Política en la Edad Media

Categoría: Política

La Alta Edad Media

La Edad Media heredó buena parte de la tradición política romana, la cual fue adaptada con dos elementos novedosos:

- La tradición germánica. La mayor parte de estos pueblos que comenzaron a entrar en el Imperio romano, hacia el siglo III, eran germanos nómadas y guerreros. La actividad económica y comercial romana fue rem­plazada por la agricultura y el trueque germano, lo que trajo consigo un fraccionamiento de la vida social y una disgregación de los poderes. El espíritu de ciu­dadanía que había caracterizado a los romanos, retrocedió ante la carencia de convicción patriótica de los germanos.

- La ideología del cristianismo. El cristianismo dio lugar a profun­dos cambios del antiguo orden imperial, especialmente a partir de la conversión de Constantino, porque al perder como emperador su carácter sagrado, la fun­ción imperial vio disminuido su prestigio y autoridad. Además, en un rápido proceso, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio, lo que pene­tró la mayor parte de sus estruc­turas estatales.

Junto a estos elementos, hubo un acontecimiento político que deter­minó los comienzos de la Edad Media. Cuando el 11 de mayo del 330, el emperador Cons­tantino el Grande proclama Bizancio (Constantinopla, actual Estambul, en  Turquía) ca­pital del Imperio romano de Oriente, la segunda metrópoli, limitó por an­ticipado el derrumbamiento del Im­perio romano, pues sólo la parte occidental fue invadida por los ger­manos, lo que dio paso a la organi­zación de numerosos reinos. Mientras tanto la parte oriental, que tomó el nombre de Bizancio, aseguró la permanencia del Imperio por mil años más.


Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio convirtiéndola en la capital del Imperio Romano con el nombre de "Nueva Roma" aunque pronto se la conoció como "Constantinopolis", la "Ciudad de Constantino", Constantinopla.

Las ideas políticas de la alta Edad Media

Por esta época hubo una obra re­presentativa de este período de fi­nales de la antigüedad y comienzos de la Edad Media, la cual tuvo una gran influencia en los siglos poste­riores. Se trata de La ciudad de Dios escrita por San Agustín (354-430). Este es­crito preparó una vinculación más estrecha del Estado a la Iglesia. En su obra San Agustín explica que la historia es un combate entre la ciu­dad terrena representada por Babi­lonia, el pecado, y la ciudad celeste, Jerusalén. Dice también que el hombre es ciudadano de dos ciuda­des, una terrena, con poderes polí­ticos, con moral y con historia, y otra celestial, Civitas Dei, comuni­dad de los cristianos que participan en el ideal divino.

Las dos ciudades estaban mezcladas y serán una sola al final de los tiem­pos, cuando se logrará definitiva­mente la paz entre los hombres. En este contexto, el Estado debía ocu­parse del mundo material y de la vida exterior en un espacio determinado, mediante una autoridad física; por su parte, la Iglesia se debía encargar de los intereses espirituales y de la vida interior, mediante el ejercicio de una autoridad moral. Para San Agustín la sociedad temporal debía integrarse dentro del plan divino y era Dios quien debía regir los destinos humanos.


La ciudad de Dios, de San Agustín, fue la expresión de filosofía cristiana sobre el gobierno y la historia. En ella, el autor teorizó sobre los ideales entre los dos tipos de sociedades que han existido a través del tiempo; la ciudad de Dios y la ciudad del mundo.

Durante la Edad Media esta postura justificó la manera como el orden na­tural del Estado y del poder era re­gido por el orden sobrenatural; el derecho natural estaba dentro de la justicia sobrenatural, y el derecho del Estado dentro de la Iglesia. El Estado justo servía a una comunidad unida por la fe cristiana, en la que los inte­reses espirituales se encontraban por encima de todos los demás, y debían contribuir a la salvación humana.

El cristianismo debía reinar en el espíritu de los jefes e inspirar las costumbres y las leyes. A partir de estos principios se desarrolló la teoría de los dos poderes o de "las dos espadas", en la cual el poder espiritual, repre­sentado por el papado, es superior al temporal, o sea, el poder civil. Entre ambos debía prevalecer una ayuda mutua.


El clero era formado por miembros de la iglesia católica. Ejerció gran influencia, poder y fueron los encargados de la protección espiritual de la sociedad.

