Bogotá

Categoría: Historia de Colombia

Panorámica de Bogotá
Panoramica de Bogotá.

De acuerdo con una costumbre de común aceptación, la historia de una ciudad se inicia con el relato de su fundación. Se considera que en esa fecha se dieron las pautas para la formación de un recinto urbano que, desde entonces y hasta el presente, ha crecido y se ha multiplicado. Ese día se dio un nombre a la fundación, el que ha perdurado a lo largo del tiempo. Pero, en más de una ocasión, la nueva ciudad se erigió en el lugar ocupado por uno o por varios asentamientos anteriores, cuya presencia se remonta a un pasado remoto. El nombre de la ciudad recuerda en ocasiones ese ancestro. Tal es el caso de Bogotá.

La narración de la fundación y del bautismo de Santafé se ha adoptado como el comienzo oficial de la historia de Bogotá. Con base en los relatos de los cronistas españoles del periodo de la conquista, los historiadores cuentan cómo la expedición comandada por el licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada partió de Santa Marta y llegó al extenso territorio de la sabana de Bogotá en 1537. Allí se encontró con una buena cantidad de aldeas o «cercados» de los pobladores muiscas. Quesada escogió una de ellas, llamada Bacatá, para establecer un campamento militar y más adelante, por motivos de defensa, decidió establecer un asentamiento permanente en el lugar ocupado por otra aldea de menor importancia, la de Teusaquillo, localizada en un lugar muy favorable, al abrigo de los cerros Orientales y en las cercanías de dos ríos. No hay en las crónicas descripciones de esta aldea de Teusaquillo, aparte de la mención que se hace a las bondades de su localización geográfica.

Tumba de Jiménez de Quesada
Tumba del fundador de Bogotá,Gonzalo Jiménez de Quesada (1509 - 16 de febrero de 1579) en la Catedral Primada.Fue esculpida por Luis A.Acuña.

La fundación de la ciudad, según fue descrita por algunos cronistas, se llevó a cabo el 6 de agosto de 1538 y, para ella, se construyeron doce chozas pajizas y una capilla en la que se celebró la misa de rigor. Ese día se dio al asentamiento el nombre de Santafé, que sustituyó al existente de Teusaquillo. La fecha ha sido discutida por varios historiadores que afirman que ese día sólo se efectuó un acto de posesión y que la verdadera fundación tuvo lugar el 29 de abril de 1539, cuando se cumplieron todas las formalidades legales requeridas, entre ellas el nombramiento de alcalde y de regidores. Es de suponer que en esta última fecha se produjo el reparto de tierras entre los fundadores, el que afirmó su derecho de ocupación y les otorgó el carácter de vecinos.

No hay datos precisos acerca de la localización exacta y del trazado inicial de Santafé de Bogotá. Algunos estudiosos afirman que el asentamiento de doce chozas y capilla tuvo lugar en la actual Plaza de Bolívar. Otros, como el historiador Carlos Martínez Jiménez, con base en la lectura detallada de las crónicas y archivos, afirman que el sitio elegido fue el de la actual Plaza del Chorro de Quevedo y que el trazado definitivo data de 1539.

  Placa conmemorativa de la fundación de Bogotá
Placa conmemorativa de la fundación de Bogotá.

Según algunas costumbres y ordenanzas urbanísticas empleadas en la época de la fundación de Santafé, se dibujaba un plano en el que se trazaba la cuadrícula de calles en dos direcciones, se reservaba el espacio de la plaza principal y desde ella, en dirección de cada punto cardinal, se delimitaban las manzanas necesarias, cuyo interior se dividía en predios para ser asignados a los fundadores y sus tropas. A partir de esta idea, Martínez Jiménez elaboró una reconstrucción hipotética del plano fundacional de Santafé, en cuyo centro se encuentra la Plaza Mayor y cuyas manzanas se extienden desde el río San Agustín al sur hasta el San Francisco al norte, y desde la actual carrera Quinta hasta la carrera Décima. En la ribera norte de este último río se localizó la Plaza de las Hierbas, hoy Parque de Santander, en la que, según dicho historiador, se repartieron predios después de 1540. Diez años después, Santafé fue designada capital del Nuevo Reino de Granada y, a partir de entonces, se consolidó su traza y se localizaron las principales sedes del poder civil y eclesiástico en los costados de la Plaza Mayor, hoy Plaza de Bolívar.

Plano de Bogotá, 1539 Plano de Bogotá, 1539.

