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Economía en el mundo moderno

Aparición del capitalismo

En la época de esplendor de la eco­nomía medieval aparecieron diversas manifestaciones típicas de la actual economía capitalista, como el desa­rrollo del crédito, la separación entre el capital y el trabajo, la competen­cia, las operaciones comerciales de gran envergadura y el afán de lucro. Sin embargo, estas manifestaciones fueron fenómenos aislados que sólo afectaron a un sector reducido de la economía medieval. Con el tiempo, muchas familias capitalistas abando­naron la actividad comercial en la que se habían enriquecido y pasaron a vivir de las rentas, formando una aris­tocracia económicamente pasiva.

El desarrollo del comercio y la nece­sidad de invertir grandes sumas para financiarlo trajo consigo, en el siglo XIV, la aparición de diversas formas de sociedades mercantiles. En las ciu­dades italianas, que tenían un acti­vo comercio marítimo con Oriente, nació la "compañía", mercaderes asociados por largo plazo para llevar a cabo expediciones comunes. Cada socio aportaba su capital e industria y participaba de los beneficios. Para evitar las desventajas de los con­tinuos desplazamientos y para lograr una mayor continuidad de empresa se formaron sociedades comerciales que poseían numerosas sucursales. Con frecuencia, formaban también asociaciones monopolísticas para controlar un mercado de determinados productos. El crédito tuvo una función importante.

El capitalismo mercantil

De esta forma, el comercio que se había originado en la Edad Media se intensificó en el siglo XV. El resultado fue una acumulación de la riqueza, de la cual no sólo participaban los mer­caderes sino también los recién for­mados Estados de Inglaterra, Francia y España. Especialmente esta últi­ma monarquía se enriqueció rápida­mente gracias a su crecimiento terri­torial y a las riquezas que llegaban desde sus colonias. En este contexto, el siglo XVI hacía transición de una economía de mercaderes a un capita­lismo mercantilista.

Este nuevo proceso económico se basó en la acumulación de las rique­zas de oro y plata que tenían las po­tencias. La economía se incrementó a través de los bancos y los préstamos.


El mercantilismo, como política económica, expresó los intereses de los comerciantes y del Estado nacional, y por lo tanto, de los nobles que se habían agrupado en la corte alrededor del rey”.

El desarrollo del capitalismo mer­cantil estuvo estrechamente rela­cionado con los progresos de la burguesía, la nueva clase social que apareció con el comercio desde la Edad Media. Desde el siglo XV se aceleró su participación dentro de las monarquías, al punto que llega­ron a influir económicamente para que se consolidaran los Estados.

Para lograr este fortalecimiento, los nuevos estados sustituyeron el poder soberano que tenían las ciudades y ejercieron políticas des­tinadas a aumentar su poder eco­nómico. Esta situación permitió que a finales del siglo XV y comien­zos del siglo XVI se estrecharan los lazos entre los banqueros y los Estados. Los banqueros financia­ban las guerras, las exploraciones y los lujos.


Carlos V y el banquero Jacabo Fugger.

El oro y la plata que España traía de sus colonias en América circuló por toda Europa. Con esta acumulación de minerales preciosos y el incremento del comercio apareció la idea del mercantilismo. El capitalismo mercantil se basó en la acumula­ción de estos metales, de lo cual dependía la riqueza porque la prosperidad se midió por la can­tidad que poseían los Estados.

De esta manera, la principal preo­cupación del mercantilismo fue obtener una balanza comercial favorable, para lo cual el Estado debía regular el comercio inter­nacional. Se trataba de vender por mucho y comprar por poco, para acumular los metales.

El capitalismo mercantil tuvo dos ventajas: acumuló metálico y prote­gió la industria artesanal, a la que trató de aprovisionar con materias primas baratas. Así se buscó un ma­yor beneficio en el capital comer­cial respaldado por la consolidación de la banca y la creación de las primeras bolsas de valores. El mer­cantilismo dependió del Estado, el cual reglamentaba y estimulaba la acumulación de capital. Por ejemplo, otorgaban subsidios para fomentar las empresas; creaban tarifas y altos aranceles para restringir el comercio con otros países; incentivaron los sa­larios bajos.

La crisis del siglo XVII

Pero no todo fue prosperidad, pues durante este siglo convivió el mer­cantilismo con la antigua economía ajustada a la producción de la tie­rra. El ajuste social, económico y político entre estos dos sistemas tan diferentes crearon una serie de consecuencias que afectaron el proceso de crecimiento de Europa.

Uno de los primeros factores en entrar en crisis fue la población, cuyo descenso fue muy notorio en casi todos los países debido a las epidemias, hambrunas y malas cosechas.

 Grupo de mendigos. Giacomo Ceruti, 1737.

El descenso demográfico afectó la producción económica porque escaseó la mano de obra para la agricultura, por lo tanto los ali­mentos y las manufacturas subie­ron de precio. La situación se agravó cuando el oro y plata que venía de las colonias escaseó, luego no había monedas para los intercambios del comercio.

Esta situación aceleró una cons­tante inflación que se manifestó en la disminución del desarrollo económico. Los beneficios fueron más limitados y coartaron la capa­cidad económica de los empresa­rios capitalistas. Por tanto, no hubo dinero para invertir.

