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Cultura musical en Colombia: Virreinato de la Nueva Granada (1739-1810)

Un nuevo orden cultural

El coro de la catedral
“El coro de la catedral”. Óleo de Roberto Pizano. Museo Nacional, Bogotá.

Las reformas borbónicas en España, especialmente durante los Gobiernos de Fernando VI (1746-1758) y Carlos III (1759-1788), afectaron el funcionamiento de las colonias; una de esas repercusiones fue el intento de fundación y, finalmente, el establecimiento definitivo del Virreinato en el Nuevo Reino de Granada. Desde el punto de vista cultural, uno de los resultados más importantes fue una cierta internacionalización del gusto español que, como resultado inmediato a nivel musical, puso en contacto a los músicos y al público de las colonias americanas con la música italiana, de moda en Europa en ese entonces.

La capital

Un episodio importante que marca un cambio de rumbo en cuanto al estilo musical de la catedral, fue la llegada del violinista italiano Mateo Medici Melfi (o Melphi) entre quienes acompañaban al virrey José Solís Folch de Cardona, quien asumió funciones en 1753. En 1757 se le nombró violinista de la catedral, con la obligación adicional de «enseñar los niños que se le asignaren, para que siempre haya personas hábiles».

Es posible que Melfi no haya continuado en la catedral, ya que esta es su única aparición en los documentos; sin embargo, en 1772 aparece mencionado con el sobrenombre de «el italiano» en un documento relativo a una sucesión de bienes. Y, a pesar de que no haya tenido una gran importancia en el plantel musical de la catedral, su presencia en Santafé seguramente puso a los músicos locales en contacto con elementos básicos del estilo italiano desconocido para ellos hasta entonces.

Violín
La introducción de los violines en la capilla de la catedral de Santafé se puede situar en este período, como consecuencia del cambio estilístico que se operaba en esos momentos.

Las obras de Giovanni Pietro Franchi (m. 1731), Giuseppe Ottavio Pitoni (1657-1743) y Carmine Giordani (1685-1758), ejemplifican el estilo vocal instrumental usado en la música catedralicia de aquel momento, especialmente el estilo napolitano y romano a varias voces, con violines y bajo continuo al órgano. 

En 1767 se hizo el nombramiento de sochantre, plaza que compartieron Nicolás de Figueroa y Martín Palacios, quien a su vez era capellán de coro por ser de «los más prácticos y versados en el canto». En 1774, el organista Dionisio Mesa pide el arreglo del órgano que se hallaba descompuesto y con flautas faltantes, y en 1775, en una petición dirigida al virrey Manuel Guirior sobre pagos atrasados y en otros documentos, Nicolás de Figueroa es mencionado como maestro de capilla, además de conservar su plaza de sochantre junto con Palacios. Una constante en los documentos es la evidente falta de fondos de la mesa capitular para poder mantener una actividad musical continua y de cierta calidad.

El repertorio continuó siendo el de la primera mitad del siglo y se mantuvo así, con modificaciones menores, hasta el fin del período español. El liderazgo musical de Santafé fue asumido entonces por los grupos de músicos asociados con los regimientos militares llegados de España y con las primeras compañías de tonadillas que actuaron en el recién establecido coliseo de la ciudad. Este establecimiento contaba con un conjunto instrumental que, probablemente, haya sido el que interpretó las obras de Michael Haydn (1737-1806) y Johann C. Cannabich (1700-1773) que se encuentran en el archivo de la catedral y que fueron parte del recibimiento en 1791 del nuevo arzobispo, Baltasar Jaime Martínez Compañón y Bujanda.

Músicos Colonia
Los músicos de la capilla obtenían dinero extra por sus trabajos en misas y servicios fúnebres. Se sabe también que ellos tocaban en las diferentes iglesias (aun fuera de la ciudad) y que, siguiendo la tradición hispánica, existía un «fiestero», quien conseguía trabajos, cobraba y se encargaba de repartir el dinero entre los músicos.