Durante casi tres siglos, Santafé constituyó uno de los centros gubernamentales y administrativos más importantes de las colonias españolas en América. Fue sede de la Real Audiencia que tuvo a su cargo el gobierno del Nuevo Reino. Desde 1564 y durante los ciento setenta y cinco años siguientes, fue también el lugar de residencia de los presidentes que acompañaron a la Audiencia en el manejo del territorio. En 1719 se convirtió en sede del Virreinato recién creado, y sostuvo el carácter de capital virreinal hasta 1819, cuando fue nombrada capital de la Gran Colombia. A pesar de su importancia, Santafé se desarrolló como una ciudad de modestas proporciones, geográficamente aislada en su altiplanicie. La religiosidad, la educación y las artes adquirieron en ella especial significación.

Dos plazas se disputaron la primacía durante los primeros años de existencia de Santafé. Al norte, en la Plaza de las Hierbas, se construyó la ermita del Humilladero, primera iglesia de la ciudad según Martínez Jiménez. Pocos años después, en el costado sur, se levantaron la iglesia y el convento de los padres franciscanos. La primera catedral de Santafé se comenzó a construir en la Plaza Mayor en 1553, en el lugar ocupado desde 1539 por una capilla de bahareque y techo de paja. Debido a su mala construcción, la nueva edificación se derrumbó en 1566. En 1572 se inició la construcción de una tercera catedral que perduró hasta 1805, cuando tuvo que ser demolida a causa del deterioro ocasionado por un terremoto. Ese año se inició la obra de la catedral actual.

Una característica propia del trazado de las ciudades hispanoamericanas fue la de contar con pequeños espacios, conocidos como «plazuelas» o «plazoletas», en unos casos abiertas frente a las iglesias y en otros en sitios en los que las irregularidades del trazado urbano generaban espacios residuales. En Santafé se formaron varios espacios con estas características. La Plazuela del Chorro de Quevedo, lugar hipotético de la fundación de la ciudad, se consolidó como un espacio irregular atravesado por la quebrada de San Bruno. La Plazuela de Egipto se abrió frente a la ermita del mismo nombre, y la Plazuela de San Carlos, hoy Plazuela Rufino José Cuervo, frente a la iglesia de San Ignacio. La Plazuela de San Victorino fue, durante siglos, la puerta occidental de entrada a la ciudad y un importante lugar de intercambio.

Plaza Mayor, siglo XVIII
Plaza Mayor, siglo XIX.

La mayoría de los planos conocidos de Santafé colonial datan de finales del siglo XVIII. Es difícil precisar cuánto tiempo tardó la ciudad en llegar a la extensión que muestran esos planos, con cerca de ciento noventa y cinco manzanas construidas, aparte de los ejidos y áreas suburbanas. En el centro del tejido urbano existente hacia 1791 se encuentra la Plaza Mayor. Hacia el norte, el trazado se prolonga hasta la recoleta de San Diego a la altura de la actual calle 26. Hacia el sur, se extiende hasta la calle Primera. Hacia el oriente, el tejido urbano se disuelve en las estribaciones de los cerros Orientales, y hacia el sur llega sin interrupciones hasta la actual Avenida Caracas. La mayoría de las calles registradas en los planos son rectas, y siguen en parte las ordenanzas españolas del siglo XVI. Los cauces de los ríos San Francisco y San Agustín y de algunas quebradas interrumpen el orden de la cuadrícula. Dos alamedas o calles arborizadas se extienden desde la Plazuela de San Victorino, una hacia el norte y otra hacia el occidente.

La población residente en Santafé hacia 1540 fue calculada por Carlos Martínez Jiménez en trescientos habitantes. Hacia 1550 había llegado a los quinientos. En el siglo XVII llegó a tener dos mil habitantes, y al finalizar el periodo colonial contaba cerca de treinta mil. Estos datos muestran que Santafé no fue una ciudad grande, si se la compara con Lima, que a comienzos del siglo XIX tenía sesenta y tres mil pobladores.

En 1774, la ciudad de Santafé estaba dividida en cuatro parroquias o feligresados: La Catedral, Santa Bárbara, Las Nieves y San Victorino. Para efectos civiles, la parroquia de La Catedral, la más antigua de todas, estaba dividida en cuatro barrios denominados La Catedral, El Príncipe, San Jorge y El Palacio.
 