Todos estos aspectos crearon una ca­racterística especial en cuanto a la evolución de las ideas políticas, pues se estancó el desarrollo de las institu­ciones en la medida en que las situa­ciones se solucionaban de manera práctica. Los hechos tenían una ex­plicación en sí mismos, las teorías políticas surgían después de los hechos. La redacción de tratados específica­mente políticos sólo comenzó hasta el siglo IX, donde todavía prevalecía un contenido más moral que político. De esta época data la obra De institutione regí, donde Jonás de Orleáns expuso las decisiones del sínodo episcopal de 825. Las ideas políticas de la alta Edad Media se encontraban en los actos oficiales, así como en los relatos de los historiógrafos que se dedicaron a exponer los hechos y las hazañas de los grandes hombres de su tiempo.

La Baja Edad Media
 

Los comienzos de la baja Edad Media europea estuvieron acompañados de importantes transformaciones en la economía, la sociedad y la organiza­ción del poder. El feudalismo comenzaba a representarse en su forma clásica, caracterizado por la aparición del poder privado, es decir, cada señor feudal establecía las reglas de convivencia en su territorio. Esto per­mitió que las monarquías existentes, como la de los Capetos en Francia, sólo lo fueran de nombre, ya que el dominio real, aquel donde el rey ejer­cía un poder efectivo, alcanzaba muy poca extensión. Por aquellos días se desarrollaba la diversidad de lenguas y de costumbres, lo que hacía más profundas las divisiones políticas.


En la Edad Media el régimen político en Europa, se conoce con el nombre de feudalismo, donde el rey debió ceder parte de su poder a los miembros de la nobleza perdiendo el dominio de esos territorios, a cambio de obediencia, fidelidad y acompañamiento en las guerras.

Además, las estructuras sociales ataban a los campesinos a sus se­ñores pero, paradójicamente, permitían que los burgueses tuvieran una libertad que estaba en relación con la función que desempeñaban como comerciantes. Casi toda Eu­ropa se encontraba fragmentada en pequeños y grandes feudos. Así, el poder temporal estaba comple­tamente disperso, repartido en pe­queñas unidades que trataban de mantener su independencia a cual­quier costo. Por otra parte, la Igle­sia estaba debilitada y no lograba imponerse a esta división.

Poder temporal y poder espiritual

En el siglo XI dos poderes disputaban el predominio político en Europa: el Sacro Imperio y el papado. El Sacro Imperio estaba en manos de un emperador cuyo rango era superior al de los otros reyes del continente. Además, el Sacro Imperio representaba al Imperio Carolingio y abarcaba toda Europa central.

Por su parte, el papado tenía poder espiritual que se traducía en poder político. Su territorio era pequeño y estaba en el centro de Italia. Durante el siglo XI el Sacro Imperio dominó la escena política. El emperador tenía la facultad de nombrar los cargos eclesiásticos y a mediados del siglo XI lograron imponer la designación de papas alemanes subordinados a su poder.

De los feudos al fortalecimiento de las monarquías

Durante los siglos X y XI el rey era "el primero entre los pares, es decir; "que los otros señores feudales lo elegían rey para que dirigiera asuntos comunes y para que dirimiera las disputas entre ellos. Durante los siglos XII y XIII los reyes fortalecieron su poder y extendieron sus dominios. Tal situación los impulsó a reconocer al emperador como una autoridad más, pero sin poder en sus territorios.

Pero la situación comenzó a cambiar en el siglo XI con las reformas gregoria­nas —impulsadas por el Papa Gre­gorio VII (1073-1085) —, mediante las cuales la Iglesia se recuperó e impuso su cri­terio de gobierno asumiendo un gran liderazgo político, en suma, se logró:

• La independencia del papado respecto al emperador.

• Aumentar la influencia de la Iglesia en la sociedad.

• Conseguir el dominio del papa sobre todas las instituciones de la Iglesia.

• Con la reforma gregoriana, el papa dominó la Iglesia cristiana y alcanzó independencia política respecto del imperio. Por su parte, el emperador y los reyes independizaron sus planes políticos de la voluntad del papal que siguió de todas maneras teniendo una gran autoridad moral.