La llegada a finales de la década de 1780 de un creciente número de militares, entre quienes estaba José Tomás Ramírez, fundador del coliseo y subteniente de Milicias de Caballería, al igual que la formación de incipientes bandas militares en algunos regimientos, afectó aún más la precaria estabilidad de la capilla, ya que en 1786 el coronel López de Castilla del regimiento de Infantería se dirige al capítulo y niega que el maestro de música del regimiento (tal vez Pedro Carricarte) le quite sus alumnos.

En 1757, entre los bienes del comerciante Carlos Ignacio Obregón en Santafé figuran «dos vihuelas», lo que constituye una referencia muy interesante, porque para entonces, la vihuela se había dejado de usar en España desde hacía más de un siglo. En lo que se refiere a celebraciones, fiestas públicas, etcétera, en 1766 en las fiestas con ocasión del matrimonio del futuro Carlos IV, alternaron en Santafé, para las corridas de toros, el «clarín de la Caballería» con las chirimías (llamados oboes por el cronista) de la «ruidosa música de Fontibón».

La provincia

Baile de campesinos
Por su parte, la población civil mantuvo la tradición musical doméstica de décadas anteriores, e instrumentos como guitarras, arpas, salterios, entre otros.

Los documentos de una serie de visitas efectuadas entre 1752 y 1776 a los pueblos del altiplano cundiboyacense, nos dan una idea sobre la actividad musical de la provincia. Según estos informes, había órganos en los coros altos de las iglesias de Tibasosa, Firavitoba, Sogamoso, Iza, Cuítiva, Tota, Guateque, Sutatenza, Chocontá, Tabio, Une, Ubaque, Usme, Soacha, Chipaque, Cáqueza y Tocaima, entre otros.

Por otra parte, en los inventarios de estas iglesias, aparecen instrumentos como arpas, violines, chirimías, bajones, sacabuches, trompetas, clarines, flautas, monocordio o clavicordio, etcétera. Esta tradición musical había sido iniciada en las doctrinas de finales del siglo XVI y para esta época ya estaba bastante arraigada entre la población local.

monocordio
El monocordio es un instrumento musical de una sola cuerda; se clasifica dentro del grupo de cordófonos pinzados y frotados. Este invento es atribuida al filósofo griego Pitágoras para establecer estudios sobre afinaciones e intervalos.

La vinculación de algunos músicos campesinos a las actividades de la capital, era algo muy común. El caso del organista, violinista y maestro de música Melchor Bermúdez (cuyo nombre aparece en varias partituras del archivo de la catedral) es ilustrativo, ya que después de retirarse de sus actividades en Santafé se estableció en Nemocón, donde se dedicó «con toda exactitud a instruir y enseñar a los indios jóvenes, no solamente a leer y escribir, sino también en el arte de la música», y a actuar como instrumentista y cantor en la iglesia.

Durante este período, en otras regiones (Antioquia, Santander, Tolima, etcétera) se consolidó la tradición de la música en la iglesia, especialmente en pueblos nuevos, fundados en la segunda mitad del siglo. En Málaga (Santander), en 1807, había entre los bienes de la iglesia un órgano, un arpa y un bajón; mientras que en Charalá había un órgano y la matraca que reemplaza las campanas en la Semana Santa. En la doctrina de San José de la Laguna figuran entre los gastos los pagos a los «músicos de la iglesia». Sin embargo, en 1757, en relación con la iglesia de Santa Marta, se afirma que «la pobreza de esta catedral para mantener músicos no permite que se canten los oficios con la frecuencia y solemnidad que en otras de más congrua».

Bajón
El bajón o dulcián es un instrumento musical de viento-madera creado en el Renacimiento. Se trata de un largo tubo de madera doblado y de sección cónica, en uno de cuyos extremos se inserta un tudel de cobre de forma curva en el que a su vez se encaja una caña o lengüeta doble con la que se hace sonar el instrumento.