El patio bordeado por corredores fue el espacio ordenador de la arquitectura conventual y doméstica del periodo colonial en Santafé. El material preferido para la construcción de los muros fue el adobe. En las iglesias principales se utilizaron materiales más resistentes, como piedra y ladrillo. Las cubiertas en teja de barro cocido sostenidas en cerchas de madera revistieron las construcciones de los españoles. La población indígena alojada en los «pueblos de indios», Puebloviejo y Pueblonuevo, habitaba en ranchos de bahareque cubiertos de paja.
 
La mayoría de las iglesias coloniales que hoy existen fueron parte de los conventos de las comunidades religiosas que se instalaron o se fundaron en la ciudad. La iglesia de San Francisco fue construida en 1566 como parte del convento de la comunidad franciscana. La iglesia de La Concepción, edificada en 1583, perteneció al primer convento de monjas que hubo en la ciudad. Otras iglesias conventuales importantes fueron las de Santa Clara, San Ignacio, San Agustín, Santa Inés, Las Aguas, El Carmen, La Candelaria, Santa Bárbara y La Tercera.

Iglesia de San Francisco
Iglesia de San Francisco.

La iglesia de San Juan de Dios hizo parte del hospital del mismo nombre, a cargo de los hermanos hospitalarios. La capilla del Sagrario, construida en 1610, se integró desde su origen en el conjunto arquidiocesano de la Catedral. La capilla de La Bordadita se incorporó en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y las iglesias de La Veracruz y la Orden Tercera hicieron parte del conjunto conventual de San Francisco. La Catedral Primada, construida entre 1805 y 1827, fue la última de las obras religiosas del periodo colonial santafereño.
 
En las iglesias coloniales, con sus bóvedas y artesonados en madera, pinturas murales y suntuosos retablos recubiertos en laminilla de oro, se encuentra lo mejor de la arquitectura colonial de Santafé de Bogotá. Los conventos a los que pertenecieron fueron en su mayoría demolidos; hoy sólo permanecen los claustros conventuales de Las Aguas, La Candelaria y La Encarnación, este último sede de la biblioteca del Congreso de la República. Tres claustros educativos se conservan: el claustro de Las Aulas, hoy Museo de Arte Colonial, construido como sede de la Universidad Javeriana, y los claustros del Rosario y del antiguo colegio de San Agustín, hoy Museo de Artes y Tradiciones Populares.
 
Fueron pocas las construcciones civiles de importancia realizadas en Santafé durante la Colonia. La primera Casa de Gobierno o Cabildo se construyó en la Plaza de las Hierbas y fue incendiada en 1554. La Casa de los Virreyes estuvo situada en el costado sur de la Plaza Mayor, junto a la sede de la Real Audiencia. Ambas fueron demolidas para dar paso a la obra del Capitolio Nacional. La antigua Casa de la Aduana, situada en el costado oriental de la misma plaza, fue demolida para dar paso al actual Palacio Arzobispal. La Casa de Moneda, construida a finales del siglo XVIII, una gran edificación donde se acuñó la moneda hasta el final de la Colonia, es prácticamente el único ejemplo de arquitectura civil que queda en la ciudad.
 
Las guerras de independencia afectaron considerablemente la vida de Santafé de Bogotá. El incidente del «florero de Llorente», primer brote local de insurrección contra la Corona española, tuvo como escenario la casa esquinera de la Plaza Mayor que hoy aloja el Museo del 20 de Julio. A partir de ese episodio la ciudad vivió intensamente las guerras y sólo después de 1819 tuvo un respiro momentáneo, antes de iniciarse las contiendas civiles que afectaron su existencia a todo lo largo del siglo XIX.

Casa del florero 
Casa del florero, museo 20 de julio.

En 1819 la ciudad fue elegida sede del primer gobierno de la República de Colombia, y se le cambió el nombre de Santafé por el de Bogotá. Dos años después fue nombrada capital de la nueva República. En 1861 el entonces presidente, general Tomás Cipriano de Mosquera, decidió convertirla en Distrito Federal autónomo. Esta situación sólo duró tres años: en 1864 la Asamblea Legislativa de Cundinamarca incorporó nuevamente a la ciudad dentro de dicho estado, luego departamento, del cual ha sido capital hasta el presente.
 
La población de Bogotá aumentó notoriamente en los primeros ochenta años de vida republicana. En 1832, la ciudad contaba treinta y seis mil habitantes; en 1881 llegaba a los ochenta y cuatro mil, y al finalizar el siglo alcanzó los cien mil.

La transformación de la ciudad en ese siglo puede apreciarse en varios aspectos. Uno de ellos es la densificación de sus manzanas, originada en la subdivisión y edificación de los antiguos y extensos solares coloniales. Una segunda transformación fue la modificación de las fachadas e interiores coloniales para «modernizarlos» de acuerdo con los nuevos gustos republicanos. La tercera transformación de Bogotá en el siglo XIX, la más tardía, fue la expansión de su tejido urbano para responder al crecimiento de la población y también para dar cabida a nuevas formas urbanas y de habitación. Este crecimiento se produjo en dirección norte y tuvo como epicentro el antiguo caserío de Chapinero. Una de las causas de tal expansión fue la costumbre de algunas familias bogotanas de trasladarse al caserío a pasar vacaciones en casas campesinas alquiladas, especialmente en la época de aguinaldos. La costumbre se convirtió en hábito y condujo a la compra de predios y a la construcción de casas campestres, conocidas con el nombre de quintas. El hábito condujo a la formación de una población residente y luego a la constitución de un nuevo barrio. La llegada del tranvía de mulas en 1880, y del ferrocarril algunos años más tarde, favoreció dicha expansión.
 
Al tiempo que esto sucedía, el antiguo centro colonial se transformó rápidamente. La densificación ya mencionada, la remodelación de las edificaciones y el aumento exagerado de tiendas localizadas en los primeros pisos de las viviendas dieron a este sector una apariencia singular, que quedó registrada en los escritos de numerosos visitantes extranjeros de la época. Las Galerías, construidas por Juan Manuel Arrubla en el costado occidental de la Plaza Mayor e inauguradas en 1846, cambiaron la fisonomía de dicho espacio. Ese mismo año el general Tomás Cipriano de Mosquera, presidente de la República, encargó el proyecto del Capitolio a Thomas Reed, arquitecto nacido en la isla de Saint Croix. La construcción se inició al año siguiente y terminó ochenta años después, en 1927.

Galerías Arrubla Galerías Arrubla.

Después de 1880, la ciudad tuvo un cierto impulso en la construcción de edificios públicos importantes. En 1890 se inauguró el Teatro Municipal, situado sobre la carrera Octava, al sur del Capitolio. En 1892 se inauguró el Teatro Colón, en un lote situado en la calle Décima entre carreras Quinta y Sexta, ocupado desde fines del siglo XVIII por el Coliseo Ramírez, y llamado luego Teatro Maldonado. Estos dos edificios, bastante importantes por su arquitectura y sobresalientes en la ciudad, permitieron a los bogotanos presenciar obras de teatro, sainetes y esporádicas emporadas de ópera a cargo de los pocos grupos extranjeros que de vez en cuando visitaban la ciudad. El Municipal fue un centro de intensa actividad hasta su demolición después del 9 de abril; por su parte, el Colón es aún la sala más importante de la capital.

El incendio de las Galerías de Arrubla en 1900 es uno de momentos trágicamente importantes en la historia de Bogotá. En ese incendio se quemó el Archivo Municipal, donde se encontraban documentos de gran valor. Por tal motivo ha sido muy difícil reconstruir con mayor fidelidad la historia de la ciudad. Sobre los restos de las Galerías se levantó el edificio Liévano, proyectado por el arquitecto francés Gastón Lelarge. La sede de la Alcaldía propiamente dicha, con frente sobre la calle Décima, fue construida en 1920 por el arquitecto colombiano Alberto Manrique Martín. Los edificios de la Policía -hoy Museo de la Policía, en la calle Novena- y la Gobernación de Cundinamarca -contigua a la iglesia de San Francisco, en la Avenida Jiménez- completaron el conjunto de sedes gubernamentales de la ciudad. El Palacio Echeverri, que hoy ocupa el Ministerio de Interior y Justicia, fue originalmente un conjunto de cuatro casas construidas para la familia de don Carlos Echeverri, comerciante cafetero radica en Bogotá a comienzos del siglo XX.
 
Si el siglo XIX fue el periodo de transición de la ciudad colonial a la republicana, el siglo XX fue el de su modernización. No hay una fecha exacta de inicio de este proceso, cuyas raíces se remontan al siglo XIX en varios frentes: la transformación de las estructuras económicas para su inserción en las corrientes mundiales, el desarrollo de la producción industrial, la transformación de las estructuras físicas para adecuarlas a las demandas de salubridad e higiene, así como a los nuevos gustos sociales. La modernización se expandió a la política, la educación y la cultura, abriendo campo a nuevas mentalidades y múltiples expresiones literarias, artísticas y arquitectónicas.

