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Carlos V y las guerras italianas

“Carlos V a caballo en Mühlberg”. 1548. Tiziano Vecellio di Gregorio.

En 1519, la elección como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de Carlos I de España, lo convirtió en Carlos V, el soberano más poderoso de Europa. Hijo de Felipe de Habsburgo (Felipe el Hermoso) y de Juana de Castilla (Juana la Loca), desde muy joven se halló al frente de un reino extensísimo: de la abuela paterna (María de Borgoña) heredó los Países Bajos, y del abuelo (Maximiliano de Habsburgo) Austria, Bohemia y Hungría; por parte materna (era nieto de los Reyes Católicos) le correspondieron la corona de España (con todas las posesiones americanas, que durante su mandato empezaron a reportar enormes riquezas) y el reino de Nápoles. A ello añadió Borgoña y el ducado de Milán, arrebatados a los franceses. Su sueño era construir un reino universal que, bajo la guía de España, uniese a todos los pueblos cristianos. No obstante, muchos frentes se lo impedirían.

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Copérnico y el heliocentrismo

Pintura “Astrónomo Copérnico”, de Jan Matejko (1873).

El astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) fue el primero en exponer la teoría heliocéntrica en la época moderna. Al quedar huérfano con tan solo diez años, Copérnico quedó al cargo de su tío, canónigo de la catedral de Frauenburg y luego obispo de Warmia. Tras estudiar en la Universidad de Cracovia, en 1496 viajó a Bolonia, Italia, donde completó su formación cursando derecho canónico, medicina, griego y filosofía. Durante esta época recibió una gran influencia del humanismo italiano y del estudio de los clásicos, que serían decisivos en el desarrollo de su obra astronómica.

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El calvinismo

Juan Calvino

Juan Calvino (Jean Cauvin, 1509-1564) fue el otro gran reformador del siglo XVI. Aunque nació en Francia, desarrolló su actividad principalmente en Suiza, donde llevó a cabo la personal reforma religiosa a la que dio nombre: el calvinismo. Calvino, influenciado por Lutero y otros reformadores humanistas de la época, como Zwinglio, también creía que la única manera de conseguir la salvación del hombre era mediante la gracia de Dios, pero introdujo un elemento ulterior en el proceso de salvación: la doctrina de la predestinación. Para él, todo hombre estaba predestinado a la salvación eterna o condenado desde el mismo momento de su nacimiento. Así, el éxito personal en el trabajo o en los negocios era, según Calvino, un signo de la preferencia de Dios, y por lo tanto un indicador de estar predestinado a la salvación.

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El Imperio de Felipe II

Dominios europeos y norteafricanos de Felipe II hacia 1580

En el momento de su abdicación (1555), Carlos V decidió dividir los inmensos dominios de la casa de Habsburgo en dos partes: por un lado, su hijo Felipe (1527-1598) heredó la corona de España con todas sus colonias, Flandes y los Países Bajos; por el otro, dejó a su hermano Fernando las posesiones austríacas y el título imperial. Felipe II gobernó los amplios territorios de la corona durante 43 años, un período en el que el reino de España aumentó su esplendor y poder. Prosiguió la labor de su padre como defensor del catolicismo y acentuó la política de hispanización de sus dominios.

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El Santo Oficio de Roma

Galileo ante el Santo Oficio, por Joseph-Nicolás Robert-Fleury.

La Inquisición romana, también conocida como Congregación del Santo Oficio, fue fundada en 1542 por Pablo III para defender la integridad de la fe católica y como respuesta a la amenaza de la Reforma protestante iniciada por Lutero. A lo largo de la Edad Media habían existido instituciones judiciales eclesiásticas para condenar los diversos tipos de delitos de la fe. La primera versión de este tribunal fue la Inquisición episcopal, creada por el papa Lucio III en 1184 para combatir a los herejes cátaros. Esta institución no dependía de una unidad central, sino que los posibles herejes estaban a la merced del obispo y la autoridad civil de la diócesis correspondiente.