Las ideas económicas de la época moderna

En la medida en que el capitalismo mercantil comenzó su expansión, aparecieron las primeras reflexiones sobre la economía, las cuales esta­ban estrechamente vinculadas a las ideas políticas de la época y, espe­cialmente, al Estado y al absolu­tismo.


Juan Bodino (francés: Jean Bodin) (Angers, 1530 - Laon, 1596) fue un destacado intelectual francés que desarrolló sus ideas en los campos de la filosofía, el derecho, la ciencia política y la economía.

Un primer representante de estas nuevas tendencias fue Jean Bodino (1530-1596), quien postuló sus ideas en Los seis libros de la República (1576), en donde desarrolló la teoría de la necesidad de una autoridad sobe­rana central que organizara la pro­piedad privada. Su teoría justificaba el Estado soberano moderno, que iba a ser fuente de todo derecho y orden. Le concedió mucha impor­tancia al derecho de la propiedad pri­vada, así como a la utilidad de la libertad de comercio. Fue un precur­sor del liberalismo.

Otro pensador importante fue Thomas Hobbes (1588-1679). Su análisis se funda­mentaba en la idea de la asociación voluntaria de individuos que acep­taban que uno o más de entre ellos representar a la voluntad común. Daba gran importancia a la coerción como elemento esencial de la organización del Estado, pues una vez que este se formaba, contenía una soberanía absoluta a la cual se le debía obediencia completa, en la que las fuerzas económicas esta­ban presionando para el estableci­miento de una autoridad central. El Estado absoluto debía regular la práctica de la vida económica. Sus ideas fueron continuadas por John Locke, quien desarrolló una nueva formulación de la doctrina del de­recho natural.


Thomas Hobbes Su filosofía defendía la teoría del absolutismo como forma de gobierno pero apoyaba a la monarquía como el gobierno idóneo.

La economía del siglo XVIII

Durante el siglo XVIII, y a pesar de los avances del capitalismo mercan­til, la economía seguía obteniendo la mayor parte de sus beneficios de la tierra. La mayor parte de las áreas cultivables estaban en manos de gran­des terratenientes que arrendaban porciones de tierra de manera temporal a los campesinos arrendatarios. De los ingresos se pagaba el costo del arriendo y lo demás se destinaba a la compra de bienes manufacturados en las ciudades, lo que estimuló la producción de la industria, porque cada vez había más personas con capaci­dad de comprar artículos. Entre los factores que permitieron este empuje en la economía encontramos los siguientes:

- Se produjo una revolución agríco­la, la cual se vio favorecida por la introducción de nuevas técnicas de labranza, la selección de semi­llas y la rotación de los cultivos.

- Afínales del siglo se dieron los pri­meros pasos de la revolución industrial en Inglaterra. La utilización de máquinas de hilar y de nue­vos telares revolucionó la industria textil. La invención de la máquina de vapor para tejer, impulsó la industrialización en Inglaterra.

- Otro factor decisivo fueron las nuevas doctrinas económicas. En el siglo XVIII se formularon dos importantes doctrinas o teorías económicas: la fisiocracia, según la cual la agricultura era la principal fuente de riqueza de una nación, y a su desarrollo debían destinarse todos los esfuerzos. La segunda fue el librecambismo, doctrina for­mulada por el inglés Adam Smith, que proponía la libertad absoluta en el comercio para permitir que todas las actividades económicas se rigieran por la ley de la oferta y la demanda.

Spinning Mule, se llamaban las primeras máquinas de hilar movidas por vapor a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX .
Las ideas económicas del individualismo y del mercantilismo

Las políticas mercantilistas tendían a que los intereses del individuo que­daran sujetos a los del Estado, pero a fines del siglo XVIII la filosofía del individualismo se volvió cada vez más fuerte. Escritores y pensadores como Rousseau, Godwin y Proudhon des­tacaron la importancia del individuo. Godwin, particularmente, era parti­dario del poder de la razón humana y postuló que los individuos debían estar libres del control opresivo del Estado. Para él, el desarrollo de la ciencia y la tecnología y la producción a gran escala, le había proporcionado a los comerciantes la posibilidad de obtener grandes ganancias, lo que era factible si se eliminaban las res­tricciones gubernamentales. Pero los existentes en aquel momento eran limitados e ineficaces. Sus ideas esta­ban a favor de un gobierno con polí­tica de laissez-faire —dejar hacer—, el librecambio.


Godwin creía en la capacidad de perfeccionarse del ser humano, en la idea de que no existen principios innatos, y por ello en la idea de que no existe una predisposición al mal.

En este período, economistas como Adam Smith y John Stuart Mill, desa­rrollaron los argumentos mediante los cuales apoyaban la política de laissez-faire, e incorporaron esta doc­trina en sus escritos. Aceptaron el concepto de laissez-faire, por razones prácticas y utilitarias, es decir, creyeron que daría como resultado mayor cantidad de bienes para el mayor número de personas. La difusión del protestantismo, que era menos doctrinario, también con­tribuyó a forjar el espíritu del indivi­dualismo. Los conceptos de ahorro y acumulación fácilmente se acomoda­ron a la ética protestante, en contraste con la actitud católica que condenaba el acto de acumular riquezas.

Referencia:
Galindo Neira, L. E. (2010). Economía y Política 1. Editorial Santillana S.A.