En 1938, en el cuarto centenario de su fundación, Bogotá contaba cerca de trescientos treinta mil habitantes. En el censo de 1951 alcanzó la cifra de setecientos quince mil, y en 1964 contaba ya un millón setecientos mil. La nueva ciudadanía, formada en su mayor parte por inmigrantes campesinos, se alojó en los inquilinatos del centro histórico o en precarias barriadas construidas en las periferias. Hacia 1950 se percibían ya en la ciudad las huellas de los planes y proyectos elaborados por el Departamento de Urbanismo del municipio, creado en 1928 y dirigido desde 1933 por el urbanista austríaco Karl Brunner. Las ideas del urbanismo moderno, llegadas a través de profesionales graduados en el exterior y en las cátedras de las nuevas facultades de arquitectura, comenzaban a sentirse con fuerza y se avivaron con las visitas del arquitecto suizo Charles Edouard Jeanneret, Le Corbusier, la figura más influyente del urbanismo y la arquitectura a nivel mundial.

Le Corbusier realizó dos visitas a la ciudad de Bogotá, la primera de ellas en 1947, con un recibimiento apoteósico por parte de los estudiantes de arquitectura de la Universidad Nacional. En su segunda visita, en 1950, entregó a la Municipalidad el «Plan Piloto», previsto para ordenar el crecimiento y la transformación de la ciudad hasta el año 2000. Este Plan serviría como base para el desarrollo posterior de un «Plan Regulador», el cual fue efectivamente preparado por los arquitectos Paul Lester Wiener y José Luis Sert. El Plan Piloto, algunos de cuyos dibujos originales se encuentran actualmente en el Museo de Desarrollo Urbano, comprendió en realidad cuatro planes distintos: uno regional, uno metropolitano, uno urbano y uno especial para el Centro Cívico. Este último es de particular interés por afectar completamente la fisonomía del centro histórico de la ciudad. La población bogotana, que en el momento de la elaboración del Plan Piloto era cercana a las seiscientas mil personas, según proyecciones estadísticas se calculó para el final del siglo XX en un millón y medio. La ciudad desbordó estas proyecciones y las metas del Plan quedaron superadas prontamente. A pesar de ello, el Plan es un hito en la memoria urbanística bogotana y dejó huellas en el pensamiento y en la práctica de la disciplina en la ciudad.

Templete, solitario sobreviviente del parque del Centenario, inaugurado en honor al natalicio del Libertador
Templete, solitario sobreviviente del parque del Centenario, inaugurado en honor al natalicio del Libertador, en el separador central de la carrera 10 que en el fondo se une a la carrera 7. A la derecha iglesia de San Diego y a la izquierda, construcción para el Hotel Tequendama. Bogotá septiembre 19 de 1950.

La expansión de Bogotá cobró un auge inusitado después de 1950. El desarrollo del plan vial previsto por la oficina de planeación de la ciudad tuvo un fuerte impulso y contempló, entre otras obras, la construcción de la avenida Décima, que trajo consigo la desaparición de la antigua iglesia colonial de Santa Inés y la demolición de la plaza central de mercado. En las normas urbanas que dirigieron las nuevas construcciones en esa avenida se perfiló la ciudad moderna deseada por urbanistas y arquitectos. La atracción de los terrenos del norte dio origen a nuevas urbanizaciones destinadas a viviendas costosas y de gran tamaño. La expansión hacia el sur, relativamente moderada en las décadas anteriores, adquirió el ritmo vertiginoso que se prolonga aún en el presente. Las zonas industriales del centro y del sur de la ciudad crecieron al ritmo del impulso modernizador. La ciudad adoptó una forma alargada, que gradualmente se orientó, mediante los planes viales, hacia una forma semicircular con los cerros Orientales como base. Los barrios populares crecieron como una mancha de aceite, fuera de las normas en la mayoría de los casos.
 
En 1954, en plena dictadura militar, se creó el Distrito Especial de Bogotá, en cuyo territorio se incorporaron los antiguos municipios de Usme, Bosa, Fontibón, Engativá, Suba y Usaquén. Esta incorporación aumentó enormemente la disponibilidad de tierras para la expansión de la ciudad. El calificativo de «Especial» perduró hasta 1991, cuando la nueva Constitución Nacional convirtió a Bogotá en Distrito Capital. La ciudad tiene hoy tres condiciones jurídico-administrativas: la de capital de la República, la de capital del departamento de Cundinamarca y la de su propio territorio distrital.

