Durante el Reino Antiguo de Egipto no existía aún un clero orgánicamente constituido, de modo que cada templo disponía de su propio cuerpo sacerdotal, es decir, funcionarios que ejercían el sacerdocio y que se encargaban de la administración del centro religioso y del culto divino. Solo a partir de finales de la VI Dinastía (h. 2322-2191) empezó a gestarse el nacimiento de una auténtica casta sacerdotal, que se asentó durante el Reino Medio y alcanzó su completa configuración en el Reino Nuevo.
Cuando los faraones comenzaron a colmar de bienes a los templos se dio lugar a jerarquías sacerdotales verdaderamente poderosas que estaban exentas del pago de tributos y gozaban de un enorme prestigio social. De este modo, la casta sacerdotal egipcia empezó a disfrutar de una posición privilegiada no solo en el ámbito que le era propio, el religioso, sino también en la esfera política, en algunas ocasiones como colaboradores del faraón y en otras como una amenaza a su supremacía.
El sacerdote era el encargado de oficiar los diversos y complejos ritos exigidos por los dioses, era el severo guardián de las costumbres tradicionales y el depositario del saber científico y técnico. Disfrutaba, además, del privilegio de poder acceder a la parte más interna del templo, donde se conservaba la estatua de la divinidad. Para ello, antes debía haber realizado las preceptivas prácticas purificadoras, como la circuncisión, la depilación del cuerpo, la abstención de consumir determinados alimentos, y la prohibición periódica de mantener relaciones sexuales.
Los grupos sacerdotales más poderosos fueron sin lugar a dudas los vinculados a los templos de Tebas (Amón), Menfis (Ptah) y Heliópolis (Ra). En el mismo Reino Antiguo, a mediados del III milenio, la casta sacerdotal de Heliópolis adquirió un poder de influencia sin precedentes, gracias a su apoyo en el ascenso al trono a la V Dinastía y a la identificación de la monarquía egipcia con el dios solar.
El culto a Ra asumió en ese momento la máxima centralidad en el universo religioso egipcio. Fue en honor a Ra que los faraones de la V Dinastía edificaron sus templos, y las especulaciones teológicas de los sacerdotes de Heliópolis encontraron su expresión en los “Textos de las pirámides” de Unas, en Saqqara. Gracias a estos textos se conoce la teología helipolitana, según la cual Atum, identificado con el Sol Ra, es el dios creador del universo y la divinidad más importante de la Enéada (las nueve divinidades principales del panteón egipcio).
Además de Atum, la Enéada está formada por cuatro parejas de dioses: Shu (el aire) y Tefnut (la humedad); Nut (reina del cielo) y Geb (señor de la tierra); Osiris (señor de la eternidad) e Isis (la diosa principal); y, Seth (dios del mal) y Neftis (guardiana de los vasos canopos).