En cuanto a la música de ceremonias públicas, la colonia de comerciantes catalanes de Cartagena, participó con un «carro triunfal, iluminación, música y danza» en 1790 en la jura de Carlos IV; lo mismo sucedió en el Socorro, donde se hicieron danzas en las que participaron «esclavos libres blancos y los muchachos de la escuela» con tambores, banderas y pendones. En Panamá, el licenciado Tomás Sánchez Espejo, maestro de capilla, se encargó de la música de la celebración de la fiesta de la Concepción en 1786, incluyendo la contratación de los «cajeros y pífanos que tocaron a la puerta de la iglesia».

Sin duda, la actividad musical más intensa y variada por fuera de Santafé en este período, se llevó a cabo en las reducciones y pueblos de indios de las misiones jesuíticas en los llanos del Meta y Casanare. Las descripciones correspondientes a la primera mitad del siglo, adquieren una mayor dimensión en los documentos e inventarios elaborados con motivo de la expulsión de esta comunidad religiosa en 1767. En las misiones de Guanapalo, Betoyes, Macaguane, Pauto, Trinidad, Macuco, Carimena, Giramena y en las haciendas de Caribabare y Cravo, se encontraron instrumentos musicales y la evidencia de la existencia de una escuela de música, al igual que talleres de carpintería para la fabricación de instrumentos musicales.

Los instrumentos se mantuvieron en la mayoría de los pueblos hasta comienzos del siglo XIX, durante todo el proceso de traslado a otras órdenes religiosas como los franciscanos y agustinos. Sin embargo, algunas referencias mencionan que en muchos casos los indios de las reducciones regresaron a su vida tradicional, aunque la persistencia en aquella región de instrumentos hispánicos como el arpa, la bandola y el cuatro, además de los esquemas de versificación española, indican que la cultura musical se incorporó totalmente a la cultura indígena durante el período jesuita.

Música llanera
El folclor Llanero en Colombia, es un folclor básicamente mestizo, una hibridación de rasgos tanto españoles (especialmente andaluces) como nativos de América que comenzaron a interactuar en el siglo XVI con los primeros encuentros entre misioneros e indígenas.

Los inventarios de la época muestran la existencia de órganos, arpas, rabeles, violines, claves, guitarras, bandolas, trompas marinas, bajones, bajoncillos (o fogotillos), chirimías, flautas, trompetas, clarines, trombones, cuerdas y papeles de música. En los inventarios de comienzos del siglo XIX, aparecen también flautas dulces, clarinetes y flautas traversas.

En este período también comienzan a aparecer referencias a algunos aspectos culturales de los grupos indígenas y negros. Los misioneros jesuitas hicieron estudios de las costumbres y las lenguas indígenas, con el propósito de lograr una mejor incorporación a sus reducciones y misiones. El cronista jesuita Juan Rivero describe algunos bailes y la recitación responsorial de los mitos en la región de los ríos Meta y Manacacías; y en 1774, Andrés de Ariza menciona la existencia del kantule entre los cunas del Darién, a quien llama camoturo o «tocador de flauta», y describe la construcción y uso del «camu» (flauta longitudinal), así como algunos bailes en rueda de hombres y mujeres y el uso del «lereo» (discurso ritual).

En 1787, el Diario de Joseph Palacios de la Vega, menciona algunos instrumentos indígenas (probablemente embera), su aceptación de la música europea y, por otra parte, los tambores que interpretaban los negros, zambos y mulatos de la región del Chocó.

instrumentos musicales Emberá
Los instrumentos musicales embera remiten en primera instancia al tambor, como elemento importante dentro del jaibanismo y en las danzas tradicionales.
Referencia:
Bermúdez, E. (2007). Música: la tradición indígena y el aporte colonialGran Enciclopedia de Colombia. Círculo de Lectores.

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