Las ideas políticas de la baja Edad Media

Por esta época empezó el renaci­miento de los estudios jurídicos y de manera general, el progreso de las universidades, lo que favoreció la elaboración ideológica del poder. Con base en la teología se defendió que el poder eclesiástico debía con­centrarse en las manos del Papa, quien a su vez podía interferir en los asuntos temporales, es decir, en la política feudal y en las monarquías. Entre los autores influyentes de este período se encuentra santo Tomás de Aquino (1225-1274), quien en su obra, la Summa Theologica, comentó la política de Aristóteles y propuso la existencia de un principio ordenador para la convivencia, el cual con­cluía en la búsqueda del bien común. En este sentido, la autori­dad eclesiástica se encontraba por encima de cualquier otro poder. Para santo Tomás habían tres tipos de leyes: humana, natural y divina, donde la última se sobreponía a las anteriores. Su obra influyó en el desarrollo de la teoría política hasta el siglo XVI.

 Santo Tomás de Aquino

Durante la Edad Media fueron fre­cuentes los enfrentamientos entre los príncipes y el poder eclesiástico a causa de intereses personales. En estos debates intervinieron varios autores defendiendo unos la legiti­midad de la soberanía papal, y otros, la causa de los príncipes. Entre estos últimos cabe mencio­nar a Dante Alighieri, Marsilio de Padua y Guillermo de Occam.

Sin embargo, en pleno apogeo del feudalismo y del poder de la Iglesia, bajo el creciente desarrollo del co­mercio, comenzó a aparecer el mo­vimiento urbano y municipal, así como las transformaciones sociales y culturales que este produjo. Entre sus consecuencias más importan­tes se encuentra el hecho de que se formara una nueva clase social, la burguesía, y con él los comienzos de la formación de nuevas expec­tativas políticas que marcarían la historia política en los siguientes si­glos. Su desarrollo se vio impulsado durante el siglo XIII por la aparición de los primeros sistemas parlamentarios. Por ejemplo, en Inglate­rra, en los tiempos de Juan sin Tierra (1217), surgió el sistema bicameral y se instituyó la Carta Magna, que les daba a los burgueses un lugar en el ordenamiento del reino. Algo similar ocurrió en Francia a co­mienzos del siglo XIV, cuando apa­reció el sistema parlamentario francés de los tres estados, en el cual los burgueses ya tenían voz.

El primero entre iguales
Un fenómeno característico de la Europa del siglo XII fue la construcción de las denominadas monarquías feudales, cuyos ejemplos más representativos son Francia e Inglaterra. El poder real, profundamente debilitado en los siglos IX y X, fue restableciéndose a partir del siglo XI, gracias al apoyo de la Iglesia. Contaba a favor del monarca el factor de la tradición. Era tan profundo el hábito que parecía inconcebible suprimir la realeza. Además, la alta nobleza nunca dejó de interesarse por la corona. Aunque en la sociedad feudal francesa del siglo XI el monarca fue sólo el primus inter pares (el primero entre iguales), es evidente que estaba rodeado de un prestigio especial, realzado por el carácter sagrado que se creía que tenía su persona. Y los señores feudales deseaban tener un árbitro al que acudir a la hora de resolver sus querellas.
J. Baldeón, Edad Media. Las monarquías feudales (Adaptación).

Por esta misma época se produjo un acontecimiento muy importante para la historia política: el nacimiento del Estado moderno. Fue el resultado, en primera instancia, de las acciones de Felipe IV de Francia, quien decidió acabar con el poder de la Iglesia y de los señores feudales, para unificar el territorio bajo una sola autoridad.

Palacio papal de Avignon, Francia.

Para lograr su objetivo, emprendió guerras contra los grandes señores, hasta que logró someter sus feudos. Así mismo, instaló la sede del pa­pado en Avignon, Francia, lo que le permitió consolidar su poder. Esta política se fortaleció durante el siglo XV, especialmente después de la guerra de casi 100 años que sos­tuvo con Inglaterra, región que tam­bién consolidaría la formación de su propio Estado. España hizo lo pro­pio con el matrimonio de los Reyes Católicos. En el Palacio de los Vivero, en Valladolid (España), el 19 de octubre de 1469, se casan Isabel I, reina de Castilla, con Fernando II, rey de Aragón, preludio de la unificación de las coronas de Castilla y Aragón.

Los reyes católicos
Los reyes católicos: Isabel I, reina de Castilla, con Fernando II, rey de Aragón.
 
Referencia:
Galindo Neira, L. E. (2010). Economía y política II.  Editorial Santillana S.A.