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La era del capitalismo

A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se dio la Revolución indus­trial, la cual dio lugar a un proceso económico y social que cambió to­das las formas de relación entre las personas. Aunque había comenza­do en Europa, sus efectos pronto se extendieron por todas las regio­nes del mundo aunque de maneras diferentes, dando lugar a toda una cultura —el sistema capitalista— que llega hasta nuestros días.


Bajo el lema y la práctica de "la explotación del hombre por el hombre", funciona el actual sistema capitalista

La Revolución industrial

Los acontecimientos que favore­cieron la Revolución industrial fue­ron los siguientes:

  • El desarrollo mercantil. Aceleró la disolución del sistema feudal que aún funcionaba en algunas partes de Europa, como Ingla­terra. La tierra fue ocupada por personas libres y comenzaron a desaparecer viejas instituciones como la servidumbre y el pago en especie al señor. De esta forma, la posesión de la tierra impli­có un salario para el campesino, quien lo podía gastar en los artículos de uso cotidiano.
  • El desarrollo del transporte. La apertura de caminos, la diligen­cia y la navegación fluvial abarataron los costos de transporte y por consiguiente el comercio.
  • El desarrollo técnico. Fue incen­tivado por la producción en serie de las manufacturas, lo que permitía venderlas a precios más bajos. Los empresarios recibie­ron la protección del Estado para que la gente consumiera lo que ellos producían y no lo que se importaba de otros lugares.
  • El liderazgo de Inglaterra. Este país consiguió afianzarse en el siglo XVIII como la gran potencia exportadora en el mercado mun­dial, porque había monopolizado la producción de telas y manufacturas.

La Revolución industrial se dio en dos fases: la primera comenzó a fi­nales del siglo XVIII y se prolongó hasta la década de 1840. La segun­da se dio desde 1840 hasta 1914.


Fases de la Revolución Industrial

Hasta mediados del siglo XVIII la fabricación de las telas se hacía en telares manuales cuyo proceso de elaboración era muy lento. Por la misma época se pusieron en marcha los primeros telares que funciona­ban con fuerza hidráulica, pero te­nían que estar ubicados a orillas de los ríos. Todo cambió cuando James Watt inventó la máquina de vapor en 1769. Cuatro años después se estaba empleando en la naciente industria textil, convirtiéndose en uno de los primeros pasos para el desarrollo in­dustrial. El telar buscaba sustituir la fuerza del obrero para que la pro­ducción fuera más rentable.

Las dos preocupaciones sobre las que se cimentó la nueva sociedad industrial fueron el desarrollo de la máquina de vapor y el empleo de la mano de obra. La producción textil en Inglaterra fue cada día mayor, tanto que a este país se le llamó el "taller del mundo". El triunfo y el rendimiento de la máquina sobre el trabajo manual produjo resulta­dos rápidos: floreció el comercio y la industria, creció el capital y la riqueza, se buscaron nuevos mer­cados para exportar. Así mismo creció la ambición de los empresarios y la pobreza de los trabajadores cuyos salarios eran muy bajos.

Los avances técnicos logrados du­rante la primera fase se perfeccio­naron a partir de la década de 1840. Superada la etapa de experimenta­ción, lo que más colaboró para que se pudiera dar la segunda etapa fue la revolución en los transportes y las comunicaciones. La creciente circulación de bienes abarató el precio de los productos, en lo cual tuvieron gran influencia los nuevos medios de transporte masivo en la medida en que el tiempo y las dis­tancias se redujeron considerablemente. La gran revolución en los transportes se dio a causa de la in­vención de la locomotora que co­menzó a sustituir a la diligencia que era tirada por caballos.

La aparición del ferrocarril le dio una nueva cara a la Revolución industrial. Este era el resultado del desarrollo de la industria pesada, llamada así porque implicaba una tecnología más avanzada que la simple máquina de vapor. El ferrocarril también era símbolo de la gran cantidad de capi­tal que se había acumulado durante la primera etapa.

Para entonces, la riqueza de los em­presarios era muy grande, quienes debido a la acumulación comenzaron a invertir su dinero dentro y fuera del país. De esta manera la industria­lización se extendió por el resto de Europa.

Para entonces la economía mundial se dividió en países dedicados a pro­ducir materia prima, y otros, a gene­rar manufacturas. Esto es lo que ha sido llamado división internacional del trabajo, lo que generó una de­pendencia de Europa en lo econó­mico, lo político y lo cultural. Con el correr del tiempo esta división se hizo más profunda.

Las ideas de los economistas clásicos

Con los avances de la Revolución in­dustrial, a finales del siglo XVIII y co­mienzos del XIX, se difundieron ideas sobre el desarrollo económico, cuyos artífices son conocidos como los economistas clásicos. Estos apoyaron las doctrinas del laissez-faire, pero tu­vieron un punto de vista más bien pesimista del futuro. Entre los más re­presentativos podemos mencionar a:

  • Thomas Malthus (1766-1834). Escribió el Ensayo sobre los Principios de la Población (1798), donde desarrolló la tesis de que la población tendería a aumentar hasta que la contuvieran los me­dios de subsistencia. Malthus sostenía que la falta de control sobre el crecimiento de la población, permitía que esta aumentara pero no al mismo ritmo de los medios de subsistencia. Malthus era pesimista sobre el futuro del progreso del hombre, porque pensaba que el único control sobre el crecimien­to de la población era la miseria. Este autor escribió durante el pe­ríodo de la Revolución industrial en Inglaterra, cuando los trabajadores vivían y trabajaban en circunstan­cias particularmente desfavora­bles.
Según su enfoque, los vicios y la miseria que azotan a las personas no deben atribuirse a las instituciones sociales, sino a la fecundidad de la raza humana
  • David Ricardo (1772-1823). Desarrolló la teoría de la renta, según la cual, cuando los bienes escasean y tienen utili­dad, tienden a tener valores de cambio que reflejan las cantidades relativas de trabajo utilizadas en su producción. En este sentido, sostenía que a medida que la demanda de alimentos aumenta hasta el nivel requerido para el cul­tivo de la tierra, surgiría una parti­cipación de ingresos en forma de renta, a favor de los propietarios de las tierras. También eliminó al capital como factor en la determi­nación de los valores de cambio. El capital podía pasarse por alto y las diferencias en el tiempo de traba­jo empleado en el proceso de pro­ducción serían suficientes para establecer valores relativos en el mercado.
  • John Stuart Mill (1806-1873). Este autor trató de encontrar una respuesta a la pregunta acerca de cuál es el mejor tipo de sistema económico. Mill aceptó la ley natural de crecimiento de la población que Malthus ela­boró y la teoría ricardiana de la ren­ta. La conclusión pesimista de Mill fue que, a medida que la población aumentara, las utilidades del capital tenderían a bajar, por lo que no interesaría la acumulación de capital, por lo que la economía tendía a estancarse. Mill creía que una políti­ca de libre comercio en Inglaterra, especialmente la importación de productos agrícolas de primera necesidad, agotaría el capital, ra­zón por la cual su visión del futuro económico era muy oscuro. Sin em­bargo, trató de encontrar alguna solución que diera resultados más favorables a largo plazo, lo que lo llevó a interesarse por el socialismo, idea que finalmente abandonó.

El capitalismo financiero

Hacia 1880 el indicativo de poder de un país no sólo estaba en su in­dustrialización, sino también en su capacidad para fabricar y exportar maquinaria. Para entonces, Ingla­terra estaba experimentando una nueva forma de desarrollo capita­lista: el financiero. El capitalismo fi­nanciero se basaba en el dinero que estaba a disposición de los bancos y que utilizaban los industriales para nuevas inversiones. Este capital se formó por el aumento de las ganan­cias de la producción. Los que tenían dinero para prestar, lo colocaron en manos de corredores de bolsa quie­nes proveían las ganancias. El capita­lismo financiero favoreció la unión de la industria y la banca, así como la aparición de las sociedades por acciones de carácter monopolístico, también llamadas trust, cartel y pool.

La banca, los seguros, las inversiones en el extranjero y los préstamos, die­ron tan buenos resultados y ganan­cias a Inglaterra, que la mantuvieron a la cabeza de las potencias. Este fac­tor permitió el avance de una con­ciencia imperialista inglesa en la medida en que la exportación de ca­pitales se hizo hacia naciones débiles políticamente y atrasadas económi­camente. Así se dio origen al fenó­meno de la deuda externa.

Referencia:
Galindo Neira, L. E. (2010). Economía y Política 1. Editorial Santillana S.A.