Para comienzos del siglo III a.C. Roma se estaba convirtiendo en la nueva potencia de la región, situación que la llevó a enfrentarse a Cartago, la principal potencia naval y comercial del Mediterráneo. Los cartagineses eran un pueblo de origen fenicio que, para entonces, dominaba el norte de África, el sur de España y las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña.