La revolución científica del siglo XVII
De Galileo a Newton
La teoría heliocéntrica desarrollada por Nicolás Copérnico (1473-1543) había sentado las bases para los descubrimientos posteriores de Galileo Galilei (1564-1642) y Johannes Kepler (1571-1630), con lo que a partir del siglo XVI se fue afianzando la idea de que el cosmos era una realidad perfectamente ordenada y regulada por leyes estables, interpretables con modelos matemáticos.
En 1609 llegó a oídos de Galileo la invención de un nuevo instrumento, el telescopio, construido por un óptico holandés. Galileo perfeccionó el invento y lo utilizó para escrutar el firmamento. Con él realizó importantísimos descubrimientos (que publicó en el “Siderius nuncius”, 1610), entre ellos que alrededor de Júpiter giraban unos satélites, lo que le llevó a pensar que, si unos cuerpos celestes giraban alrededor de un planeta que no era la Tierra, significaba que el sistema geocéntrico de Tolomeo era incorrecto.
Debido a sus descubrimientos, que entraban en clara oposición con lo expuesto en las Sagradas Escrituras, Galileo sufrió dos procesos de la Inquisición (en 1615 y en 1632). En las “Cartas copernicanas” Galileo sostenía que lo que decía el texto bíblico era verdad, pero que no debía ser interpretado literalmente: no tenía, en definitiva, valor científico. En el primer proceso Galileo fue conminado a no defender más la teoría copernicana, sino a considerarla simplemente como una hipótesis (cuya demostración científica no se había producido).
Galileo volvió a defender el heliocentrismo en el “Diálogo sobre los dos máximos sistemas, tolemaico y copernicano” (1632), lo que le valió ser nuevamente procesado, y luego obligado a abjurar y condenado a pasar el resto de sus días en la villa de Arcetri, cerca de Florencia.
También las llamadas “leyes de Kepler”, con las que el astrónomo alemán Johannes Kepler enunció los principios que rigen el movimiento planetario, representaron una enorme contribución a la revolución científica. Con la primera ley, Kepler afirmaba que las órbitas descritas por los planetas eran elípticas; con la segunda, que la velocidad de revolución de los cuerpos celestes no era constante, sino que era mayor cuando el planeta estaba más cerca del Sol y menor cuanto más alejado; por último, que los tiempos de revolución de un planeta eran proporcionales a su distancia del Sol.
Tras Galileo y Kepler, fue Isaac Newton (1642-1727) quien confirmó definitivamente la teoría copernicana. Fue el primero en enunciar la ley de gravitación universal que regía el movimiento de los cuerpos celestes, y confirmó las aseveraciones de Kepler sobre las órbitas de los planetas. Además, Newton estudió la luz y su descomposición y desarrolló el cálculo infinitesimal.
Pienso luego existo
Durante el medio siglo que va entre la publicación del “Discurso del método” (1637) de René Descartes y los “Principia” (1687) de Isaac Newton se produjeron un conjunto de transformaciones sustanciales en la ciencia que supusieron toda una Revolución Científica, y que sin duda sembraron la simiente para el nacimiento de la Ciencia Moderna.
Siguiendo el espíritu de la época, para el filósofo y matemático Descartes la naturaleza era una realidad ordenada que podía ser explicada con leyes matemáticas. En su búsqueda de un fundamento del que el hombre pudiese tener la certeza absoluta, lo halló en su propio pensamiento, del que la matemática era la expresión más racional y fiable.
Más allá de sus importantes aportaciones tanto en el campo de las matemáticas como en el de la física, Descartes es considerado el padre de la filosofía moderna (y también de la geometría analítica), cuya esencia se resume en su rechazo de las verdades prestablecidas y no comprobadas, como muchas de las que defendía la Escolástica, y su lucha contra los prejuicios.
René Descartes expuso con gran simplicidad en el “Discurso del método”, aunque también antes en “Reglas para la dirección de la mente” (1628), las bases del sistema cartesiano, un sistema para entender y enfrentarse a la realidad, para que el hombre pudiera alcanzar certezas absolutas de lo que le rodea a través de la razón y el pensamiento. Y es que también la experiencia podía ser engañosa, si no estaba apoyada en una explicación racional, matemática.
Con el concepto “Cogito ergo sum”, “pienso luego existo”, consiguió colocar la razón en el centro del conocimiento, principio básico del racionalismo occidental. De hecho, la característica principal del Movimiento Ilustrado fue la confianza incondicional en la razón humana, considerada capaz por sí misma de explicar cualquier aspecto de la realidad.
El método cartesiano y las diferentes ideas defendidas por Descartes se convirtieron sin duda en un punto de referencia para los principales filósofos que le sucedieron, como Newton, Pascal, Spinoza, Locke, Hume o Kant, ya fuese como punto de partida para desarrollar sus propias ideas o para criticarlas.
Pese a ser una de las figuras más destacadas de su época, su mala situación económica le llevó a aceptar en septiembre de 1649 el puesto en la corte que le había ofrecido la reina Cristina de Suecia. Fue el principio del fin. La vida en la corte y su relación con la reina no fueron nada fáciles. Descartes no se sentía cómodo, y las clases que la reina Cristina le obligó a impartirle a las cinco de la mañana en uno de los inviernos más fríos le provocaron un resfriado que muy pronto derivó en pulmonía, hallando la muerte el 11 de febrero de 1650.
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