La etapa correspondiente a las dos primeras dinastías egipcias (3000 - 2700 a.C.) se conoce como período tinita (o arcaico), llamado así porque Tinis, cerca de Abydos, en el Alto Egipto, es el lugar de origen de los primeros faraones. Manetón, sacerdote e historiador egipcio del siglo III a.C., afirmó que Tinis no solo fue cuna de los faraones sino también la primera capital del reino unificado, aunque no se han encontrado evidencias arqueológicas que lo corroboren. En cambio, se sabe que, poco después de la unificación, Narmer fundó en Menfis la capital del nuevo reino. Para su emplazamiento se eligió el simbólico lugar en el que el valle del Nilo se une al delta, la antigua región fronteriza entre el Alto y el Bajo Egipto. Menfis conservó su capitalidad durante buena parte del período dinástico.
Bajo el mando de los primeros faraones instalados en Menfis se produjo el desarrollo de una sociedad fuertemente jerarquizada y regida por una poderosa administración central. La monarquía poseía un notable carácter militar (herencia del Alto Egipto), y no cejaba en sus intentos de expandir el reino. Especialmente atractivas les resultaban las zonas del sur, ricas en minería. En estos años se conquistó el territorio ocupado actualmente por Asuán, mientras que el sucesor de Narmer, el faraón Aha, realizó varias expediciones a Nubia.
También en el período tinita tuvo lugar la consolidación de la economía agrícola. Los primeros faraones impulsaron obras de canalización para el riego, con lo que consiguieron incrementar notablemente el rendimiento de las tierras. Parte de las cosechas se entregaban a los funcionarios del faraón en concepto de impuestos.
Tanto por vía fluvial como marítima, el comercio egipcio amplió sus mercados, principalmente hacia la zona de Levante (los actuales Israel, Jordania, Líbano, Siria y Palestina). Los faraones del período tinita lideraron también el florecimiento de las artes y la arquitectura, y se emplearon a fondo para conseguir la asimilación cultural de los dos reinos.
En este período, sin embargo, el logro que se destaca por encima de los otros es la invención y uso de la escritura egipcia, que se desarrolló más o menos durante la misma época que la escritura cuneiforme en Mesopotamia.
A pesar del desarrollo que experimentó Egipto en estos casi tres siglos, el malestar interno de las regiones del Bajo Egipto, cansadas del abuso centralista del Alto Egipto, acabó en una serie de conflictos que cobraron tintes religiosos y que desestabilizaron el imperio durante décadas, hasta el punto de que bajo el reinado de Peribsen el reino volvió a dividirse. Fue Jasejemuy, el último faraón del período tinita, perteneciente a la II Dinastía, quien consiguió una nueva reunificación de “Las Dos Tierras”.