El Centro Internacional, símbolo de la modernización de Bogotá, fue proyectado a finales de los años cincuenta en terrenos ocupados por la Escuela Superior de Guerra y por la fábrica de cerveza Bavaria. El conjunto se planeó como un modelo de desarrollo urbano moderno, zonificado verticalmente, con estacionamientos en los sótanos, comercio en los primeros pisos y oficinas y vivienda en los edificios en altura. La realización de este proyecto tomó varios años y hoy se expande con el desarrollo contiguo del Parque Central Bavaria.

El Centro Internacional, campo de experimentación de los rascacielos, es el lugar donde se reúnen las edificaciones más elevadas de Bogotá. Los edificios altos forman un componente visual destacado en la imagen de la ciudad, pero su función se ha transformado debido al desplazamiento hacia el norte de muchas de las actividades que se alojaron allí.

Centro Internacional Centro Internacional.

El legado patrimonial de Bogotá comenzó a ser reconocido oficialmente en esos años. En 1958 el Plan Regulador de la ciudad había delimitado el centro y lo había clasificado como área de comercio y de renovación urbana, lo que abría la posibilidad de continuar su demolición. Pero en 1963, la Ley 59 declaró ese sector como monumento nacional y demandó su protección, lo que se logró gradualmente. Para esa época ya era común el empleo del nombre de «La Candelaria» como sinónimo del centro histórico, y se inició un proceso de revaloración por parte de personas interesadas en habitarlo. En 1980 se creó la Corporación La Candelaria, que ha tenido a su cargo el manejo del centro histórico y, más recientemente, del patrimonio construido de la ciudad.

En Bogotá se desarrolló, hacia 1960, un interés por el empleo del ladrillo como material de construcción en las nuevas edificaciones. El interés se convirtió en costumbre y definió, desde entonces, una imagen especial propia de la arquitectura bogotana. El ladrillo, cuya tradición se remonta al periodo colonial, se había usado anteriormente en la construcción de viviendas económicas. Al trabajarse como material de fachada en otras edificaciones se plantearon problemas estéticos y técnicos antes no reconocidos. El arquitecto Rogelio Salmona, la figura líder de esta corriente, ha dejado obras importantes en la ciudad.
 
Bogotá, al igual que otras capitales latinoamericanas, posee actualmente una estructura formada por tres componentes no del todo articulados. Uno de ellos es la ciudad patrimonial, representada por el centro histórico, los restos de los centros fundacionales de las pequeñas poblaciones que se integraron en el Distrito Capital, algunos barrios desarrollados en la primera mitad del siglo XX y caracterizados por su arquitectura «inglesa» y algunas edificaciones aisladas en contextos que se han transformado y se transforman continuamente. Otro componente es la ciudad resultante planificada, en la que se encuentran barrios homogéneos y tejidos urbanos heterogeneizados por sucesivas transformaciones. En esta ciudad se instaló, desde hace cerca de veinte años, la modalidad de desarrollo urbano conocida como «conjuntos habitacionales», recintos cerrados que se adicionan unos a otros y se comunican mediante la red vial. Los centros comerciales y los «hipermercados» complementan esta forma de desarrollo urbano. La tercera cara de Bogotá la forman los barrios populares, que hoy constituyen cerca de un sesenta por ciento del total del tejido urbano. Una parte de esos barrios están consolidados, a veces en condiciones poco adecuadas de densificación. Otros, los más recientes, se gestan en condiciones alarmantes de precariedad.

Eje ambiental
Eje ambiental de la Avenida Jiménez.

Las intervenciones recientes en transporte masivo, espacio público y equipamientos comunitarios han cambiado notoria y favorablemente la imagen de Bogotá. Algunas de esas intervenciones, por ejemplo la transformación de la Avenida Jiménez en un eje ambiental que favorece la circulación peatonal, son audaces y arriesgadas. Las nuevas bibliotecas atraen a la ciudadanía tanto por sus servicios como por su arquitectura. El patrimonio natural y cultural es objeto de atención y, luego de incontables esfuerzos, se ha logrado introducir como una noción en la conciencia ciudadana.

¿Cómo es, entonces, la ciudad de hoy? Es una ciudad antigua en muchas partes, una ciudad moderna en otras, una ciudad popular en su mayor parte. Es heterogénea, como corresponde a su diversidad cultural. Es una ciudad activa, vibrante, desigual en su vida urbana, maravillosa y al mismo tiempo impredecible. Es atractiva y al mismo tiempo preocupante.

Referencia:
Saldarriaga Roa, A. (2004). Bogotá. En A. Ramírez Santos (Ed.). Maravillosa Colombia (pp. 74-95). Intermedio Editores.