, los depósitos, los cheques y el crédito.

Referencia:
Galindo Neira, L. E. (2010). Economía y Política 1. Editorial Santillana S.A.