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El Siglo de Oro español

“El triunfo de Baco”. Diego Velázquez, 1629. Museo del Prado.
“El triunfo de Baco”. Diego Velázquez, 1629. Museo del Prado.

El Siglo de Oro español, en realidad, abarca más de cien años. Se inicia, aproximadamente, a mediados del siglo XVI y comprende todo el siglo XVII. Pero este dorado calificativo se identifica más con los éxitos alcanzados en las diversas disciplinas artísticas que con la realidad política y económica de España, ya que la sociedad se hallaba sumida en una profunda crisis.

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Enrique VIII y el Cisma anglicano

Enrique VIII en 1537, por Hans Holbein el Joven.

Aunque en otros países la ruptura con el catolicismo se dio por razones teológicas o dogmáticas, en Inglaterra se produjo porque su rey, Enrique VIII (1491-1547), no conseguía la autorización del papa Clemente VII para divorciarse de su esposa, Catalina de Aragón, ya que quería casarse con Ana Bolena. El problema estaba sobre todo en que Carlos V, emperador del Sacro Imperio y sobrino de Catalina, presionaba al papa Clemente (que al principio estaba a favor de la separación) para que no la autorizara. Tras la negativa del papa, Enrique VIII se autoproclamó Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, con lo que se inició el cisma respecto a la Iglesia de Roma: nacía así la Iglesia anglicana.

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Europa siglo XVIII: Crecimiento demográfico y económico

A lo largo del siglo XVIII se produjo un gran incremento de la población europea: se estima que creció desde unos 110 millones hasta unos 190. Este crecimiento supuso una ruptura con lo observado en los siglos anteriores. Hasta entonces, las variaciones demográficas habían sido inconstantes: períodos de expansión se alternaban con etapas de estancamiento o incluso de descenso en las llamadas fases de mortalidad catastrófica (guerras, epidemias, hambrunas). En el siglo XVIII hubo por primera vez una fase de crecimiento sostenido, que continuaría e incluso se acrecentaría en el futuro.

La peste de Marsella de 1720
La peste de Marsella de 1720 fue la última gran epidemia en Francia. En la imagen, escena de sus estragos pintada sobre óleo por Michel Serre.

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Europa siglo XVIII: Diplomacia secreta y espionaje

La ausencia de instancias supranacionales que pudieran mediar entre estados y el fracaso de los intentos por establecer marcos de encuentro entre ellos (como los congresos de paz de Cambrais y Soissons) motivaron que, en el siglo XVIII, la diplomacia se revelara como un elemento clave en la relación entre países europeos. Esta diplomacia, sin embargo, atendía solo a los intereses nacionales, sin mostrar reparos ante el juego sucio. Como había afirmado el diplomático inglés sir Henry Wotton un siglo antes: «Un embajador es un hombre honesto enviado al extranjero para mentir por el bien de su país».

Gabinete de los Despachos
Gabinete de los Despachos. Vista actual del gabinete de los Despachos en los apartamentos interiores del rey, 2012, Versalles, palacios de Versalles y Trianón. Luis XV utilizó esta sala para un propósito personal: pasaba horas examinando cartas e informes de sus agentes secretos que había colocado en diferentes tribunales de toda Europa para estar siempre informado. El Rey escribía instrucciones en esta sala y debido a este tipo de actividad delicada, la sala también se conocía como el asiento alto del "Secret du Roi".

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Europa siglo XVIII: La regencia francesa

Tras la muerte de Luis XIV en 1715 se abrió un complicado proceso de sucesión en Francia. El único heredero del rey era su bisnieto, el duque de Anjou, de solo cinco años; hasta que alcanzara la mayoría de edad, el país tenía que ser gobernado por un regente. Por línea de sangre el cargo le correspondía a Felipe de Orleans (1640-1701), sobrino de Luis XIV. Pero el duque de Orleans no gozaba de la simpatía del viejo monarca, y en el testamento real se despojó de poder político efectivo a la regencia, que quedó sometida a un consejo dirigido por los dos favoritos de Luis XIV: el duque de Maine y el conde de Toulouse, ambos hijos naturales legitimados.

Felipe de Orleans
Felipe de Orleans

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